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El hombre que sería rey, de John Huston
DEIDADES AMBICIOSAS

por Diego Faraone (diciembre, 2005)






Es sabido que en toda adaptación de una obra literaria al cine se pierden y se ganan cualitativamente muchas cosas. En algunos casos se llega a superar la idea original, muchas veces se la desvirtúa por completo, y en la amplia mayoría de los casos se echa a perder todo el atractivo y la esencia que pudiera tener la obra en la que se basa. Uno de los mayores méritos que se le debe reconocer al gran John Huston es el de haber sabido captar el "espíritu" contenido en los libros y plasmarlo coherentemente en sus películas, agregándole además un toque personal único. Huston llevó a la pantalla obras de Dashiell Hammett, Stephen Crane, Flannery O'Connor, Carson McCullers, Tennesse Williams, Herman Melville, James Joyce y Rudyard Kipling, entre otros, e incluso ha sido el único en haber guionizado un cuento de Hemingway (The Killers, 1946), dejando satisfecho al autor.

Huston leía a Kipling desde los doce años y el proyecto de llevar El hombre que sería rey a la pantalla descansaba en la cajonera al menos desde el año 1947. En aquel entonces se tenía pensada como pareja actoral a Humphrey Bogart y Clark Gable, más adelante a Burt Lancaster y Kirk Douglas, y luego a Robert Redford y Paul Newman. Al fin, Redford sugirió actores británicos, y la dupla definitiva terminó siendo Sean Connery-Michael Caine, fórmula prácticamente insuperable que se amoldó perfectamente a los papeles. Al respecto, Huston ha dicho: "Yo dirijo al actor lo menos posible. Lo aliento a ser él mismo, siempre. Busco una contribución espiritual, instintiva. Su actuación debe contener mucho de sí mismo y lo mínimo posible de mí. Ocasionalmente, si trabajo con un actor al que le gusta discutir su papel, converso con él. Con Connery y Caine no hubo eso. Ellos hicieron todo solitos, a su manera... si viviesen en la Inglaterra victoriana, seguramente estarían al servicio de su majestad." (1)

Caine y Connery encarnan a dos ex sargentos de la Armada británica, masones para más detalles, ambos típicos antihéroes hustonianos, es decir, individuos de dudosa moralidad pero esforzados y persistentes en lo que se refiere a lograr sus objetivos. Es difícil no sentirse identificado con tan carismáticos y arrojados outsiders, desbordantes de simpatía y vitalidad en cada paso de su travesía. La acción transcurre cerca del año 1880, y comienza en la ciudad de Lahore, India. Un periodista inglés (bautizado en la película directamente como Kipling) (2) recibe en su despacho a Peachy Carnehan, un Michael Caine irreconocible, harapiento y sucio, quien da cuenta de los terribles acontecimientos que lo dejaron en esa situación. Kipling ya lo había recibido dos años atrás, cuando Peachy y Danny Dravot (Sean Connery), su inseparable compañero de aventuras, habían recurrido a él por cierta información. La película es entonces un largo flashback, donde se cuentan las desventuras padecidas por estos dos llamativos individuos.

La falta de escrúpulos de los aventureros y lo demencial de su proyecto son lo que vuelve aún más atractiva la historia. Su idea es, luego de haber atravesado Afganistán con un cargamento de armas, establecerse en Kafiristán para ayudar a algunas tribus a defenderse y expandir sus territorios, logrando de esta manera ser coronados reyes. En un principio ni siquiera tienen idea de dónde se ubica su objetivo en el mapa, y la idea parece una quijotada tal que incluso llega a dudarse de la cordura de ambos. Como en Lawrence de Arabia (1962), donde el protagonista ansiaba cruzar el candente e inhóspito desierto para tomar la ciudad de Akaba o como en la reciente Buscando a Nemo (2003), en la que un pececito pretendía rescatar a su hijo de una pecera situada al otro lado del mundo, suena absurdo e improbable que se logren los disparatados objetivos planteados, y esto agrega empuje y una sustancial dosis de intriga a la aventura.

