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LAS TRILLIZAS DE BELLEVILLE


Título original
: Les Triplettes de Belleville
País y año de producción: Bélgica / Canadá / Francia / Inglaterra, 2003
Dirección: Sylvain Chomet
Guión: Sylvain Chomet
Duración: 80 minutos
Calificación: No determinada, a la fecha de estreno (en Argentina: Apta para todo público)
Género: Animación
Sitio Web: http://www.sonyclassics.com/triplets/



Reseña argumental: La historia se centra en Madame Souza vive y su melancólico nieto Champion, que viven en una colina en las afueras de París. Un día la abuela le regala un triciclo al nieto. Años más tarde, la ciudad ha crecido hasta casi ahogarlos, y el triciclo ha sido reemplazado por una bicicleta de dos ruedas. Durante la celebración del Tour de France, el nieto es secuestrado por siniestros "hombres de negro", y la abuela, con su fiel perro Bruno y un extraño grupo musical, se lanzará a una misión de rescate hasta una suerte de Nueva York gálica.

El director Sylvain Chomet debuta con este largometraje como director pero tiene antecedentes en cortos y especialmente historietas.






LA DISTINCIÓN NO BASTA

Uno esperaba mucho más de esta película, teniendo en cuenta los elogios y reconocimientos internacionales que la predecían. Que una película animada, venga de donde venga, demuestre una intención diferente a lo que suele invadirnos desde Hollywood no es sinónimo de garantía. Quizá no alcance un análisis a simple vista pero sí uno más o menos mediano para darse cuenta de que esta película vale mucho menos de lo que aparenta.

Pensar que cuando hace unos años se estrenaba en Montevideo Fantasía 2000 (James Algar, Gaetan y Paul Brizzi, Hendel Butoy, Francis Glebas, Eric Goldberg, Pixote Hunt, 1999) las críticas en general fueron muy mediocres. Lo que se tenía en cuenta era la comparación con la original pero no cada uno de los animadores que allí trabajaron y que, si bien realizaron declarados homenajes, también aportaban su talento e imaginación para darnos un notable trabajo que, oh casualidad y como Las trillizas de Belleville (2003), también se inspiraba en grandes maestros de la animación.

Subvalorarla por tratarse de una nueva versión o bien por el solo hecho de ser americana y, en una actitud insólita, meterla en la misma bolsa de productos industriales con ideas ingeniosas pero mal llevadas, era lo menos indicado. Al parecer todo lo que venga de Francia debe ser bueno, o por ahí quizá no lo sea pero igual hay que decirlo, porque no sea cosa que la elite salga a juzgar o que uno pueda parecer poco inteligente. Esto sin desmerecer a colegas que justificaron por su lado el por qué les pareció que esta animación valía la pena. Hay que respetarlo, por supuesto.

Ahora bien; el perfil de esta animación es mucho más influyente que la historia y los personajes que se presentan. Entre el surrealismo, la locura, la ironía y hasta lo bizarro, en el estricto sentido de la palabra, la película luce demasiado maquillada. Como muy preocupada por experimentar y no en pensar tanto en personajes o en una historia un poco más ágil y nutrida; en presentar situaciones, caricaturas y críticas bienvenidas pero poco incisivas.

Las sátiras (ya aplicadas en un corto anterior de Chomet hacia una familia de turistas estadounidenses) no van solo para esa Belleville que en realidad es Nueva York (habrían tantos simbolismos a desarrollar...) sino también para los franceses y los italianos. La obesidad y el consumismo norteamericano, la mafia italiana, y los vinos, el Tour de France, la vivienda mugrosa de las trillizas y una ciudad de París con habitantes ahogados inconscientemente por el urbanismo, por el lado francés, aparecen más bien etiquetados. Claro; puede que se lo muestre como a la pasada y está bien, aunque el trato hacia los animales tampoco es el mejor (un chancho, las ranas, el propio perro Bruno). Pero lo que queda entonces es un relato lento, aburrido, pretencioso y con personajes que pueden resultar tan llamativos como repulsivos. Que tenga estilo no significa que tenga profundidad, o mejor dicho, que efectivice lo aquí sustancial.

Los escasos 80 minutos de duración son eternos. Esta película pudo haber sido perfectamente un cortometraje. Algunos gags no dan pie en bola y otros redundan. Algunas situaciones sobran porque ya se vieron infinidad de veces en antecedentes mucho más inspirados. Y aquí viene lo medular, aquello en lo que Chomet insiste haciéndole creer al espectador que es algo original, en especial por la duración de algunas escenas y la fijación de numerosos planos: las influencias y sus contradicciones.

La más clara e insólita es la referente a Walt Disney. Por un lado el propio Chomet declaró que se vio netamente influenciado por el Disney de la década del ´60, especialmente por 101 Dálmatas (Wolfgang Reitherman, Hamilton Luske, Clyde Geronimi, 1961); de hecho el perro de Las trillizas de Belleville tiene su protagonismo, incluso hasta para sus sueños (como Dumbo). Y por otro le da una patada terrible al Ratón Mickey con ese proyectorista que hacía funcionar la máquina de los mafiosos en que estaban pedaleando los ciclistas secuestrados, el atuendo de la abuela que lo sustituye e incluso hasta cierta similitud con el rostro de Walt. Parece que las pavadas de asociar a Disney y peor aún a sus personajes con lo peor de Estados Unidos sigue imponiéndose por encima de su gran talento. Si Jeffrey Katzenberg prefirió agarrárselas en Shrek (y secuela) con estos últimos por resentido es una cosa. Pero a Sylvain Chomet se le fue la mano. Aparte una cosa es Disney artista y otra Disney industria.

Siguiendo con las caricaturas podemos observar a un Fred Astaire comido por sus propios zapatos, y a una Josephine Baker (no olvidar que ella fue víctima de un racismo brutal en Estados Unidos y se trasladó a Europa, donde tuvo gran éxito) cuyas bananas de vestuario son arrancadas por monos-espectadores que suben al escenario.

También hay influencias del gran competidor de Walt, el austríaco Max Fleischer; basta con apreciar el estilo de Betty Boop y los dibujos de Popeye. Y la lista sigue: el Droopy de Tex Avery, la visión postapocalíptica del primer Jeunet (junto a Marc Caro) de Delicatessen (1991) y La ciudad de los niños perdidos (1995), por no citar a la insoportable Amèlie (Jeunet, 2001), los dibujos más extraños (pero no por eso desechables) de la vieja Warner, ni qué hablar de los vanguardistas europeos de la década del ´20, del cual el propio Disney tomó elementos para su Fantasía (Ritcher, Eggeling, Delluc, Autant-Lara, Man Ray) y por qué no de la audacia de Ralph Bakshi.

Ah, detalle importante; para hacernos saber que es un gran admirador del humor de Jacques Tati, Chomet hace ver al espectador una foto de Las vacaciones del Sr. Hulot (1953) y, en la televisión de las trillizas, un pasaje de Día de fiesta (1947). Ahora, podría ser un poco menos evidente. De todas maneras, su película también opera de forma parecida.

Alejandro Yamgotchian


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