
Es sabido que en toda adaptación
de una obra literaria al cine se pierden
y se ganan cualitativamente muchas cosas.
En algunos casos se llega a superar la idea
original, muchas veces se la desvirtúa
por completo, y en la amplia mayoría
de los casos se echa a perder todo el atractivo
y la esencia que pudiera tener la obra en
la que se basa. Uno de los mayores méritos
que se le debe reconocer al gran John Huston
es el de haber sabido captar el "espíritu"
contenido en los libros y plasmarlo coherentemente
en sus películas, agregándole
además un toque personal único.
Huston llevó a la pantalla obras
de Dashiell Hammett, Stephen Crane, Flannery
O'Connor, Carson McCullers, Tennesse Williams,
Herman Melville, James Joyce y Rudyard Kipling,
entre otros, e incluso ha sido el único
en haber guionizado un cuento de Hemingway
(The Killers, 1946), dejando
satisfecho al autor.
Huston leía
a Kipling desde los doce años y el
proyecto de llevar El hombre que
sería rey a la pantalla
descansaba en la cajonera al menos desde
el año 1947. En aquel entonces se
tenía pensada como pareja actoral
a Humphrey Bogart y Clark Gable, más
adelante a Burt Lancaster y Kirk Douglas,
y luego a Robert Redford y Paul Newman.
Al fin, Redford sugirió actores británicos,
y la dupla definitiva terminó siendo
Sean Connery-Michael Caine, fórmula
prácticamente insuperable que se
amoldó perfectamente a los papeles.
Al respecto, Huston ha dicho: "Yo
dirijo al actor lo menos posible. Lo aliento
a ser él mismo, siempre. Busco una
contribución espiritual, instintiva.
Su actuación debe contener mucho
de sí mismo y lo mínimo posible
de mí. Ocasionalmente, si trabajo
con un actor al que le gusta discutir su
papel, converso con él. Con Connery
y Caine no hubo eso. Ellos hicieron todo
solitos, a su manera... si viviesen en la
Inglaterra victoriana, seguramente estarían
al servicio de su majestad." (1)
Caine y
Connery encarnan a dos ex sargentos de la
Armada británica, masones para más
detalles, ambos típicos antihéroes
hustonianos, es decir, individuos de dudosa
moralidad pero esforzados y persistentes
en lo que se refiere a lograr sus objetivos.
Es difícil no sentirse identificado
con tan carismáticos y arrojados
outsiders, desbordantes de simpatía
y vitalidad en cada paso de su travesía.
La acción transcurre cerca del año
1880, y comienza en la ciudad de Lahore,
India. Un periodista inglés (bautizado
en la película directamente como
Kipling) (2) recibe en su despacho a Peachy
Carnehan, un Michael Caine irreconocible,
harapiento y sucio, quien da cuenta de los
terribles acontecimientos que lo dejaron
en esa situación. Kipling ya lo había
recibido dos años atrás, cuando
Peachy y Danny Dravot (Sean Connery), su
inseparable compañero de aventuras,
habían recurrido a él por
cierta información. La película
es entonces un largo flashback, donde se
cuentan las desventuras padecidas por estos
dos llamativos individuos.
La falta
de escrúpulos de los aventureros
y lo demencial de su proyecto son lo que
vuelve aún más atractiva la
historia. Su idea es, luego de haber atravesado
Afganistán con un cargamento de armas,
establecerse en Kafiristán para ayudar
a algunas tribus a defenderse y expandir
sus territorios, logrando de esta manera
ser coronados reyes. En un principio ni
siquiera tienen idea de dónde se
ubica su objetivo en el mapa, y la idea
parece una quijotada tal que incluso llega
a dudarse de la cordura de ambos. Como en
Lawrence de Arabia (1962),
donde el protagonista ansiaba cruzar el
candente e inhóspito desierto para
tomar la ciudad de Akaba o como en la reciente
Buscando a Nemo (2003),
en la que un pececito pretendía rescatar
a su hijo de una pecera situada al otro
lado del mundo, suena absurdo e improbable
que se logren los disparatados objetivos
planteados, y esto agrega empuje y una sustancial
dosis de intriga a la aventura.
A lo largo
de la obra de Huston, temas muy recurrentes
han sido la ambición, el fracaso
y el desencanto. Por lo general sus protagonistas
están inconformes con lo que el destino
les ha deparado y persiguen tozudamente
algún objetivo concreto; en algunas
películas lo alcanzan, pero nunca
se logra de la forma en que ellos querían.
