
Título original: Ararat
País y año de producción:
Canadá / Francia, 2002
Dirección: Atom
Egoyan
Guión: Atom Egoyan
Con: Arsinée Khanjian,
Charles Aznavour, Christopher Plummer
Duración: 116 minutos
Calificación: Apta
para todo público
Género: Drama histórico
Sitio Web: http://www.egofilmarts.com/
Reseña argumental:
Egoyan regresa a sus propias raíces
en un hecho que lo ha inspirado para recrear
las atrocidades del Genocidio de 1915, donde
un millón y medio de armenios murieron
(prácticamente dos terceras partes
de la población armenia de aquel
entonces), a través de una estructura
que combina la acción presente con
los acontecimientos pasados.
El drama gira en torno a un famoso
director armenio de cine, Edward Saroyan (Charles Aznavour), y un
guionista del mismo origen (Eric Bogosian) que se proponen rodar
un film en Canadá denominado Ararat, para reconstruir la
masacre sufrida en la Armenia Occidental. Dicho trabajo se basa
en el libro del Dr. Clarence Ussher y se titula Un médico
americano en Turquía (1917). Como consultora de
la obra que se filma dentro de la propia película de Egoyan
se contrata a una profesora de Historia del Arte (la libanesa Arsinée
Khanjian, esposa en la vida real del director Egoyan), muy erudita
sobre la obra del pintor armenio Arshile Gorky (interpretado por
Simon Abkarian), a quien deciden incorporarlo en el film que se
está rodando como una especie de héroe. En la película
que filma el personaje de Aznavour aparecen actores canadienses
que provienen de la inmigración armenia y turca. Y cada uno
de ellos reconstruirá su historia, su propia verdad de la
luz del drama vivido por sus respectivos antepasados.
El director
Atom Egoyan, de ascendencia armenia y nacido
en El Cairo (Egipto) el 19 de julio de 1960,
es conocido por laureadas labores como El
liquidador (1992), Exótica
(1994), El dulce porvenir
(1997) y El viaje de Felicia
(1999). También supo dirigir trabajos
para la televisión en series como
la nueva Alfred Hitchcock Presenta
(1985), la nueva Dimensión
Desconocida (1985) y Martes
13: La maldición (1987).
En Ararat
Egoyan dirige por vez primera su mirada
hacia la historia, sintiendo la necesidad
de responder a las preguntas que su hijo
le formulaba ("¿... y los
turcos no pidieron perdón?")
sobre un genocidio que la historia oficial
trata de esconder. Según Egoyan "el
objetivo era hacer una película que
permitiera al espectador experimentar la
realidad del horror en un sentido espiritual
y no solamente mostrar los tétricos
resultados de la pérdida física
y material".
Curiosidades:
La película costó 15 millones
de dólares, y en ella se intenta
rescatar la memoria histórica del
Genocidio Armenio, todavía sin ser
reconocido oficialmente por Turquía,
Israel, potencias como Estados Unidos, Alemania,
Inglaterra y, en consecuencia, las Naciones
Unidas, salvo algunas excepciones como Uruguay
(el primero), Francia, Argentina, Grecia
y Rusia.
Las autoridades
turcas, a través de asociaciones,
embajadas, autoridades varias, numerosos
diplomáticos, descendientes y demás
han hecho de todo para prohibir la película
en varios países del mundo pero no
pudieron. Solamente lograron sacar un libro
en contra de Ararat y ya
tienen pensado hacer una película
también en contra, que eche por tierra
todo lo que dice la de Atom Egoyan.
Cabe
acotar que Ararat (actualmente en terreno
turco) es el monte bíblico donde
aterrizó el Arca de Noé.
En la versión
cinematográfica no figura que, al
final de la película, que Turquía
sigue sin reconocer el genocidio armenio,
cosa que sí aparece en la edición
en VHS y DVD.
Durante su estreno
en Buenos Aires el grupo de ultraderecha
turco "Lobos Grises" lanzó
serias amenazas a los distribuidores de
la película, para que evitaran su
estreno en toda Argentina. El director Atom
Egoyan estuvo al tanto de las mismas, aunque
declaró a Arte7 que igual
pasó "un momento maravilloso"
durante su corta estadía en Buenos
Aires y que algún día vendrá
de visita a Uruguay, primer país
en reconocer oficialmente el Genocidio Armenio.
VISTAZOS Y
POLÉMICAS DEL GENOCIDIO

Ararat
Al finalizar la Primera Guerra Mundial varios
países condenaron el Holocausto Armenio,
incluido el propio gobierno estadounidense.
