Lo que George Romero no hizo en la primera
y segunda parte de su trilogía zómbica
(crear una gran guerra entre humanos y muertos
vivientes) sí lo hizo en El
día de los muertos vivos
(1985), del mismo modo que Tom Savini con
su aceptable versión de 1990 (más
violenta y con final distinto) y Zack Snyder
casi una década y media más
tarde con la remake de Muertos vivos:
La batalla final (1978), El
amanecer de los muertos (2004);
zombies desesperados atacando seres humanos
a como diera lugar. Tanto en algún
ejemplo aislado de la era dorada terrorífica
de la Universal (Zombie,
de Victor Halperin y con Bela Lugosi), en
la sugestión y las atmósferas
empleadas por el francés Jacques
Tourneur mientras Val Lewton lo producía
(Caminé con un zombie / Yo
dormí con un fantasma, 1943),
y en la estética de la ultraviolencia
generada en obras como las del fallecido
Lucio Fulci (Zombie / Zombie 2,
secuela, Pánico en la ciudad
de los muertos vivientes), a modo
de ejemplo, nadie como George Romero le
ha dado una dimensión tal a sus resucitados
que los llevara a trascender más
allá de lo que representa el más
puro terror. Por ahí no es uno de
los más importantes directores del
cine norteamericano (sus primeras labores
así lo perfilaban, de todas maneras),
pero las primeras dos partes de su trilogía
zómbica están entre las mejores
películas que ha dado el cine norteamericano
a lo largo de su historia, denunciando hechos
mucho antes que Michael Moore y toda la
camada de talentosos y jóvenes realizadores
independientes compatriotas de las décadas
del ´80 y ´90.
IMÁGENES LATENTES

El gore (subgénero caracterizado
por la abundancia de sangre) no era el objetivo
principal de un director sumamente visionario
como Romero, por más que marcara
un considerable quiebre respecto a lo gráfico
y explícito (luego de lo que había
comenzado Herschell Gordon Lewis un lustro
antes) de un subgénero cinematográfico
inaugurado por él mismo: el de los
muertos vivientes. De lo que no hay dudas
es que ha sido uno de los realizadores más
críticos para con su propio país
natal, desde los valores de la sociedad
hasta el propio autoritarismo estadounidense
(que sí se veía en El
día..., aunque muy superficialmente);
todo filtrado a través de películas
de horror donde teñir de rojo la
pantalla era lo que menos importaba y en
donde el terror y la fantasía sirven,
en general, para llegar a conclusiones que
bien hacen valer al cine como auténtico
medio de comunicación, sobre todo
en lo que respecta a sus primeras labores.
La
noche de los muertos vivos (1968),
su ópera prima, es una película
fundamental y que coincide con el nacimiento
del llamado Nuevo Cine Norteamericano. De
todas maneras casi siempre fue puesta al
margen de dicha corriente. Se la ha olvidado
tan injustamente que no hace mucho fue incorporada
a los archivos del Museo de Arte Moderno
de Nueva York, junto con La masacre
de Texas / El loco de la motosierra
(1974), de Tobe Hooper. Algo que caía
de maduro pero que a buena parte de la crítica
elitista le costó entender.
Ya no estamos
hablando de un clásico del cine de
terror sino de un clásico del cine
todo y del mismo modo que un trabajo notable
de Herk Harvey, producido seis años
antes, que inspiró en cierta medida
a Romero y que se llamó El
carnaval de las almas. El personaje
de Barbra (encarnado por la actriz Judith
O´Dea) le debe mucho al de Candace
Hilligoss, que fue una de las primeras heroínas
del cine de terror. Curiosamente el moreno
Duane Jones también se convirtió
en el primer actor de color en tener un
rol protagónico dentro de una película
de terror, gracias a La noche....
Filmada
en blanco y negro (por una cuestión
estrictamente presupuestal; luego hubo una
versión en colores), con simpleza
y puntería admirable, y gran sacrificio
de por medio, el film de Romero lanzaba
fuertes dardos hacia una realidad americana
convulsionada, dejando que las imágenes
y los hechos hablaran por sí solos,
sin necesidad de apelar al diálogo
como arma reflexiva.
El tema
del racismo estaba muy presente en Estados
Unidos. El año de producción
coincidió con la muerte del luchador
pacifista por los derechos de los negros
Martin Luther King y también con
la gran polémica que generaba en
buena parte de la opinión pública
la guerra de Vietnam. Curiosamente el protagonista
y líder de los refugiados en una
cabaña rodeada de muertos vivos en
La noche... era un moreno.
Y el destino final de ese personaje hacía
pensar en el esfuerzo en vano y en que frente
a la numerosa cantidad de ciudadanos con
rifle en mano que salían lisa y llanamente
a matar lo apenas sospechoso que se moviera
uno no valía nada. Los infectados
parecían deambular por un campo de
tiro y eran bajados con furibundos disparos,
al mejor estilo de un juego electrónico.
