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¡AY, JUANCITO!




Título original
: ¡Ay, Juancito!
País y año de producción: Argentina, 2004
Dirección: Héctor Olivera
Guión: HO, José Pablo Feinmann
Con: Adrián Navarro, Inés Estévez, Leticia Brédice, Horacio Acosta, Norma Aleandro
Duración: 115 minutos
Calificación: No apta para menores de 15 años
Género: Drama
Sitio Web:
http://www.ayjuancito.com/



Reseña argumental: Juan Ramón Duarte (Adrián Navarro), alias Juancito, Pebete, Jabón Lux, El cuñadísimo, tiene algo más de treinta años al comienzo de nuestra película. Es el único hermano varón de Evita (Laura Novoa), que lo encumbra y quien, con su prematura muerte, lo lleva a la destrucción. Es ésta, por lo tanto, la historia del ascenso y el derrumbe de un simpático trepador cuyos años de gloria y de crisis coinciden con el apogeo y el comienzo de la caída del presidente Juan Domingo Perón (Jorge Marrale), el hombre que llevó a su cuñado de vendedor de jabones a ser un personaje muy influyente y “el soltero más codiciado del país”. El protagonista divide sus amores entre la rubia comprensiva, la mujer celosa y conquistas ocasionales que van desde la estrellita ambiciosa a la madura empresaria.




SIN PELOS EN LA LENGUA


El cine argentino no ha sido muy generoso en contar su propia historia, y tampoco lo ha sido para tratar temas vinculados a épocas recientes, principalmente el peronismo. Es cierto que Eva Perón de Juan Carlos Desanzo salió al cruce de la Evita de Alan Parker, pero ello pareció un toque oportunista frente a una superproducción que tuvo que superar la natural resistencia de los argentinos a que otros se metieran con sus propios mitos. Si el gobierno menemista permitió a Parker filmar a Evita (o mejor dicho, Madonna) cantando desde el balcón de la misma Casa Rosada, era casi una obligación que los mismos argentinos contaran la "verdadera" historia de Evita como para decir "nosotros lo hacemos mejor". El musical de Parker fue un módico fracaso (no estrepitoso, simplemente módico) y el cine argentino llegó así (aunque fuera a los efectos de ganar una carrera) a contar la vida de Evita, papel que Esther Goris masticó con fruición y que no provocó al fin ninguna asonada peronista, temor que parece siempre asaltar a los productores cuando se meten con figuras que aún despiertan fanatismo o devoción.

Sin embargo el productor y director Héctor Olivera, que desde hace medio siglo está al frente de su empresa Aries (fundada con su socio Fernando Ayala, ya fallecido), está permanentemente refiriéndose a hechos urticantes de la historia argentina, desde La Patagonia rebelde (1974) hasta No habrá más penas ni olvido (1983), La noche de los lápices (1986) y El caso María Soledad (1993), donde se ha comprometido con temas polémicos y lo ha hecho con una óptica nada complaciente. Aunque Olivera no es Costa-Gavras (y algunos pueden hasta agradecer que no lo sea), no le duelen prendas cuando tiene que filmar temas de denuncia política y social, lo que le ha acarreado algunos problemas: La Patagonia rebelde fue prohibida largamente por los gobiernos militares de Argentina y Uruguay, al tiempo que No habrá más penas ni olvido incidió claramente en el resultado de las elecciones argentinas de 1983, mostrando las contradicciones del peronismo y los peligros de sus luchas internas, lo que decidió a mucha gente a votar por el radicalismo y lo marcó a él mismo como uno de los principales culpables de la derrota justicialista de ese año.

