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El nuevo mundo, de Terrence Malick
RETRATOS AL NATURAL

por Alejandro Yamgotchian (diciembre, 2006)




Un proyecto que estuvo 25 años durmiendo en un cajón. El cajón del escritorio de un veterano realizador que tan solo cuenta con cuatro largometrajes en su carrera y que los hace una vez cada tanto, al mejor estilo del ya fallecido Stanley Kubrick. Entre su segundo trabajo (Días de gloria, 1978) y el tercero, La delgada línea roja (1998), pasaron veinte años (se había retirado a Francia, pasando casi desapercibido). Y entre este último y el siguiente (El nuevo mundo) siete.

Hacer un balance de fin de año nos llevaría mucho tiempo y es por eso que preferimos concentrarnos en la que por esta casa ha sido una de las mejores películas del año. Porque El nuevo mundo (2005) ha marcado una diferencia considerable y desde muchos puntos de vista, dentro de un circuito comercial cada vez más bombardeado por productos industriales y también por una buena cantidad de esos tildados "independientes" y que en realidad copian disimuladamente fórmulas marketineras para poder abrirse paso en el mercado.

El nuevo mundo ha sido recientemente editada en DVD y video, y eso constituye una buena oportunidad para aquellos que no pudieron disfrutarla en cine (apenas duró una semana en cartel) y desean ver el excelente trabajo de un director que se toma sus tiempos para hacer las cosas, que nunca desea aparecer en campañas publicitarias; ni siquiera en fotografías; prácticamente no habla con la prensa.

Malick tiene muy bien estudiado el paño. La delgada línea roja supo contar con varias estrellas que sin embargo se vieron opacadas ante una mirada atípica sobre la inutilidad de la guerra; por una visión que trascendía la anécdota para meterse en el costado humano y hundirse de lleno en la naturaleza, personaje gravitante y todo un marco para la reflexión en casi todos los trabajos de este realizador.

En El nuevo mundo hay dos culturas (los exploradores ingleses y los nativos americanos, a comienzos del siglo XVII) estudiadas casi de manera antropológica aunque no precisamente desde el libreto sino a partir de la fotografía. El hombre a cargo de la misma ha sido el mexicano Emmanuel Lubezki, quien junto con Malick ha sido el alma máter de la obra, logrando incluso una nominación al Oscar dentro de su rubro.

Una vez más, la historia, lo que pasa, no es lo más importante. El mítico romance de Pocahontas con uno de los colonizadores británicos, a partir de las narraciones (siete libros) del propio explorador protagonista John Smith (interpretado por Colin Farrell), es tan solo un soporte para lo que realmente importa; una mirada escrupulosa, una visión muy personal, entre el drama y el documental (se usó cámara en mano prácticamente durante todo el rodaje), de dos grupos de seres humanos en tierras intactas, sin necesidad de establecer bandos de buenos y malos.

El ojo y el oído de Malick contemplan lo que esos nativos y exploradores no pueden apreciar, y lo vuelcan equilibradamente y con un detallismo tal que lo llevó a componer y supervisar prácticamente cada uno de los planos en el momento, sin guión técnico ni papel en mano, experimentando, a veces diciéndole a los actores que caminaran hacia donde quisieran y hasta agarrándolos in fraganti, apenas ellos pensaban que había finalizado la toma; indicándole a Lubezki (casi siempre con cámara al hombro) que filmara lo que a él le pareciera inspirador, no sin antes tener una larga charla. Eso lo llevó luego a hacer una selección entre un montón de material filmado; lo que iba a ser un largometraje de dos horas y media, por razones comerciales tuvo que ser reducido (lamentablemente) a 135 minutos.

Las tomas magistrales, refinadas, se codean con las de un soñador, dueño de un espíritu formado en base a agudas observaciones y reflexiones que hasta trazan paralelismos con grupos humanos contemporáneos, donde reina la envidia, el dolor y la violencia. Pero lo más llamativo es que todo es real, dentro de esa ficción. No hay efectos especiales por computadora ni tampoco cables ni luces; tan solo luz natural y el fuego durante la noche, también en los interiores de las casas.

En los dos bandos hay valores y sufrimiento, y eso llevó a Malick a emparentar todo con el contexto donde se mueve; una tierra pura, fértil, majestuosa, y una historia cuyo trasfondo cultural quiso ser lo más auténtico posible. De ahí que el director norteamericano se asesorara con expertos en Lingüística, Arqueología, Historia, y que también mantuviera largas charlas con escritores, profesores y hasta un miembro del Consejo de Indígenas de Virginia. Malick mismo ha volcado sus conocimientos como Profesor de Filosofía que es.

Asombra también lo que esta película logra captar desde la flora y la fauna, desde personajes que irrumpen en paisajes, formando parte de cuadros vivientes e interactuando como un todo, que abarca desde insectos en los bosques hasta nubes suspendidas. La esencia de El nuevo mundo no pasa más bien por lo que se dice sino por el cómo se registra, por ese momento justo donde el montaje pasa de un plano a otro sin perder el tiempo en descripciones. La narración es básicamente visual, los actores hablan muy poco; cuando lo hacen es más bien en off.

Sin dudas que esto ha sido todo un desafío, porque, insistimos, estamos ante un drama romántico que es tan solo un pretexto para dar protagonismo a otras cosas, a una naturaleza en potencia que fue testigo, sí, de cómo casi toda una colonia murió víctima del hambre y las enfermedades, de cómo un grupo de nativos se vio invadido en sus más preciados tesoros: sus cultivos, sus hogares pero especialmente la paz y la libertad.

Malick logra algo cautivante, por momentos una poderosa obra maestra, cuya banda sonora (brillante James Horner) también irrumpe acompañando los sentimientos escondidos de los personajes y minimizando la acción y el sonido en escena. Y es por eso que al El nuevo mundo la elegimos como una de las mejores películas del año. Por suerte, para su próximo trabajo no va a haber que esperar tanto; tan solo un par de años más. Y se trata de otro proyecto que concibió hace casi 30 años y lo tuvo guardado... hasta ahora. Se titula The Tree of Life (El árbol de la vida) y ha dicho, a sus 63 años recién cumplidos, que se trata de su trabajo más personal. Habrá que esperarlo, entonces, deseándole a la futura obra, eso sí, un poco más de tiempo en cartel. Lejos del éxito, la fama, la publicidad y las alfombras rojas, lo que hace Malick es noble, sentido; es cine de verdad.

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