Y por un breve período llegaron a
haber cortes marciales en Turquía,
donde varios oficiales declararon y reconocieron
todas las atrocidades cometidas, desde usar
iglesias como burdeles hasta salvajadas
que superan la imaginación y que
fueron cometidas contra hombres, mujeres,
niños, bebés e inválidos.
En momentos
en que todavía tenían lugar
los violentísimos asesinatos se produjo
un film mudo, llamado Ravished Armenia
(1919), hecho por un "protegido"
de Cecil B. DeMille (Oscar Apfel), pero
sólo un rollo del mismo sobrevive
hoy en día. La película, sin
embargo, fue vista por Peter Balakian, autor
de Black Dog of Fate, una
exploración de su ascendencia armenia,
quien la consideró "una
pieza sensacional". La misma está
basada en los relatos de la sobreviviente
del Genocidio Armenio Aurora Mardiganian,
recientemente fallecida.
En la década
del ´30 Hollywood tenía pensado
llevar la épica historia de los 40
días del Musa Dagh, originalmente
un best seller de Franz Werfel, escritor
de ascendencia judía que luego tuvo
que huir de la invasión nazi. Pero
dadas las enormes presiones del gobierno
turco hacia la Metro Goldwyn-Mayer para
que no la hicieran al final el estudio optó
por no realizarla, no sin antes ofrecerle
a los turcos el visto bueno de la película
una vez terminada (...), pero tampoco aceptaron.
Incluso hubo varias amenazas del embajador
turco de aquel entonces que incluso llevaron
al propio gobierno estadounidense a sumarse
a las presiones contra la MGM. En 1938 hubo
otro intento de filmación pero surgieron
los mismos obstáculos. Dicha obra
conoció, sin embargo, una adaptación
fílmica homónima, en 1982,
pero allí el guión era más
un asunto de buenos contra malos y el tema
del Genocidio era ligeramente indagado.
Las protestas
vergonzosas prosiguieron no hace mucho cuando
Egoyan recibió una gran cantidad
de e-mails que lo agredían e insultaban
por su actitud de filmar una película
sobre el Genocidio Armenio. Para evitar
más confrontaciones el realizador
de origen armenio habló con el presidente
de la Turkish Canadian Association, desde
donde le impusieron cambios que él
no aceptó, dentro del guión.
La Assembly of Turkish American Associations
(compuesta por unos 300.000 turco-americanos)
no fue la excepción al respecto y
hasta planteó de quitar el término
"Genocidio Armenio" de los libros
de escuela norteamericanos. Cabe acotar
que, a propósito de libros, se acaba
de publicar uno en Turquía y en contra
de Ararat.
Según
palabras de un congresista americano, Estados
Unidos estuvo a punto de reconocer el Genocidio
Armenio a través de una resolución
del Congreso pero la presión de los
descendientes turcos e israelíes
allí residentes, y fundamentalmente
la de la Embajada de Israel en Estados Unidos
(más la del mismísimo Shimon
Peres) fue tan grande que al final lo que
iba a proclamarse fue descartado. Había
mayoría en el Senado y en el Congreso.
Artículos
vergonzosos, como los del periodista Stephen
Kinzer en el New York Times, se
sumaban al no reconocimiento del Genocidio.
Aquí el miedo hacia lo que puedan
manifestar y hacer tanto autoridades turcas
como israelíes se hace evidente,
igual que el de numerosos periodistas desparramados
por el globo terráqueo que temen
perder sus puestos de trabajo por decir
simplemente la más pura verdad. Mientras
tanto potencias como Estados Unidos, Inglaterra
y Alemania siguen sin reconocer el Genocidio.
Cabe acotar
que los mismos jóvenes soldados alemanes
que instruyeron al ejército Otomano
en 1915 y que, en algunos casos, fueron
testigos del Holocausto Armenio, casi un
cuarto de siglo después ayudaron
a Hitler a llevar otro espantoso Holocausto,
el de los judíos.
AY
EL DOLOR COMO
EJE
Sabido es que el cine de Atom Egoyan no
se caracteriza por narraciones lineales
sino por historias entrecruzadas que al
principio, quizá, no tengan conexión
alguna pero que luego adquieren un real
significado, que maneja la historia en distintos
niveles; todos de particular interés
y que, por lo general, tienen un desenlace
removedor, ya no desde un punto de vista
argumental sino interno, emocional.
