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Apuntes para una historia
PIONEROS DEL CINE PORNOGRÁFICO

por Álvaro Sanjurjo Toucon (abril, 2006)




El cine pornográfico existe prácticamente desde los mismos albores del séptimo arte. El género no obstante carece, por varios y diferentes motivos, del sitial que le corresponde en las historias del cine.

Las llamadas “moral y buenas costumbres” habían relegado la producción porno a ámbitos más o menos indecentes y/o clandestinos: prostíbulos, fiestas para hombres, y algunas “salas especializadas”. En Montevideo merece recordarse el cine “Hindú” y su ingenua selección de “short films picarescos” que supieron compartir pantalla con las “atrevidas” realizaciones del sueco Ingmar Bergman. Todo ello apadrinado por la consabida “franja verde” que la legislación de la época exigía en programas y en la publicidad de estas producciones de “contenido erótico”. Títulos a su vez galardonados con las calificaciones de “no autorizado para menores de 18 años” e “inconveniente para señoras y señoritas”.

Ha sido la TV cable para abonados –a través de canales como “Playboy” y “Venus” en el medio uruguayo- la que permitió al más duro cine porno ingresar al hogar y a otros ámbitos que en el pasado permanecieran hipócritamente ajenos a este género. Concretándose así una “democratización” del porno que ya se había iniciado con el VHS (generador de exhibiciones en hoteles para parejas, microcines con mayoría de espectadores de oscuras preferencias sexuales, y también motivo de “secciones reservadas” en todo tipo de videoclubes) .

Hoy el cine pornográfico es una industria legal –aunque ocasionalmente se le vincule con grupos como la “mafia” y el “narcotráfico”- que cuenta con conocidas estrellas y numerosos y serios estudios al respecto.

Por todo ello parece pertinente ir a la búsqueda de los orígenes de esta modalidad cinematográfica. La tarea es ardua porque no es fácil acceder a los films. Sus autores y protagonistas en su casi totalidad han muerto y, lo que resulta especialmente engorroso, quienes poseen datos concretos se resisten a “mancillar” el nombre de figuras públicas muchas veces ligadas a los orígenes del cine “porno”.

Con el propósito de efectuar un aporte para investigadores del futuro, es que damos a conocer nuestro modesto “banco de datos cinemato/porno/gráficos”.


LA CRUZ Y LA CORONA

A comienzos de la década del noventa Televisión Española exhibió una serie titulada Imágenes perdidas, donde en colaboración con Filmoteca Española se rescataban valiosas películas que conformaban la historia del cine de ese país. Allí, ejemplificando a la producción “pornográfica”, aparecía un film de comienzos del siglo XX llamado El confesor. Breve cortometraje donde un sacerdote católico se aproximaba a opulenta dama al tiempo que levantaba sus polleras, manoteaba entre las piernas de la agraciada, la desvestía completamente, y luego le prodigaba lujuriosas caricias. El film, sumamente ingenuo para un espectador del siglo XXI, está realizado con cámara fija y en una única toma en plano general. Del mismo se desprende una actitud crítica hacia el clero y el catolicismo, y también se da testimonio de un ideal estético de belleza propio de la época del rodaje. Una concepción del atractivo femenino donde los sucesivos y voluptuosos “rollos” hacen de la protagonista un anticipo del célebre aviso de los neumáticos “Michelin” antes que un paradigma erótico según pautas más actuales.

Sin mayores aclaraciones sobre su origen, TVE colocó en primer plano a este olvidado “clásico”. Una consulta con algunos historiadores españoles del cine, conocedores de El confesor, film sobre el cual poco o nada escribieron, nos permitió saber que:


a) esos films pornográficos españoles de comienzos del siglo XX fueron con frecuencia rodados por los hermanos Baños, pioneros del cine español socialmente aceptado, radicados en Barcelona.

b) quienes encargaban estos títulos (y acaso financiaban la producción) eran de manera preponderante las más altas jerarquías de la Iglesia hispana en asociación con la mayor figura del reino: Alfonso XIII (abuelo del actual monarca Juan Carlos I).

c) si bien Alfonso XIII poseía intereses en el negocio de la exhibición cinematográfica, estos títulos pornográficos, entre los que se encuentra El confesor, no tendrían un interés mayoritariamente comercial sino que eran concebidos para consumo y satisfacción de un grupo político social determinado: la realeza y el clero.



