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La terminal, de Steven Spielberg
DEDICÁTE A LOS DINOSAURIOS

por Diego Faraone (marzo, 2005)
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Cuatro consagrados directores norteamericanos se encuentran hoy en notorio declive: Woody Allen, Joel Coen, Martin Scorsese y Steven Spielberg. Las últimas películas de todos ellos distan mucho en calidad de las que habían logrado en sus grandes momentos, pese a que dos de ellos (Spielberg y Scorsese) gozan hoy de presupuestos infinitamente superiores. De todos modos, son todos grandes artesanos y siempre es un placer, aunque sea un placer menor, reencontrarse con ellos en la sala de cine, como quien va a visitar un viejo amigo.


Spielberg es quien menos ha flaqueado, en parte porque siempre supo darle un muy buen ritmo a sus narraciones. La terminal es una película muy entretenida, que se recomienda ver sencillamente porque son dos horas de esparcimiento asegurado. Nada se le puede reprochar desde el punto de vista técnico al director, quien hace un espectacular despliegue de sus conocimientos, logrando algunos planos secuencia asombrosos, y utilizando una considerable cantidad de extras que caminan permanentemente en todas direcciones.


La película también tiene sus fallas. A los quisquillosos les puede molestar la forma caricaturesca en que son presentados algunos personajes, la poca química que hay en la historia de amor entre Tom Hanks y Catherine Zeta Jones, y la excesiva edulcoración en algunas escenas finales.


Pero hay dos momentos que rechinan particularmente. El primero se da cuando Viktor Navorsky, el protagonista, famélico, que habiendo conseguido 75 centavos de dólar corre desesperado a comprarse una hamburguesa a Burger King. Inmediatamente, una vez que consigue más dinero, vuelve a ir, pero esta vez a comerse un combo entero, y en su semiinfantil rostro se vislumbra un placer dionisíaco al devorar vorazmente su comida rápida.


Es perfectamente comprensible que en una película se haga propaganda a los spónsors, quienes cubren gran parte de los costos de producción, y que por lo tanto durante el metraje se vean determinados logos de marcas conocidas, pero pareciera que hoy en día no basta con sólo mostrar la marca, sino que además hay que señalarla y remarcarla. En Náufrago, en Yo, Robot, y en La terminal la publicidad, señalada explícitamente desde el guión, ya raya la alevosía, aparte de entorpecer la narración y de restarle credibilidad a las situaciones.


El segundo punto rechinante surge cerca del final. Viktor logró por fin escapar de la terminal, y da un pequeño paseo en un taxi por New York. Cuando por fin es libre de volver a su país natal el taxista le pregunta: "¿Adónde desea ir?" Él, con mirada extraviada y soñadora responde, demorándose un poco, "a casa". Más de la mitad de los espectadores seguramente esperaban tan previsible respuesta. Es lógico que se prevean los diálogos monosilábicos de Stallone en Rambo III, pero que un director de la talla de Spielberg caiga en tan barato y pseudosentimental lugar común es casi imperdonable.


Pero no es ni por lejos lo peor. La terminal está disfrazada de crítica al sistema cuando en realidad funciona como algo diametralmente opuesto. Los espectadores poco atentos considerarán que Spielberg denuncia la burocracia, la discriminación y el maltrato al extranjero por parte de las autoridades aeroportuarias de los Estados Unidos, como una secuela de la paranoia posterior al 11 de setiembre.


Sin embargo Spielberg es un tipo que forma parte del sistema norteamericano, y lo que hace, tal vez sin darse cuenta, es defenderlo. La terminal que expone es un mundo imaginario que sólo puede existir en la cabeza de Spielberg, y cualquier punto de contacto que esta pueda tener con la realidad es mera coincidencia.


Lo que la película nos muestra es un país que acoge a los extranjeros dándoles trabajo, (en la terminal los empleados son de diversos puntos del globo), y que si uno es paciente, pacífico, respetuoso, sensible e inteligente como Viktor Navorsky el sistema norteamericano terminará, a la larga, por integrarlo. La terminal está a años luz de parecer kafkiana, más bien parece extraída de un cuento de hadas; no sólo es un lugar habitable, sino que hasta a algún espectador podría llegar a gustarle vivir allí, y como se sabe, las traumáticas anécdotas que personas de todo el mundo cuentan acerca de los aeropuertos estadounidenses existentes en la realidad erizan el pelo hasta al más valiente.


Hace pocos años Ridley Scott, otro gran artesano, dirigió La caída del halcón negro, una película bélica muy entretenida e impresionante a nivel técnico que en apariencia mostraba los horrores y desastres de la guerra. Luego de una lectura atenta, el mensaje implícito que surgía era que si el gobierno de los Estados Unidos invirtiera más dinero de defensa, no morirían tantos soldados norteamericanos en vano, y los daños serían minimizados.


En el caso de La caída... se justifica uno de los peores vicios del gobierno norteamericano. La terminal no es necesariamente una justificación a las trabas que impone el gobierno a los extranjeros, pero se las muestra hasta tal punto atenuadas que uno puede llegar a sospechar que el director quisiera disminuír y acallar una problemática que aqueja a diario a muchísima gente.


Spielberg está filmando una nueva versión de La guerra de los mundos de H. G. Welles, supuestamente la nueva superproducción más cara de la historia. Ojalá en este caso el director no deje filtrar su ideología, porque puede arruinar una historia por demás maravillosa.

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