
El cine pornográfico existe prácticamente
desde los mismos albores del séptimo
arte. El género no obstante carece,
por varios y diferentes motivos, del sitial
que le corresponde en las historias del
cine.
Las llamadas
“moral y buenas costumbres”
habían relegado la producción
porno a ámbitos más o menos
indecentes y/o clandestinos: prostíbulos,
fiestas para hombres, y algunas “salas
especializadas”. En Montevideo merece
recordarse el cine “Hindú”
y su ingenua selección de “short
films picarescos” que supieron compartir
pantalla con las “atrevidas”
realizaciones del sueco Ingmar Bergman.
Todo ello apadrinado por la consabida “franja
verde” que la legislación de
la época exigía en programas
y en la publicidad de estas producciones
de “contenido erótico”.
Títulos a su vez galardonados con
las calificaciones de “no autorizado
para menores de 18 años” e
“inconveniente para señoras
y señoritas”.
Ha sido
la TV cable para abonados –a través
de canales como “Playboy” y
“Venus” en el medio uruguayo-
la que permitió al más duro
cine porno ingresar al hogar y a otros ámbitos
que en el pasado permanecieran hipócritamente
ajenos a este género. Concretándose
así una “democratización”
del porno que ya se había iniciado
con el VHS (generador de exhibiciones en
hoteles para parejas, microcines con mayoría
de espectadores de oscuras preferencias
sexuales, y también motivo de “secciones
reservadas” en todo tipo de videoclubes)
.
Hoy el
cine pornográfico es una industria
legal –aunque ocasionalmente se le
vincule con grupos como la “mafia”
y el “narcotráfico”-
que cuenta con conocidas estrellas y numerosos
y serios estudios al respecto.
Por todo
ello parece pertinente ir a la búsqueda
de los orígenes de esta modalidad
cinematográfica. La tarea es ardua
porque no es fácil acceder a los
films. Sus autores y protagonistas en su
casi totalidad han muerto y, lo que resulta
especialmente engorroso, quienes poseen
datos concretos se resisten a “mancillar”
el nombre de figuras públicas muchas
veces ligadas a los orígenes del
cine “porno”.
Con el
propósito de efectuar un aporte para
investigadores del futuro, es que damos
a conocer nuestro modesto “banco de
datos cinemato/porno/gráficos”.
LA CRUZ Y LA CORONA
A comienzos
de la década del noventa Televisión
Española exhibió una serie
titulada Imágenes perdidas,
donde en colaboración con Filmoteca
Española se rescataban valiosas películas
que conformaban la historia del cine de
ese país. Allí, ejemplificando
a la producción “pornográfica”,
aparecía un film de comienzos del
siglo XX llamado El confesor.
Breve cortometraje donde un sacerdote católico
se aproximaba a opulenta dama al tiempo
que levantaba sus polleras, manoteaba entre
las piernas de la agraciada, la desvestía
completamente, y luego le prodigaba lujuriosas
caricias. El film, sumamente ingenuo para
un espectador del siglo XXI, está
realizado con cámara fija y en una
única toma en plano general. Del
mismo se desprende una actitud crítica
hacia el clero y el catolicismo, y también
se da testimonio de un ideal estético
de belleza propio de la época del
rodaje. Una concepción del atractivo
femenino donde los sucesivos y voluptuosos
“rollos” hacen de la protagonista
un anticipo del célebre aviso de
los neumáticos “Michelin”
antes que un paradigma erótico según
pautas más actuales.
Sin mayores
aclaraciones sobre su origen, TVE colocó
en primer plano a este olvidado “clásico”.
Una consulta con algunos historiadores españoles
del cine, conocedores de El confesor,
film sobre el cual poco o nada escribieron,
nos permitió saber que:
a) esos films pornográficos españoles
de comienzos del siglo XX fueron con frecuencia
rodados por los hermanos Baños, pioneros
del cine español socialmente aceptado,
radicados en Barcelona.
b) quienes
encargaban estos títulos (y acaso
financiaban la producción) eran de
manera preponderante las más altas
jerarquías de la Iglesia hispana
en asociación con la mayor figura
del reino: Alfonso XIII (abuelo del actual
monarca Juan Carlos I).
c) si bien
Alfonso XIII poseía intereses en
el negocio de la exhibición cinematográfica,
estos títulos pornográficos,
entre los que se encuentra El confesor,
no tendrían un interés mayoritariamente
comercial sino que eran concebidos para
consumo y satisfacción de un grupo
político social determinado: la realeza
y el clero.
ORGASMOS RIOPLATENSES
Testigos
diversos cuentan que cuando Henri Langlois,
figura máxima de la Cinemateca Francesa,
visitó el Uruguay allá por
los años cincuenta, algunos miembros
de Cine Universitario del Uruguay le facilitaron
la visión del film pornográfico
argentino El ladrón.