ORGASMOS RIOPLATENSES

Testigos diversos cuentan que cuando Henri Langlois, figura máxima de la Cinemateca Francesa, visitó el Uruguay allá por los años cincuenta, algunos miembros de Cine Universitario del Uruguay le facilitaron la visión del film pornográfico argentino El ladrón. Langlois finalmente habría obtenido en nuestro país una copia del mismo (según otros se robó la copia) que pasó a integrar la por entonces no demasiado publicitada sección pornográfica de su célebre archivo de films.

Por ese entonces una generalizada leyenda cineclubística atribuía El ladrón al realizador argentino Luis César Amadori. El dato era solamente eso, un dato difícil de corroborar. El film, sumamente elemental en su propuesta, presuntamente rodado en los años treinta, presenta una peculiaridad narrativa que le distingue de sus rústicos contemporáneos: trabaja con acciones alternadas, incluye el llamado “montaje paralelo”. Aquí, una dama solitaria se masturba en su cama, luego un corte nos lleva hasta el ladrón que ingresa furtivamente a la vivienda, la acción retorna al convulsionado cuerpo y agitadas manos de la protagonista, y luego al avance hacia el dormitorio por parte del intruso. Así va progresando el desarrollo hasta que ambos personajes coinciden en el lecho dando rienda suelta a sus apetencias contenidas. Bastantes años antes y con extrema pudicia, Griffith había narrado otros hechos a través de este mecanismo que le convirtiera en un pionero del relato fílmico. Los espectadores de El ladrón, a excepción de los iniciados cineclubistas y el erudito Langlois, seguramente no vislumbraron estos aspectos de la realización.

En el XXI Festival Internacional de Cine de Mar del Plata –9 al 19 de marzo de 2006- tuvimos ocasión de entrevistar a un conocido realizador argentino quien poseía importante información referente a El ladrón. Este realizador -santafesino que nos pidió no “dar su nombre”, si bien es una figura que supo “Dar la cara” (*)- negó que El ladrón hubiera sido realizada por Amadori, ya que conocía a su autor: Roque Giaccovino, director de fotografía que entre los años 1937 y 1956 trabajara a las órdenes de Luis César Amadori, Hugo Fregonese, Leopoldo Torres Ríos, Luis Bayón Herrera y Enrique Cahen Salaverry, entre muchos otros.

Giaccovino, quizás antes de ser director de fotografía, pero trabajando ya en la industria, fue quien rodó el film, según certera afirmación de nuestro interlocutor. Giaccovino se desempeñaba en Sono Film y luego de cumplida su jornada normal de trabajo, junto a algunos otros técnicos, rodó El ladrón, película muda, afirmó nuestro gentil informante.

Al parecer era una práctica bastante generalizada la de utilizar las instalaciones y los técnicos de los estudios en horario posterior al normal, para dar paso a los rodajes pornográficos. Práctica similar habría tenido lugar en la industria mexicana y también en la cubana; en este último caso según referencia aportada en el mismo Festival de Mar del Plata por Luciano Castillo, de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, Cuba.



DE ENTRECASA



Acerca de la producción pornográfica uruguaya no poseemos mayores datos. Y como única y concreta referencia podemos citar a NN. Era NN un modesto realizador uruguayo, con algunas incursiones en el cine publicitario y en olvidados documentales de cortometraje. Sus inquietudes en el aspecto técnico le habían llevado a construir las instalaciones imprescindibles para revelar (en su domicilio) films en 16 milímetros, lo cual le daba cierta independencia respecto a los laboratorios existentes en el medio. Así, durante fines de los setenta y comienzos de los ochenta, trabajaba desde su “oficina” instalada en el desaparecido café Sorocabana de la Plaza Cagancha (Libertad). Su asistente y secretaría era una mujer que también era su pareja. Según referencias de uno de los “mozos” del referido café –un actor teatral luego emigrado a España- NN había desarrollado una pequeña industria de “cine porno” que comercializaba personal y directamente, a la vez que era quien dirigía, producía, rodaba, revelaba y compaginaba los films, mientras que la “star” era su polifacética asistenta, secretaria y pareja. Seguramente NN no fue el primer realizador de cine porno uruguayo, pero es el único del que poseemos referencias directas y cierto conocimiento personal que nos permite suponer muy probables los datos aportados por el actor teatral y “mozo” del Sorocabana.

El hechizo de Afrodita es cosa de película.


(*) El realizador argentino oriundo de la provincia de Santa Fé que brindara la información prefirió mantener su anonimato porque, según manifestó: “Giaccovino no está vivo para efectuar los descargos que creyese convenientes”.

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