De ahí que el eje más notorio
manejado en tres de sus mejores películas
(Exótica, El
dulce porvenir, en menor medida
esta misma Ararat) haya
sido, justamente, el dolor humano, su exploración
a partir de tragedias mayúsuculas
y las consecuencias en personas sorprendidas
por descubrimientos, revelaciones o hechos
inesperados.
La forma en que lo hizo ha logrado sus puntos
más álgidos en Exótica
y, fundamentalmente, en El dulce
porvenir, una película donde
los personajes fueron escarbados casi hasta
los huesos, al momento de mostrar quiénes
eran realmente los individuos que se escondían
detrás de esas grandes fachadas,
de esos grandes silencios, luego de un accidente
en el que muchos niños fallecieron.
Ese toque magistral a la hora de filmar
y comunicar lo que esa sufrida comunidad
pensaba y sentía no alcanzó
la misma marca en Ararat,
donde otra vez una gran tragedia marca a
la distancia, con varias décadas
de por medio, a un grupo de personas. La
película no es un documental referente
al Genocidio Armenio pero sí puede
verse o reflejarse como un testimonio de
muchos descendientes que todavía
se preguntan cosas sobre tan horrible hecho
que, increíblemente, no es reconocido
de manera oficial por la mayoría
de las potencias mundiales ni tampoco por
la ONU.
Ararat no pretende ser
una lista de Schindler, por más que
muestre en menor grado algunos hechos explícitos,
impactantes, que tienen una doble lectura
y, por supuesto, otra intención.
Una cosa es la película que el director
está haciendo y otra es la del personaje
de Aznavour, de la cual Egoyan se vale para
aumentar un impacto psicológico que
se complementa con lo expresado por algunos
personajes en tiempo presente.
Aquí no se clama por venganza; tampoco
se le da mucha cabida a lo que es la justicia,
el reconocimiento. Sí surgen incógnitas
respecto a la causa de tan feo hecho histórico.
Las herramientas quizá no sean las
más elogiadas por aquellos que exigen
una película que vaya directo al
grano y diga todo lo que ha venido ocurriendo
históricamente; en este caso desde
fines del siglo XIX hasta principios de
la década del ´20, o, si se
prefiere, hasta nuestros días.
Ararat apunta a que sea el propio
espectador quien procese las cosas, con
la idea de que la esencia desemboque en
su interior. Hay una necesidad de Egoyan
por hacerle saber a mucha gente (descendiente
y no descendiente de armenios) lo que realmente
pasó. De ahí el personaje
de Christopher Plummer (el aduanero a punto
de retirarse), el de Charles Aznavour y
Eric Bogosian (director y guionista de la
película dentro de la película,
respectivamente) e incluso el del joven
David Alpay y las interpretaciones que nacen
a partir de los rollos filmados. Claro que
algunos, por ahí, sobran un poco
(el de la novia del joven protagonista)
aunque otros ofician de gancho creativo
entre tiempo pasado y presente y con un
gran factor común, que es el sufrimiento;
el personaje de Gorky al momento de hacer
una de sus obras más conocidas, el
fin de este pintor (Simon Abkarian) y el
del primer marido de su biógrafa,
la misma profesional (Arsinée Khanjian),
y el que interpreta a Clarence Usheer en
la ficción (Bruce Greenwood), conmocionado
por un duro papel (ser testigo de miles
de masacres) en el film que hace Saroyan
(Aznavour).
Explicar lo inexplicable, buscar las razones
de tanto odio y atrocidad, ya no desde un
punto de vista histórico sino enteramente
desde la propia naturaleza humana es una
de los intenciones principales que pisa
fuerte en Ararat. Incluso
se pudo haber ido a un nivel histórico
mucho más profundo e incisivo del
que al final se sugirió, yendo más
allá de los propios turcos y llegando
a la casi total indiferencia de varios países
europeos, que tan solo se limitaron a manifestar
su disconformismo ante los macabros hechos,
sin acciones que pararan a tiempo la inminente
masacre, el primer gran Holocausto del siglo
XX.
Egoyan supo salir a flote de un tema que
implicaba mucha responsabilidad para con
la memoria de un pueblo, y también
muchos dolores de cabeza respecto a protestas
ridículas, negaciones y difamación.
No estamos ante la mejor película
de este autor pero, sin dudas y más
allá de la supuesta objetividad de
quien esto escribe, Ararat
confirma el talento enorme de un director
que perfectamente figura entre los mejores
realizadores (profesionales, inteligentes,
sensibles) de hoy en día y en todo
el mundo.
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