Por otra parte, y siendo Olivera claramente antiperonista, es lógico que se sintiera tentado a volver sobre esa época y sobre un personaje de segundo plano, hoy casi olvidado, pero que representa muy vivamente un período para algunos dorado y para otros sombrío, pero que marcó a la Argentina a sangre y fuego: Juan Duarte, el único hermano varón de Evita, un tarambana que llegó a ser el secretario personal de Juan Domingo Perón y al que gustaba frecuentar el mundo de la farándula cinematográfica, amante y fabricante de estrellas, en un momento en el que el cine argentino tenía montada una industria próspera con el esquema de los estudios de Hollywood. Doble vertiente entonces para Olivera, que no solamente se introduce en la intimidad del poder sino que a la vez echa una mirada a ese mundo que él también intregró en sus inicios como asistente de producción.

Con la colaboración del colibretista José Pablo Feinmann (que también había estado en la Eva Perón de Desanzo), Olivera reconstruye con mucho detalle esa época, coloca nombres verdaderos junto a otros disfrazados (los de las actrices Elina Colomer y Fanny Navarro, amantes ambas de Juan Duarte) y describe a su protagonista (interpretado por el debutante Adrián Navarro) como a un tipo amoral que disfruta de las mieles del poder, se ufana de ser el hermano de Evita, interviene en negociados turbios, derrocha dinero a manos llenas y cree que ese momento de gloria no tendrá fin. El libreto coloca por momentos detalles ciertos y lamentables, como la caída en desgracia de la actriz Niní Marshall (que delatada por Fanny Navarro tuvo que dejar la Argentina en 1949 y no volvió hasta 1956, proscripta por la propia Evita) y la huida hacia España de Susana Canales, asediada por Juancito cuando tenía apenas 13 años. El camino del exilio hacia México que siguió Niní Marshall había sido iniciado pocos años antes por Libertad Lamarque, víctima también de los odios de Evita, que sabía favorecer a sus amigos (el director Luis César Amadori y la actriz Zully Moreno se encontraban entre ellos) y era implacable con quienes no se definían como peronistas fieles.

Pero todos esos entretelones son apenas pantallazos de la realidad que rodean la turbia vida de Juan Duarte, un crápula que se dedica a vivir la noche intensamente, acostarse con todas las mujeres que puede y utilizar sus vínculos con el poder en provecho propio, mientras mantiene un vínculo sentimental más o menos estable con la actriz Alicia Dupont (Inés Estévez, inspirada en Elina Colomer) y catapulta al estrellato a Ivonne Pascal (Leticia Brédice, supuestamente Fanny Navarro), quien se convierte rápidamente en la mano derecha de Evita (Laura Novoa). Esas tres mujeres, con parte de ficción y gran porcentaje de realidad, son el centro de la vida de Juancito y están interpretadas por actrices de temperamento, dentro de un elenco donde también hay lugar para el Perón que compone con justeza Jorge Marrale y la madre que recrea con el talento de siempre Norma Aleandro.

La película de Olivera es como todas las películas de Olivera: sin pelos en la lengua para denunciar las miserias de un período tempestuoso, una formulación cinematográfica sencilla pero de imágenes elocuentes, diálogos contundentes que no dejan nada para la imaginación ni la sugerencia, una reconstrucción de época meticulosa y visualmente atractiva, un mensaje claro y preciso sobre personajes y situaciones. Como el argumento toma a Juan Duarte cuando ya está encaramado en la cima del poder, sólo da lugar a la lenta pero segura caída que sobrevendrá luego de la muerte de Evita, una hecatombe que no preveía y que desata una serie de acontecimientos para los que no estaba preparado. Su muerte (¿asesinato?, ¿suicidio?) nunca fue aclarada debidamente, como corresponde a las víctimas propiciatorias de cualquier régimen autoritario que los usa y luego los descarta, aunque el libreto opta por la solución más melodramática y efectista. Tal vez un personaje semejante merecía un final así, pero también habría sido conveniente aclarar qué pasó luego con Elina Colomer y Fanny Navarro, cuyas filmografías no registran ninguna película entre 1955 y 1960. No solamente Evita proscribía gente. Luego de la "revolución libertadora" algunos volvieron y muchos emigraron.


Jaime E. Costa


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