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DECILE A MARIO QUE NO VUELVA


Título original
: Decile a Mario que no vuelva
País y año de producción: España / Uruguay, 2007
Dirección: Mario Handler
Guión: Mario Handler
Duración: 82 minutos
Calificación: No apta para menores de 12 años
Género: Documental
Sitio Web: http://eneccine.com/prensa.asp?ID=decileamarioquenovuelva







Reseña argumental
: Evocación de la vida en dictadura desde la perspectiva de un exiliado, el documental de Handler encuentra y registra a una docena de uruguayos que dicen sus verdades (presos, militares, policías, militantes políticos, escritores, jóvenes de esa época) y que expresan un complejo friso de la vida en aquellos años.

El documentalista uruguayo Mario Handler es conocido por labores como Carlos (1965), Nuestra cultura y los medios de comunicación (1998) y Aparte (2002). Entre los entrevistados para Decile a Mario que no vuelva figuran: Walter Berrutti, David Cámpora, Héctor Concari, Ricardo Domínguez, Henry Engler, Fernando Frontán, Daniel García Pintos, Carlos Liscano, Jessie Macchi, Alejandro Otero, Mauricio Rosencof, Gilberto Vázquez, Mauricio Vigil y Andrea Villaverde


Curiosidades: El rodaje de esta película insumió dos años y el montaje fue terminado hacia fines del año pasado. Para realizar Decile a Mario que no vuelva Handler entrevistó a más de cuarenta personas en Uruguay, Suecia, Israel y Alemania que dicen sus verdades (presos, militares, policías, militantes políticos, escritores, jóvenes de esa época) y que expresan un complejo friso de la vida en aquellos años. Entre otros, la película contiene la única entrevista otorgada por el coronel Gilberto Vázquez cuando estaba alojado en la Cárcel Central de Montevideo.


La película obtuvo el Premio del Público en el Festival Internacional de Documentales de Madrid (Documenta-Madrid 2008).





MARIO HANDLER EN APARTE
VER RESEÑA DE PAULA MONTES (DECILE A MARIO QUE NO VUELVA)

DE FANTASMAS Y REVELADOS


El reconocido médico y dirigente tupamaro Henry Engler camina por un largo pasillo, algo oscuro, mientras una cámara lo sigue. Hengler le da las espaldas a quien lo va filmando, mientras se le hacen preguntas, al mejor estilo de esos niños curiosos, ansiosos por saber algunas cosas. Esas curiosidades periodísticas representan en este nuevo trabajo de Mario Handler la búsqueda de experiencias vividas por sus entrevistados, como prisioneros, captores, como testigos de lo que fue y aún sigue siendo la dictadura militar que sufrió Uruguay entre 1973 y 1985. Lo que sigue siendo pero en las mentes de esas personas que, como el propio Handler, exiliado en Venezuela por ese entonces, la vivieron desde distintos ángulos.


También son inquietudes, piezas de un puzzle que se intenta reconstruir, un panorama representativo donde la cámara de Handler se convierte en él mismo cuando se enfrenta a los testimonios, mientras algunos primerísimos planos dan la sensación de que Handler los absorbe con la mirada y con su mente, compenetrándose totalmente, y a su vez, con ese estilo sincero y descarnado que tiene de ir en busca de la más pura verdad, aprovecha el montaje para dar sutilmente su propio punto de vista, como defenestrando esa famosa frase de que el espectador termine sacando sus propias conclusiones. Porque ya no solo las imágenes, los gestos y las palabras alcanzan para dar una idea de todo el horror que se vivió en las cárceles y en lugares clandestinos de tortura, sino también los tiempos dedicados a cada uno de los entrevistados, en los que no falta alguna sonrisa irónica que pueda inevitablemente desprenderse de quien esté viendo el trabajo, por hechos narrados en sí, por sensaciones que caen de maduras, compuestas por humor negro, cuadros pesadillescos, impotencia, dolor interno, sonrisas a la distancia que en realidad no son otra cosa que lágrimas disfrazadas, y por supuesto recuerdos que parecen volver con una nitidez inevitable.