A lo largo de la obra de Huston, temas muy recurrentes han sido la ambición, el fracaso y el desencanto. Por lo general sus protagonistas están inconformes con lo que el destino les ha deparado y persiguen tozudamente algún objetivo concreto; en algunas películas lo alcanzan, pero nunca se logra de la forma en que ellos querían. El triunfo es tan poco confortante como el fracaso, y lo único que se gana es el aprendizaje propio que da la aventura. Esta lógica es muy coherente con la vida aventurera y accidentada de Huston, y de aquí se puede desprender un rechazo de su parte a los dogmatismos. A pesar de que el director siente una evidente simpatía y una identificación con sus personajes, no parece estar muy afín con perseguir un ideal o una utopía y dejar la vida en ello.

Hay en la película un interesante planteo sobre los cambios en la psicología de quienes llegan a tener un gran dominio sobre otros. Según Huston, "...es lo que sucede con las personas que alcanzan un punto máximo de poder. El aire se enrarece y la persona se vuelve víctima de esa terrible dolencia, la folie des grandeurs (delirios de grandeza). Se comienza a pensar en la propia importancia y, en el último estadio, se cree tener poderes sobrenaturales y un lugar entre los dioses." (3). En determinado momento de la película, cuando los protagonistas consiguieron ganarse el respeto y la admiración de varias tribus, se les da la oportunidad de hacer pasar a Danny por un dios, y de esta forma conseguir una adhesión incondicional. Ellos optan por poner en práctica este engaño, sin saber las consecuencias que recaerán sobre ellos luego de arriesgar semejante decisión.

Decir una gran mentira implica hacerse cargo de una responsabilidad enorme, y si bien un craso error fue hacerse pasar por un dios, lo que termina por derrumbar a Danny Dravot es su ambición desmesurada. Además de gozar de todos los privilegios de un dios, su condición humana lo impulsa a codiciar también los placeres del mundo terrenal, y es debido a su exabrupto de desposarse con una mortal que su cómoda posición derivará en una precipitada caída, literal y metafórica.

Existen unos cuantos puntos en que difieren el cuento original de Kipling y esta adaptación, pero vale la pena detenerse en dos, en donde se hace patente la mirada de Huston. El primero es que el original de 1888 era un tanto complaciente con el imperialismo, y en la película se evidencia un afán expropiador alevoso por parte de los protagonistas, bastante coherente con la mentalidad colonialista de la época. Además todo un acierto ha sido mostrar el choque cultural entre los ingleses y los kafiristaníes, sin que en ningún momento se den indicios de superioridad cultural de unos sobre otros.

La segunda diferencia a resaltar es que en el cuento Peachy Carnehan muere víctima de la insolación, y en la película, a pesar de quedar prácticamente derruido tanto física como moralmente, queda librado a su suerte. Un final tan pesimista como el del libro hubiese sido demasiado moralizante y no cuadraría con el pesimismo moderado de Huston, quien planteaba que las desgracias dejan una enseñanza profunda, invaluable patrimonio para la vida. Como bien había dicho Esquilo en su Agamenón, "sólo a aquél que ha sufrido se le concede la capacidad de comprender".

Es un placer encontrarse con una obra tan fresca y vital, prueba viviente de la ocasional pero innegable genialidad de su director. No hay nada de solemne en El hombre que sería rey, y su constante humor y los sucesivos acontecimientos inesperados proveen a la narración de un ritmo cinematográfico admirable. Suena impensable hoy en día un cine de aventuras casi carente de efectos especiales como esta película, y esto demuestra lo innecesario y contraproducente que muchas veces puede resultar el derroche en artificios propio de las superproducciones actuales, que pocas veces logran una intensidad y un poder de seducción semejantes.



(1) Cita en pág. 45 del libro Huston, Lubitsch, Zinnemann. Ediciones Cinemin. Editora Brasil-América.

(2) Aunque nacido en India, Kipling creció y se educó en Inglaterra. En 1882 regresó a su país natal y se incorporó a la tarea de periodista para la Civil and Military Gazette de Lahore, por lo que homenajear a Kipling insertándolo como personaje no fue en absoluto anacrónico.

(3) Cita en pág. 127 de Hollywood entrevistas. Michel Ciment. Editora Brasiliense SA. Sao Paulo. Original en Francés: "Passeport pour Hollywood". Editions du Seuil, 1987.

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