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A propósito de los premios Oscar 2005
¡SALÚ, EASTWOOD, SALÚ!

por Darío Medina (febrero, 2005)


Cada año, cuando llega el cumple del Tío Oscar, los medios vinculados al mundo del espectáculo nos giran la cabeza y apuntan nuestras miradas hacia la fiesta del Kodak Theatre del Hollywood Blvd. No tenemos nada que ver con ese mundo virtual, pero como si de un deporte se tratara, ahí estaremos para jugar el juego.


Yo siempre espero al viejo Jack, que se toma unos whiskies, se coloca detrás de los lentes oscuros, se sienta en la primera fila y se presta, con su sonrisa irónica y sus diabólicas cejas levantadas, al show que Billy Cristal propone desde el escenario.


Dos horas y media más tarde todo ha terminado. Escuchamos infinidad de agradecimientos a Dios, la familia, los productores, el equipo y todos esas personas sin las cuales lo que sea que se haya hecho no podría haber sido hecho.


Los elegidos periodistas que acceden al back stage, preguntan lo de siempre: "¿qué se siente haber ganado?", "¿qué significa este premio para Ud.?", "¿cómo fue trabajar con fulano?"… y las estrellas responden lo de siempre también, se muestran emocionadas pero sin perder la línea y sin que el maquillaje y el peinado se vean afectados. A menos que anden por allí Roberto Begnini o Halle Berry. Entonces cualquier cosa puede pasar.


Siempre es así. Al menos era así.


Este año algo cambió. Billy no bromeó con Jack. Ni siquiera estuvo en el escenario. La ceremonia duró menos, las cámaras se movieron más, las estrellas bajaron a tierra y caminaron entre las otras estrellas, los nominados menores subieron en patota al escenario, el homenaje a los muertos mas famosos del año no emocionó a nadie aunque hubo un solista en vivo poniéndole música seria al asunto, los artistas "afroamericanos" casi superaron en número a los "blancos", los "hispanoparlantes" hicieron notar su presencia en forma poco menos que irreverente, la transmisión local no contó con la tradicional traductora, y por eso nos perdimos los chistes del flaquito parlanchín Chris Rock, y como si todo esto fuera poco, un médico uruguayo se ganó una estatuita dorada. ¡Pará, loco! ¡¡¡Oscar eran los de antes!!!


¡VAMOS CLINT, TODAVÍA!


Por un puñado de dólares




De la misma manera que siento especial simpatía por Jack Nicholson, por que no disimula el saber que está en medio de una irrealidad, también me quedo con el viejo Clint y espero verlo ganar cada vez que larga. No me importa si ya ganó el Globo de Oro; el "gran tazón" es el Oscar. ¡En esa carrera se ven los pingos!


Parece que fue ayer cuando el pistolero sin nombre traía el arma bajo el poncho, apretaba el pucho entre los labios, y con la mirada ceñida y fría, y bastante lento el andar, avanzaba inflexible convirtiéndose con cada balazo y con cada azote musical, en un icono del "spaghetti-western". Los trazos profundos que surcan el rostro de Eastwood hoy, los empezó a cultivar bajo el recio sol europeo al que lo sometía la dirección, no menos dura, de Sergio Leone. Por un puñado de dólares (1964), Por unos dólares más (1965) y esa joyita del '66, El bueno, el malo y el feo, marcan la trilogía "western" por la que tanto Leone como Eastwood pasaron a la consideración mundial.


Aunque había incursionado en cine (por llamar de alguna manera a Tarántula) el joven actor venía de la TV, donde lo mas destacado suyo fue una participación en la serie Maverick hacia fines de los años ´50. Leone no solo vio la pinta y presencia en pantalla de Eastwood, sino que miró el bajo cachet del muchacho americano, y por eso lo convocó.


Años más tarde, Don Siegel pensó que el pistolero misterioso del Viejo Oeste, también podría funcionar en la ciudad y ser un policía frío, duro, marginal, y cargar un arma más grande. Así nació el personaje mas controvertido que Eastwood haya interpretado: Harry, el sucio (1971). Ovaciones y abucheos se dividieron en torno a Harry Callahan y su conducta fascista. Pero el actor que lo encarnaba se convirtió en una estrella. Había algo más detrás de aquel éxito que podría haber sido efímero.