El triunfo es tan poco confortante como
el fracaso, y lo único que se gana
es el aprendizaje propio que da la aventura.
Esta lógica es muy coherente con
la vida aventurera y accidentada de Huston,
y de aquí se puede desprender un
rechazo de su parte a los dogmatismos. A
pesar de que el director siente una evidente
simpatía y una identificación
con sus personajes, no parece estar muy
afín con perseguir un ideal o una
utopía y dejar la vida en ello.
Hay en la
película un interesante planteo sobre
los cambios en la psicología de quienes
llegan a tener un gran dominio sobre otros.
Según Huston, "...es lo
que sucede con las personas que alcanzan
un punto máximo de poder. El aire
se enrarece y la persona se vuelve víctima
de esa terrible dolencia, la folie
des grandeurs (delirios de grandeza).
Se comienza a pensar en la propia importancia
y, en el último estadio, se cree
tener poderes sobrenaturales y un lugar
entre los dioses." (3). En determinado
momento de la película, cuando los
protagonistas consiguieron ganarse el respeto
y la admiración de varias tribus,
se les da la oportunidad de hacer pasar
a Danny por un dios, y de esta forma conseguir
una adhesión incondicional. Ellos
optan por poner en práctica este
engaño, sin saber las consecuencias
que recaerán sobre ellos luego de
arriesgar semejante decisión.
Decir una
gran mentira implica hacerse cargo de una
responsabilidad enorme, y si bien un craso
error fue hacerse pasar por un dios, lo
que termina por derrumbar a Danny Dravot
es su ambición desmesurada. Además
de gozar de todos los privilegios de un
dios, su condición humana lo impulsa
a codiciar también los placeres del
mundo terrenal, y es debido a su exabrupto
de desposarse con una mortal que su cómoda
posición derivará en una precipitada
caída, literal y metafórica.
Existen
unos cuantos puntos en que difieren el cuento
original de Kipling y esta adaptación,
pero vale la pena detenerse en dos, en donde
se hace patente la mirada de Huston. El
primero es que el original de 1888 era un
tanto complaciente con el imperialismo,
y en la película se evidencia un
afán expropiador alevoso por parte
de los protagonistas, bastante coherente
con la mentalidad colonialista de la época.
Además todo un acierto ha sido mostrar
el choque cultural entre los ingleses y
los kafiristaníes, sin que en ningún
momento se den indicios de superioridad
cultural de unos sobre otros.
La segunda
diferencia a resaltar es que en el cuento
Peachy Carnehan muere víctima de
la insolación, y en la película,
a pesar de quedar prácticamente derruido
tanto física como moralmente, queda
librado a su suerte. Un final tan pesimista
como el del libro hubiese sido demasiado
moralizante y no cuadraría con el
pesimismo moderado de Huston, quien planteaba
que las desgracias dejan una enseñanza
profunda, invaluable patrimonio para la
vida. Como bien había dicho Esquilo
en su Agamenón,
"sólo a aquél que
ha sufrido se le concede la capacidad de
comprender".
Es un placer
encontrarse con una obra tan fresca y vital,
prueba viviente de la ocasional pero innegable
genialidad de su director. No hay nada de
solemne en El hombre que sería
rey, y su constante humor y los
sucesivos acontecimientos inesperados proveen
a la narración de un ritmo cinematográfico
admirable. Suena impensable hoy en día
un cine de aventuras casi carente de efectos
especiales como esta película, y
esto demuestra lo innecesario y contraproducente
que muchas veces puede resultar el derroche
en artificios propio de las superproducciones
actuales, que pocas veces logran una intensidad
y un poder de seducción semejantes.
(1) Cita
en pág. 45 del libro Huston,
Lubitsch, Zinnemann. Ediciones
Cinemin. Editora Brasil-América.
(2) Aunque
nacido en India, Kipling creció y
se educó en Inglaterra. En 1882 regresó
a su país natal y se incorporó
a la tarea de periodista para la Civil and
Military Gazette de Lahore, por lo que homenajear
a Kipling insertándolo como personaje
no fue en absoluto anacrónico.
(3)
Cita en pág. 127 de Hollywood
entrevistas. Michel Ciment. Editora
Brasiliense SA. Sao Paulo. Original en Francés:
"Passeport pour Hollywood". Editions
du Seuil, 1987.
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