Realmente
no se sabían las causas que llevaban
a resucitar los muertos y convertirlos en
máquinas asesinas e insaciables,
por más que la radio sintonizada
en la casa de campo señalaba a la
radiación de una prueba espacial
como hipotética culpable. Pero tampoco
eso le importaba mucho a Romero, al igual
que en Muertos vivos: La batalla
final, estupenda secuela, también
dirigida y libretada por Romero, con participación
de Darío Argento que luego armó
su propia película a partir de un
montaje al que le restó los fragmentos
humorísticos y le agregó más
violencia que había quedado en la
sala de montaje. El resultado fue Zombie,
el otro título por el cual se conoció
a Dawn of the Dead, que
incluso llevó a una secuela (Zombie
2) dirigida por Lucio Fulci, donde
los resucitados invadían el Caribe.
Cabe señalar también que acaba
de salir editada en Uruguay y en DVD (en
video jamás se la vio) otra secuela
de Zombie realizada por el fallecido Fulci
titulada Zombie 3 y producida
en 1988.
AMANECER CON CLASE

Aquí el tema del consumismo era el
epicentro de un asunto donde el gore
tampoco faltó a la cita y en donde
su director volvía a cuestionar a
través de simples imágenes
algunos aspectos de la sociedad norteamericana.
Las mismas debilidades humanas que se apreciaban
en el grupo de sobrevivientes de la casa
en la primera parte vuelve a estar presentes
aquí, lo que vuelve a ponerlos a
la par de la ingenuidad (y la violencia)
de los muertos vivos a los que se enfrentan.
Hay visiones
muy sarcásticas de Romero para con
los integrantes de S.W.A.T., en especial
uno que hace comentarios absolutamente racistas
y despectivos hacia los habitantes de un
complejo residencial, casi todos inmigrantes
de zonas centroamericanas, quienes salen
a pelear contra los uniformados en una batalla
que evoca las reacciones de aquellos policías
y civiles norteamericanos que salían
a la caza de muertos vivos al final de la
primera parte (mucha gente de color es hecha
pedazos en la referida escena de la secuela).
En esta
continuación hay un grupo de personas
(dos oficiales, un conductor de helicóptero
y una periodista embarazada) al que no le
queda otra que refugiarse en un shopping
center (el equipo tuvo que filmar las escenas
entre las 10 de la noche y las 6 de la mañana,
cuando permanecía cerrado al público).
Al principio parece el lugar ideal, ya que
hay todo tipo de productos y como para quedarse
un buen tiempo. Pero los zombies están
al acecho, la convivencia va empeorando
cada vez más, y por si fuera poco
una pandilla de motociclistas entabla una
lucha a muerte contra humanos y resucitados.
Poco a poco
los refugiados van siendo tentados por lo
material; desde comestibles, bebidas y juegos
electrónicos pasando por ropas, armas
(oh casualidad...) y muchas cosas más.
Incluso hay varias tomas de zombies caminando
sin rumbo fijo por los pasillos del shopping,
donde planos generales y muy a la distancia
los convierte en seres normales que caminan
como hipnotizados por un contexto lleno
de marcas publicitarias y por tanto órdenes
(compre aquí, vea estos precios,
etc.), yendo de una tienda a otra y como
si se tratara de un típico día
de compras.
A Romero
no le importa tanto el tema de matar para
salir con vida, o bien las batallas que
puedan haber (como en la remake de Zack
Snyder). Si vamos al caso los zombies son
extremadamente lentos y no tienen uso de
razón (en El amanecer de
los muertos eran mucho más
vivos). Eso fue hecho así a propósito,
ya que los objetivos eran otros, por ahí
más explícitos, sí,
que los de la primera parte. También
sus protagonistas parecen perder su personalidad
al estar frente a tantos objetos estimulantes
y gratuitos... hasta que la mencionada pandilla
entra en acción.
A esa altura
Muertos vivos: La batalla final
deja de trascender como película
de terror y hasta comedia para convertirse
en instrumento netamente crítico
y destructivo para lo que es el ciudadano
americano. En algunos planos los propios
maniquíes, captados en sus respectivos
rostros por la cámara, y montaje
rápido mediante, figuran como observadores
atónitos de lo que pasa delante de
sus narices, objetos hasta más racionales
que los propios humanos, en ese momento
ya consumidos por la avaricia e inmersos
en una increíble lucha por lograr
el dominio dentro de un lugar lleno de productos,
mientras el Apocalipsis ya estaba reinando
por toda la zona Este de Estados Unidos.
Hay una
escena en la que un muerto vivo queda frente
a frente con la periodista pero separados
a través de un cristal. Y esa imagen
imborrable logra algo impensado: sentir
pena por uno de estos resucitados, aquí
más parecido a alguien pidiendo ayuda
que a un cuerpo en busca de carne humana.