El documental como género en sí a veces es cuestionado por esa típica obejtividad lineal, de cabezas parlantes que se limitan a contar hechos de diversa índole, con el fin de darle al espectador un panorama lo más claro posible de algo determinado. Y la objetividad siempre es una de las metas a alcanzar. Pero como eso en realidad no existe, sí termina primando lo que su director selecciona para transmitir, o sea el criterio de búsqueda y selección que hace a partir del material escogido, para acercarle todo a quienes lo vean y de la manera más fiel posible. Ahí ya entra lo subjetivo, la visión del realizador, que como en Decile a Mario que no vuelva (2007) también tiene un lugar para él mismo, como un protagonista más. Esto no significa que Handler se la tire de personaje ni mucho menos. Mientras su figura se va imponiendo a la par de los demás entrevistados, hay escenas de trabajos suyos (Carlos, Me gustan los estudiantes) previos al golpe de Estado donde demuestra que él también fue a su manera un activista a quien no le quedó otra que optar por el exilio durante la dictadura. "Aunque mi aproximación será objetiva, apareceré algunas veces en el film, ya que yo fui activo durante aquellos días pre-revolucionarios. Mi personalización (subjetivización) implica mis propias confesiones, evocaciones, pensamientos y reflexiones sobre quién o quiénes son culpables, qué pasó, qué podrá pasar”, decía Handler.


Su honestidad también pasa no tanto por un cargo de conciencia en cuanto a no poder estar en su momento para haber luchado contra un enemigo implacable y devastador; apuesta más bien por un reencuentro reconciliatorio con su tierra, con su gente, por algo digno de una confesión que a la vez se preocupa realmente no solo por saber qué cosas pasaron sino también por qué cosas quedaron flotando, como fantasmas que van y vienen, que desafían a la memoria y que nunca se borran, por dar con un diagnóstico lo más aproximado posible de la sociedad actual, y por una marcada búsqueda de sí mismo. Esa actitud es muy valiente y muy valiosa; no muchos directores de documentales estarían dispuestos a hacerla y con esa calidad, con el sello típico de Handler, que por qué no hasta emociona por momentos, cuando dice que ésta es la última película que hace, por problemas de salud y probablemente por otros que no dice y que son tan desgastantes, como hacer cine ultraindependiente y desde el Tercer Mundo, algo que sufrió y bastante luego del estreno de su antecedente más inmediato, la excelente Aparte (2002), de la cual también pueden verse algunos fragmentos.


Hay un momento en que, como en esta última obra maestra mencionada, la filmación es completamente ignorada hasta por el propio Handler, que observa y parece meterse tanto en los diálogos de entrecasa, que sus propios entrevistados le discuten a él durante conversaciones donde la cámara parece estar tirada en un punto determinado, como si alguien se hubiera olvidado de apagarla. Esa compenetración, ese registro de su persona (que puede resultar malinterpretado) también vale para sus recorridas por una feria vecinal, por caras largas y otras más sonrientes, que aparecen trabajando, que representan una cultura, más bien un estado de ánimo no muy optimista y algo cascoteado del Uruguay actual, pero que viene gestándose desde mucho tiempo atrás.


El fragmento cerca del final, donde aparece en la playa Pocitos, lo muestra un poco inquieto por dentro y a la vez reflexivo. Es curioso (o no) que en el afiche se vea fumando al realizador, con el río de fondo, y más abajo el aeropuerto y un avión, que no solo fue un pasaje de ida en su momento para Handler sino también para muchos presos políticos que fueron obligados a abordarlo. Alguien que no lo conoce tanto y lo estuviera filmando sin que se diera cuenta y en otro lugar similar, muy probablemente obtendría la misma imagen en la arena que se nos muestra de él en este documental. Basta con ver en Aparte (2002) cómo algunas cosas se le fueron accidentalmente de las manos, dentro de esa realidad que seguía después de terminada la película, para darse cuenta de cómo se metió tanto con esos mismos entrevistados a los que no pudo poner algunos límites, pero no por falta de personalidad ni nada que se le parezca, sino por todo lo jugado que estaba en su momento, por haberse volcado en un 110% a registrar todo lo que pudiera para terminar formando un retrato impactante de gente marginada en la capital. Pocitos muestra al verdadero Handler.


Decile a Mario que no vuelva fusiona deliberada pero acertadamente la persona de su realizador con el artista mismo. Ojalá éste no sea un inminente testamento suyo, porque Uruguay no puede darse el lujo de no contar más con los trabajos de uno de los mejores documentalistas que tenemos. A veces uno piensa cómo otros maestros, como nuestro compatriota Walter Tournier, también tengan que estar pasando por insólitos rechazos de parte de empresarios y directivos de medios de comunicación, con toda la experiencia y capacidad que tienen. Pero para esos casos y a esta altura del partido, el título de este documental se torna casi imprescindible. Que se vayan a un lugar donde sean más valorados y que, en lo posible, no vuelvan.


Alejandro Yamgotchian


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