
                                        Título original: Solntse
                                        País y año de producción: 
                                        Francia / Italia / Suiza / Rusia, 2005
                                        Dirección: Aleksandr 
                                        Sokurov
                                        Guión: Yuri Arabov, 
                                        Jeremy Noble
                                        Con: Issei Ogata, Robert 
                                        Dawson, Kaori Momoi, Shiro Sano, Shinmei 
                                        Tsuji
                                        Duración: 115 
                                        minutos
                                        Calificación: 
                                        No determinada a la fecha de estreno (en 
                                        Brasil: Apta para todo público)
                                        Género: Drama 
                                        / Histórico
                                        Sitio Web: http://taiyo-movie.com/
                                        
                                        
                                        
                                        
                                        Reseña argumental: Esta 
                                        es la más reciente entrega del 
                                        director Sokurov (las anteriores: Moloch, 
                                        1999, sobre Hitler: Taurus, 
                                        2001, sobre Lenin) acerca de diversas 
                                        figuras de primera línea de la 
                                        historia política del siglo XX. 
                                        Esta vez se trata del emperador japonés 
                                        Hirohito, que dejó de ser un dios 
                                        luego del bombardeo atómico norteamericano 
                                        a Hiroshima y Nagasaki. Desde el título, 
                                        el film juega con una paradoja: remite 
                                        al Imperio del Sol Naciente, pero su luz 
                                        es la del ocaso.
                                      El director ruso Aleksandr Sokurov es 
                                        conocido por films como Madre 
                                        e hijo (1996), El arca 
                                        rusa (2002) y Padre e 
                                        hijo (2003). El coguionista Yuri 
                                        Arabov había estado justamente 
                                        en el libreto de Madre e hijo.
                                        
                                        
                                        
                                        
                                        
                                        EL OCASO DEL DIOS
                                        
                                        
                                        Hirohito fue emperador del Japón 
                                        desde 1926 hasta 1989, y su figura estaba 
                                        deificada, pertenecía al linaje 
                                        del Sol. El director ruso Aleksandr Sokurov 
                                        toma al personaje en el ocaso, en el año 
                                        1945. Se comprometío hasta el fin 
                                        de la II Guerra Mundial, con una política 
                                        militarista y expansionista de sus gobiernos, 
                                        en su afán de conquista del sudeste 
                                        asiático, alineándose con 
                                        el eje, Alemania e Italia.
                                        
                                        
                                        Tras las bombas atómicas arrojadas 
                                        por los norteamericanos sobre Hiroshima 
                                        y Nagasaki, que tomaron partido en esta 
                                        contienda, junto a Francia, Gran Bretaña, 
                                        URSS y otros países; luego del 
                                        ataque nipón a la base norteamericana 
                                        de Pearl Harbor, el Imperio del Sol Naciente 
                                        comenzó a quedarse reducido a sus 
                                        propias fronteras, desde las cuales continuaron 
                                        resistiendo, hasta decidir la capitulación 
                                        en 1945. La operación norteamericana 
                                        en Japón se extendió hasta 
                                        1952, y si bien Hirohito conservó 
                                        la dignidad real, fueron mermadas muchas 
                                        de sus prerrogativas. 
                                        
                                        
                                        Según la crítica cinematográfica 
                                        especializada, la obra de Sokurov se ha 
                                        preocupado por el tema del poder, y serían 
                                        títulos representativos Elegía 
                                        soviética, El 
                                        arca rusa, Moloch, 
                                        sobre Hitler, Taurus, 
                                        sobre Lenin. La mirada del realizador 
                                        sobre Hirohito es peculiar; Hirohito desde 
                                        las primeras imágenes del film, 
                                        ya no es la divinidad y lo explicitará 
                                        a uno de sus servidores: "mi 
                                        cuerpo es igual al de todos los japoneses". 
                                        Sokurov va mostrando al espectador la 
                                        vida cotidiana del emperador ante la inminencia 
                                        de su derrota, su pasión por la 
                                        biología, su quehacer poético 
                                        que revela tal vez cierto escepticismo 
                                        frente a la vida, el amor por su mujer 
                                        e hijo a quienes aleja de Tokio, una suerte 
                                        de descreimiento respecto del orgullo 
                                        nacional y su fragilidad.
                                        
                                        
                                        Hirohito se desliza por corredores casi 
                                        kafkianos, envuelto en una luz fría, 
                                        gris, sepia. La secuencia de la reunión 
                                        con sus ministros, ocasión en la 
                                        cual se decide la rendición incondicional 
                                        de Japón, puesto que la guerra 
                                        se ha perdido en todos los frentes, se 
                                        resuelve en un contexto de ambiguedad 
                                        trágico-grotesca. La hora del encuentro 
                                        con el general estadounidense Douglas 
                                        MacArthur, el vencedor de la contienda 
                                        bélica, no es el enfrentamiento 
                                        esperado, sino más bien la confrontación 
                                        de dos hombres, representantes de dos 
                                        grandes potencias, que al parecer han 
                                        sido manejados en sus "decisiones 
                                        políticas" respecto de la 
                                        vida de millones de seres humanos, por 
                                        titiriteros invisibles. No tienen conciencia 
                                        del mal desencadenado, del horror de la 
                                        guerra. 
                                        
                                        
                                        En los encuadres, Mac Arthur aparece casi 
                                        siempre en la penumbra. Hirohito hojea 
                                        un álbum de familia y es la única 
                                        vez que se aprecia un compromiso emocional, 
                                        íntimo. En el tiempo de la espera, 
                                        el hecho de dejar la cena intocada, sería 
                                        otra sutil revelación de su interioridad. 
                                        Pero tal vez no esté capacitado 
                                        para trascender a lo plural, al dolor 
                                        generalizado. Así como puede apreciar 
                                        la máscara de un samurai en la 
                                        caparazón de un cangrejo disecado, 
                                        está lejos del espíritu 
                                        del samurai. Hirohito (magnífica 
                                        actuación de Issei Ogata) ha admirado 
                                        a Charles Chaplin y a las estrellas del 
                                        cine norteamericano, y se viste chaplinescamente 
                                        cuando sale al encuentro de los fotógrafos 
                                        de la prensa norteamericana. En soledad 
                                        total, al principio no es advertida su 
                                        sigilosa presencia, despojado como está 
                                        de sus atributos reales. La rendición 
                                        implica según el director ruso, 
                                        una sabia elección por la vida 
                                        personal y de todos los japoneses. Pero 
                                        la secuencia final deja al espectador 
                                        con muchas interrogantes. El diálogo 
                                        con uno de sus servidores respecto del 
                                        comunicado que ha enviado a los sacrificados 
                                        soldados y al pueblo sufriente, tiene 
                                        como respuesta el suicidio ritual de quien 
                                        estaba encomendado de transmitirla. No 
                                        hay dramatismo en el emperador frente 
                                        a ese mortal silencio. La esposa que ha 
                                        regresado lo saca de la penumbra real 
                                        y tal vez moral por un instante, y lo 
                                        lleva a la luz.
                                        
                                        
                                        Hirohito no es un héroe que podría 
                                        estar en la filmografía de Akira 
                                        Kurosawa, no adhiere a los valores medievales 
                                        que aún se mantienen vigentes en 
                                        la modernidad. Tal vez la guerra fuera 
                                        para él un juego de niños, 
                                        en ese distanciamiento casi "brechtiano" 
                                        que se sostiene en las entrelíneas 
                                        del devenir fílmico. Una figura 
                                        políticamente trascendente del 
                                        siglo XX, que despierta el ansia de revisión. 
                                        Y una obra mayor de Sokurov.