LA SUBLIME MISIÓN
DE FILMAR
La
niña santa
Existen directores que tienen un talento
especial para la creación de atmósferas,
para transmitir a la audiencia no tanto
un estado de ánimo, (esa sería
en un sentido amplio tarea de todos los
directores), sino algo así como un
olor, una sensación térmica
particular e insustituíble que lleva
al espectador, ante todo, a olvidarse de
que está viendo una película,
pero también a sentirse transportado
a nivel sensorial a ese mundo alternativo
presentado.
Pero, como se sabe, las películas
no tienen un mismo efecto en todo su público.
Cierta gente puede caer en un estado de
semihipnosis cuando ve una película
de Sokurov, por ejemplo, mientras que a
otros los puede sumir en el tedio más
absoluto. Cuando se habla de climas, nos
internamos en un terreno altamente subjetivo.
Desde su experiencia personal, quien escribe
estas líneas considera que los más
grandes generadores de climas cinematográficos
en la actualidad son David Lynch, Darren
Aronofsky y Jim Jarmusch en Estados Unidos;
Eric Rohmer, los hermanos Dardenne y Gaspar
Noé en Europa; Wong Kar Wai, Tsian
Ming Liang, Park Chan Wook, y el maestro
Hayao Miyasaki en oriente y, como ejemplo
único en Latinoamérica, Lucrecia
Martel.
De La niña santa
emana una naturalidad que impresiona, gracias
en principio a una muy buena dirección
de actores, diálogos que parecen
calcados de la vida cotidiana y una preferencia
por los ambientes cerrados y los sonidos
fuera de cámara. A esto le debemos
sumar las referencias al calor, a los olores,
a la enfermedad y el casi permanente contacto
entre los personajes, que bordea lo incestuoso,
lo lésbico, lo moralmente dudoso.
Una atmósfera en la que se conjugan
una y otra vez el erotismo, el humor y el
suspenso, y que puede provocar sensaciones
ambiguas de atracción y rechazo simultáneo.
La
niña santa puede leerse
en clave autobiográfica. El hotel
donde la acción se desarrolla es
el antiguo Hotel de las Termas de Salta,
lugar que, con sus calores vaporosos y su
olor alcanforado, sedujo enormemente a la
niña Lucrecia Martel cuando apenas
contaba con ocho años.
Martel nació y pasó su adolescencia
en la ciudad de Salta, donde recibió
una educación religiosa. Ella misma
relata: "Teníamos catorce
o quince años. El mundo tenía
la medida exacta de nuestras pasiones. La
intensidad de las ideas religiosas y el
descubrimiento del deseo sexual nos hacía
voraces. Eramos implacables en nuestros
planes secretos. Alrededor, la vida se desnudaba,
más rápido que nosotras, en
su vasta complejidad. Estábamos alertas
porque teníamos una misión
santa, pero no sabíamos cuál
era. Cada casa, cada pasillo, cada habitación,
cada gesto, cada palabra, necesitaba de
nuestra vigilia. El mundo era monstruosamente
bello. Fue entonces cuando conocí
al Dr. Jano."
En determinado punto, en medio de una aglomeración
callejera, el Dr. Jano, un médico
que está de paso por la provincia,
se acerca a Amalia, la protagonista, y se
le apoya por detrás, siendo para
ella un perfecto desconocido. Esta misma
vivencia la había tenido Lucrecia
Martel en la adolescencia, y una vez que
el desconocido se retiraba ella lo siguió,
descubriendo que el hombre tenía
una manía casi infantil de aprovechar
los espectáculos callejeros para
apoyarse contra las jóvenes.
Por otra parte, los diálogos de la
película son, según asegura
la directora, copiados de los diálogos
cotidianos de su propia casa de la provincia.
En entrevista con la revista El Amante
dice: "Es una influencia del estilo
coloquial de las conversaciones entre mamá
y mi abuela. Cuando ellas hablaban, los
interlocutores eran muchísimos más
que los presentes, estaban mi bisabuela,
mi papá... Había un diálogo
con los muertos. El tiempo se condensaba
y se disolvía, y los diálogos
nunca tenían la lógica de
pregunta y respuesta." 1
Uno de
los puntos más atractivos del argumento
es el planteo de unificar el descubrimiento
de la sexualidad con la devoción
por la religión. Martel explica:
"Hay una educación católica
que pone la atención sobre la percepción,
sobre el contacto, para evitar la concupiscencia
y los pecados de la carne, que es maravillosa.
Y la iglesia, con su hábito represivo
termina potenciando lo que justamente no
quería que sucediese."2
Que religión y deseo sexual vayan
de la mano, y que en las mentes de las protagonistas
no devenga una contradicción provee
a la película de una belleza mística
conmovedora y un poder de seducción
único.
Amalia está atenta para recibir una
señal divina, señal que según
le dicen, va a iluminar su senda a seguir,
su función en el mundo. El contacto
con el Dr. Jano provocará en ella
una revolución a nivel hormonal tal
que será interpretada como la indefectible
señal. No es casual que Jano en la
mitología romana, fuese el dios de
las puertas, los comienzos y los finales,
y por tanto de los cambios y las transiciones
y de los momentos en los que se traspasa
el umbral que separa el futuro del pasado.
La revelación que el Dr. Jano sin
saber ocasiona marcará el paso definitivo
de "la niña santa" a la
pubertad.
Un rasgo
autoral que la directora ha mantenido en
sus dos largometrajes es el de no dar al
público lo que exige y que está
acostumbrado a ver sino, por el contrario,
exigir del público algo más
de lo que normalmente quiere dar. En La
ciénaga no existía
un hilo argumental del que aferrarse, y
sólo una vez concluída la
película y reflexionando sobre ella
uno podía terminar de comprenderla,
(si es que realmente se puede comprender
una película de Lucrecia Martel).
En La niña santa
si bien tenemos una historia y una estructura
narrativa más tradicional, la directora
guionista nos ahorra el desenlace, como
diciendo: "yo podría cerrar
esta película de una manera más
complaciente, pero de nada serviría".
Otra vez se nos invita a repensar la película,
orientándonos a encontrar su esencia
en lo visto hasta entonces.
Profundizar mucho en el análisis
de una película tan abierta a la
interpretación del espectador es
internarse otra vez en la subjetividad más
absoluta. Se nos ofrece un sinfín
de puntas interrelacionadas entre sí
como son la acústica, la sensualidad,
la religión, la enfermedad, las pulsiones,
la medicina, el provincianismo, la moral.
Interpretaciones puede haber tantas como
espectadores, y arriesgar una es negar otras
no menos válidas.
Y un párrafo aparte merecen las excelentes
y hermosísimas actrices María
Alché y Julieta Zylberberg, quienes
fueron seleccionadas de entre 1400 chicas
para sus respectivos roles. No son las típicas
carilindas a las que los cánones
de belleza nos tienen acostumbrados, sino
que se trata de una belleza sutil, que se
lee en sus enigmáticos antes que
expresivos rostros. Dos revelaciones a seguir.
1 - El Amante Cine - Nº 145
- Pág. 12
2 - Idem.
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