
Título original: Drag
Me to Hell
País y año de producción:
Estados Unidos, 2009
Dirección: Sam
Raimi
Guión: Sam Raimi,
Iván Raimi
Con: Alison Lohman, Justin
Long, Lorna Raver, Dileep Rao, David Paymer
Duración: 99 minutos
Calificación:
No determinada a la fecha de estreno (en
Argentina: No apta para menores de 13)
Género: Terror
Sitio Web: http://www.dragmetohell.net/
Reseña argumental:
Christine Brown (Alison Lohman), una ambiciosa
oficial de préstamos de un banco
con encantador enamorado, el profesor
Clay Dalton (Justin Long). Lleva una buena
vida hasta que la misteriosa Sra. Ganush
(Lorna Raver) llega al banco para solicitar
una prórroga en el préstamo
hipotecario sobre su casa.
¿Debería Christine dejarse
llevar por sus instintos y darle una oportunidad
a la anciana? ¿O debería
negarle la prórroga para impresionar
al Sr. Jacks (David Paymer), su jefe,
y ganar puntos para un ascenso? Christine
decide lo último, despojando a
la Sra. Ganush de su casa.
Como represalia, la anciana le pone a
Christine la maldición de Lamia,
transformando su vida en una pesadilla.
Perseguida por un espíritu maligno
e incomprendida por su escéptico
novio, ella busca la ayuda del vidente
Rham Jas (Dileep Rao) para salvar su alma
de un castigo eterno.
Para ayudar a la angustiada Christine,
el psíquico la manda en una frenética
búsqueda para revertir la maldición
y la envía donde la única
mujer que la puede ayudar, la vidente
Shaun San Dena (Adriana Barraza). A medida
que las fuerzas del mal comienzan a acorralarla,
Christine debe enfrentarse a lo inconcebible:
¿Qué estaría dispuesta
a hacer para liberarse de la maldición?
El director Sam Raimi es conocido por
labores como la saga Evil Dead,
la de El Hombre Araña,
y Darkman: El rostro de la venganza
(1990). Su hermano Iván estuvo
en el libreto de Darkman,
El ejército de las tinieblas
(1992) y El Hombre Araña
3 (2007).
SE SACÓ LAS GANAS
Esta es una excepción que cada
tanto se da dentro de la industria: que
un director con suficientes recursos sea
capaz de hacer su propia película
y terminarla como él quiere, sin
dar lugar a ningún tipo de injerencia
que conspire contra su creación
personal. Sam Raimi se ha dedicado por
entero, y prácticamente durante
los últimos diez años, a
dirigir la exitosa e irregular saga de
El Hombre Araña,
y recién el año pasado desempolvó
un guión que ya tenía craneado
desde hacía casi dos décadas
y que en este 2009 pudo llevarlo a la
pantalla grande, al confesar sentirse
encasillado (por no decir harto) de Spider
Man y hasta dudando de si firmar o no
un contrato millonario para la cuarta
parte sobre el héroe arácnido.
Arrástrame al infierno,
dentro de su sencilla y modesta historia,
es una ejemplar película de terror
que a su vez tiene la marca tradicional
de humor negrísimo por parte de
su realizador, y también una obsesión
ya marcada por el tema de los fantasmas,
espíritus malignos y videntes,
verdaderos protagonistas de algunos de
sus trabajos, al menos cuando se los toma
bastante en serio. Premonición
(2000) ya venía impregnada por
la esencia de un típico producto
industrial bien hecho, aunque no se notaba
mucho el sello de Raimi, que a esa altura
venía moviéndose hasta dentro
del drama romántico (Por
amor, 1999), tratando de volver
a pegar algún éxito (como
la notable y espectacular Darkman:
El rostro de la venganza, 1990),
pero que antes había hecho lo que
realmente le gustaba y de manera absolutamente
independiente, trabajando junto a familiares
y destacadas figuras y amigos del género,
como John Landis, William Lustig y hasta
los hermanos Coen.
Ver Arrástrame al infierno
es como volver a revivir el cine de toda
esa camada de realizadores de los ´70
y ´80, que en varias ocasiones nunca
volvieron a ser los mismos de antes. Raimi,
sin embargo, demostró que se puede
hacer buen cine de terror, con más
inspiración que presupuesto, y
por encima de toda la fama que le trajo
la saga de El Hombre Araña.
De ahí que no solo valga su talento
volcado sino también la intención
que tuvo de hacer una película
como ésta y desde un contexto cada
vez más canibalizado por el exitismo.
No es casualidad que esta historia de
empleada bancaria, víctima de una
maldición al quitarle la casa a
una anciana, coincida con la famosa crisis
hipotecaria que padeció Estados
Unidos. Probablemente Raimi haya modificado
intencionalmente la historia que había
creado hace casi 20 años, con el
fin de mandar al infierno (si fuera por
él) a todos aquellas entidades
que causaron la ruina de numerosos estadounidenses
y que desató una crisis de la que
su país recién se está
recuperando. Tanto el jefe como el compañero
de trabajo con el que la protagonista
disputa el puesto de subgerente son dos
verdaderas alimañas, que la llevan
a tomar una decisión por conveniencia
y bajo presión indirecta, pero
no por lo que ella realmente sentía
hacia esa clienta que al final de cuentas
no perdona. Para colmo de males la familia
de su novio la subestima y mide todo por
lo material.
Esto, sin embargo, es algo que Raimi
muestra a simple vista, como para apenas
dejar constancia y que parece no preocuparle
mucho, ya que su trabajo real, sustancial,
se concentra en orquestar todo lo cinematográfico,
desde la música de Christopher
Young (entre violines y algo "herrmanniana"),
más algún efecto digitalizado
y en especial animatronics y
maquillaje, hasta la composición
de algunos planos y escenas tenebrosas
que recuerdan a las de El Exorcista
(1973) de William Friedkin y hasta a las
de las primeras dos partes de su propia
saga Evil Dead. Los sobresaltos
que emergen de filmaciones que muestran
y también ocultan, jugando con
el sonido, a ese temible e implacable
espíritu, se entreveran con su
particular sentido del humor (grotesco,
de golpe y porrazo), que aparece en los
momentos menos pensados.
Pasará mucho tiempo, probablemente,
para que Raimi vuelva a hacer una película
donde se sienta tan a gusto, sin ambiciones
de ningún tipo, y libre de compromisos
como ésta, donde los escalofríos
vayan de la mano con homenajes a Los
Tres Chiflados, humoristas de
cabecera de su director. Por eso que cuando
algo así aparece en cartelera hay
que valorarlo.