Langlois finalmente habría obtenido
en nuestro país una copia del mismo
(según otros se robó la copia)
que pasó a integrar la por entonces
no demasiado publicitada sección
pornográfica de su célebre
archivo de films.
Por ese
entonces una generalizada leyenda cineclubística
atribuía El ladrón
al realizador argentino Luis César
Amadori. El dato era solamente eso, un dato
difícil de corroborar. El film, sumamente
elemental en su propuesta, presuntamente
rodado en los años treinta, presenta
una peculiaridad narrativa que le distingue
de sus rústicos contemporáneos:
trabaja con acciones alternadas, incluye
el llamado “montaje paralelo”.
Aquí, una dama solitaria se masturba
en su cama, luego un corte nos lleva hasta
el ladrón que ingresa furtivamente
a la vivienda, la acción retorna
al convulsionado cuerpo y agitadas manos
de la protagonista, y luego al avance hacia
el dormitorio por parte del intruso. Así
va progresando el desarrollo hasta que ambos
personajes coinciden en el lecho dando rienda
suelta a sus apetencias contenidas. Bastantes
años antes y con extrema pudicia,
Griffith había narrado otros hechos
a través de este mecanismo que le
convirtiera en un pionero del relato fílmico.
Los espectadores de El ladrón,
a excepción de los iniciados cineclubistas
y el erudito Langlois, seguramente no vislumbraron
estos aspectos de la realización.
En el XXI
Festival Internacional de Cine de Mar del
Plata –9 al 19 de marzo de 2006- tuvimos
ocasión de entrevistar a un conocido
realizador argentino quien poseía
importante información referente
a El ladrón. Este
realizador -santafesino que nos pidió
no “dar su nombre”, si bien
es una figura que supo “Dar la cara”
(*)- negó que El ladrón
hubiera sido realizada por Amadori, ya que
conocía a su autor: Roque Giaccovino,
director de fotografía que entre
los años 1937 y 1956 trabajara a
las órdenes de Luis César
Amadori, Hugo Fregonese, Leopoldo Torres
Ríos, Luis Bayón Herrera y
Enrique Cahen Salaverry, entre muchos otros.
Giaccovino,
quizás antes de ser director de fotografía,
pero trabajando ya en la industria, fue
quien rodó el film, según
certera afirmación de nuestro interlocutor.
Giaccovino se desempeñaba en Sono
Film y luego de cumplida su jornada normal
de trabajo, junto a algunos otros técnicos,
rodó El ladrón,
película muda, afirmó nuestro
gentil informante.
Al parecer
era una práctica bastante generalizada
la de utilizar las instalaciones y los técnicos
de los estudios en horario posterior al
normal, para dar paso a los rodajes pornográficos.
Práctica similar habría tenido
lugar en la industria mexicana y también
en la cubana; en este último caso
según referencia aportada en el mismo
Festival de Mar del Plata por Luciano Castillo,
de la Escuela Internacional de Cine y TV
de San Antonio de los Baños, Cuba.
DE ENTRECASA
Acerca de la producción pornográfica
uruguaya no poseemos mayores datos. Y como
única y concreta referencia podemos
citar a NN. Era NN un modesto realizador
uruguayo, con algunas incursiones en el
cine publicitario y en olvidados documentales
de cortometraje. Sus inquietudes en el aspecto
técnico le habían llevado
a construir las instalaciones imprescindibles
para revelar (en su domicilio) films en
16 milímetros, lo cual le daba cierta
independencia respecto a los laboratorios
existentes en el medio. Así, durante
fines de los setenta y comienzos de los
ochenta, trabajaba desde su “oficina”
instalada en el desaparecido café
Sorocabana de la Plaza Cagancha (Libertad).
Su asistente y secretaría era una
mujer que también era su pareja.
Según referencias de uno de los “mozos”
del referido café –un actor
teatral luego emigrado a España-
NN había desarrollado una pequeña
industria de “cine porno” que
comercializaba personal y directamente,
a la vez que era quien dirigía, producía,
rodaba, revelaba y compaginaba los films,
mientras que la “star” era su
polifacética asistenta, secretaria
y pareja. Seguramente NN no fue el primer
realizador de cine porno uruguayo, pero
es el único del que poseemos referencias
directas y cierto conocimiento personal
que nos permite suponer muy probables los
datos aportados por el actor teatral y “mozo”
del Sorocabana.
El hechizo
de Afrodita es cosa de película.
(*) El realizador argentino oriundo de la
provincia de Santa Fé que brindara
la información prefirió mantener
su anonimato porque, según manifestó:
“Giaccovino no está vivo
para efectuar los descargos que creyese
convenientes”.
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