La mujer, efectivamente, lo queda mirando
como con compasión y a la vez desconcierto
por la situación que tanto ella como
el zombie atraviesan.
Esta secuela
no es solo una película de horror,
ya que las patadas de Romero hacia la propia
idiosincrasia norteamericana sobrevuelan
permanentemente el relato. En un pasaje
donde un grupo de seres humanos descansa
en el bosque y ante la aparición
de algunos resucitados estos últimos
comienzan a ser ejecutados con total indiferencia,
mientras los autores de los disparos siguen
consumiendo y bebiendo muy tranquilos, como
si estuvieran en un picnic. Los zombies,
claro está, no son los verdaderos
villanos de la película, algo que
ya se había notado en el final de
La noche de los muertos vivos.
Romero también comenzaba a dar trascendencia
al tema de los medios (en La noche...
la radio, en Muertos vivos:...
la televisión). El público
de un programa televisivo se muestra reaccionario
contra las declaraciones de un científico,
cuando renace la plaga de los resucitados
y hay muchas sospechas de que un experimento
pudo ser el causante de todo. Mientras tanto
dentro de la propia emisora televisiva,
donde toman lugar los primeros minutos de
la secuela, un personaje da la orden de
mostrar imágenes sensacionalistas
del caos reinante para mantener el rating.
UNA REMAKE DISTINTA

Lo único que El amanecer
de los muertos puede llegar a tener
en común con Muertos vivos:
La batalla final (y gran parte
del cine de Romero) es el hecho de ver a
varios personajes comunes en situaciones
desbordantes. Nada más.
Vistos los
resultados de esta remake de Muertos
vivos:... es evidente que Snyder
no fue uno de esos mediocres que hizo una
película de terror porque le resultaba
divertido. El hombre, debutante absoluto,
se tomó la cosa en serio, aplicó
una óptica muy alejada de lo que
se concebía en la secuela de Romero
e incluso apostó a algo que el realizador
de El día de los muertos
vivos había hecho en dicha
película: convertir a los zombies
en meras máquinas asesinas.
El
día..., la más floja
de la trilogía zómbica, hizo
gala de efectos y maquillajes varios a cargo
de Tom Savini, por más que quepa
señalar algunas quejas de Romero
hacia el papel de los científicos
e incluso los militares, algo que haría
brillante equilibrio en una pseudoremake
(por más que no quiso serlo) titulada
El regreso de los muertos vivos
3 (1993) de Brian Yuzna, la mejor
de las tres partes de "regresos",
cuyo comienzo se había dado en 1985
cuando Dan O´Bannon dirigió
una estupenda comedia de humor negro violentísima
titulada El regreso de los muertos
vivos y cuya secuela (El
regreso de los muertos vivos 2,
la más endeble de la saga) fue realizada
por Ken Wiederhorn en 1988.
Hay que
ver, sí, lo que es el comienzo de
El amanecer..., algo impresionante
en materia de horror, con brillantes tomas,
creación de atmósferas y manejo
de tensión, que parecía prometer
muchísimo, por más que luego
todo se diluyera en una larga lucha entre
humanos y muertos vivos muy similares (rápidos
movimientos, ruidos) a los empleados por
Danny Boyle en Exterminio
(2003), una película que sí
tenía su interés, por el punto
en común con otras labores de Boyle
e incluso porque coincidía mucho
con la visión de Romero en Muertos
vivos: La batalla final.
Snyder pareció,
sí, cumplir el mismo anhelo de aquellos
que vieron frustradas sus posibilidades
de no ver La Guerra de las Galaxias
(George Lucas, 1977) en Blade Runner
(Ridley Scott, 1982). El tema es que al
final su obra se parecía más
a una cinta para complacer adolescentes
que a una buena remake de la película
de Romero. El resultado, de todas maneras,
es interesante y despierta curiosidad por
el próximo trabajo que Zack Snyder
pueda realizar vinculado al género.
Curiosidades:
Consideramos importante señalar un
capítulo de Dimensión
Desconocida, filmado en 1963 y
titulado "El Señor Garrity y
los muertos" (Mr. Garrity and The Graves),
donde las víctimas eran personas
que recobraban la vida y bajo perfecto estado
físico y mental, saliendo de las
tumbas del cementerio de un pueblo en el
Lejano Oeste para vengar las acciones de
un astuto bandido. Lamentablemente apenas
se notaban que eran muertos vivos por el
casi indetectable deterioro de sus prendas
y para nada por el maquillaje, que no existía,
algo que en lo que sí hizo hincapié
20 años después John Landis
en el notable videoclip de la canción
"Thriller", donde aparecía
Michael Jackson, una estupenda coreografía,
y la inconfundible, memorable voz de Vincent
Price.
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