La inteligencia de Eastwood y la convicción de que la fama es puro cuento, lo llevaron a insistir en la realización de una película que Hollywood quería descartar. Le pidió apoyo a Siegel y se largó a dirigir, él mismo, Obsesión mortal. Para quienes hemos conducido programas de radio y hemos tenido un amor peligroso, más que un thriller de suspenso psicológico, esta película es una verdadera pesadilla. Y aquel que tenga calculadora que calcule y compruebe cómo Eastwood se adelantó varios años a la Atracción fatal (1987) de Adrian Lyne. Tan adelantado y ligero el hombre, que de entrada fundó Malpaso, su propia compañía, y decidió que, como otros colegas, el podía actuar y dirigir. ¡Ah…! Y también componer la música para alguna de esas películas.


Pero lo más destacable es el arte que tiene para ser un "independiente" dentro de Hollywood, hacer un cine comercial pero decente y, en más de una oportunidad, hacer un cine realmente bueno.


CLINT ENTRA EN CARRERA


Harry, el sucio




Así, entre aciertos y desaciertos, fue atravesando los años '70 y '80. De ese período datan grandes películas que dirigió y protagonizó. Su primer western, La venganza del muerto (1973), fue objeto de críticas por parte del actor John Wayne, quien hasta ese entonces encarnaba al prototipo del vaquero, aduciendo que la película no respetaba el espíritu de los filmes del Oeste. Eastwood apretó el pucho y siguió adelante. El mismo año hizo Interludio de amor, una película romántica no tradicional, que en su momento despertó mucho interés; cargó la Magnun 44 (de Ted Post) para ser Harry, el sucio nuevamente, y sorprendió a público y crítica cuando retomó el western para dar una de las grandes películas del género: El fugitivo Josey Wales (1976). Para cerrar la década volvió a las órdenes de Don Siegel, interpretando a Frank Morris en Escape de Alcatraz (1979). Pero abrió los '80 con una película suya, Bronco Billy, donde empezó a jugar con la decadencia del vaquero, iniciando así una transformación de héroe duro a héroe venido a menos, que poco se percibió en aquel entonces.


Repitió el riesgo de aparecer como un perdedor en pantalla cuando hizo Honkytonk Man (1982) y decididamente metió la pata cuando hizo FireFox (del mismo año). Inmediatamente volvió a refugiarse en el sucio Harry, llevándolo a la pantalla por cuarta vez en Impacto fulminante (1983). Otro error. Pero Clint se recuperaría. Estaba creciendo y eso parece ser la esencia de este californiano nacido en 1930. Aprender, crecer, probar, seguir aprendiendo y así seguir creciendo.


A mediados de los '80 volvió al western encarnando al El jinete pálido, un predicador que, como caído del cielo, ordena y desordena, mueve, sacude y cambia las vidas de los personajes anclados en una pequeña comunidad. El retorno fue importante para el actor y director, por que lo llevó nuevamente a la cima, y dejó claro que ese era su juego: una de cal y una de arena. De vaquero a policía, de detective a piloto, de buenas películas a malas. Una carrera zigzagueante pero ascendente siempre. En 1988 se descargó con dos títulos: Sala de espera al infierno (Buddy Van Horn, 1988), quinta y última de la serie de Harry, el sucio, y su segunda joyita como director: Bird. Músico y admirador del jazz, y en particular de Charlie Parker, Eastwood se sacó las ganas de hincarle el diente a la historia de su ídolo, ganándose el sitial de director serio, interesante, atendible y dándole la oportunidad a Forest Whitaker de demostrar sus grandes cualidades como actor. Cualidades que Oscar no vio pero que Cannes premio oportunamente.


CLINT PASA AL FRENTE


Los imperdonables




Tras la acostumbrada metida de pata, en este caso con el nombre de Pink Cadillac (Buddy Van Horn, 1989), y luego de dirigir El principiante en 1990, el buen Eastwood volvió el mismo año con Cazador blanco, corazón negro. Pero fue dos años mas tarde cuando hasta el muñequito dorado advirtió que era un gran director. En Los imperdonables está el Eastwood perfecto. Con grandeza para dirigir, con grandeza para actuar, con olfato para el elenco y el equipo, y con grandeza para ser un antihéroe como ya había ensayado años atrás, el realizador hace pasar a su personaje, William Munny (su apellido se pronuncia como "dinero" en inglés), por el trago amargo de reconocer la vejez, de ser un retrato casi patético del caza recompensas que supo ser, pero de seguir conservando el alma.


Con este clásico del cine moderno, Eastwood ganó un Oscar a Mejor Director y otro a Mejor Actor, pero fundamentalmente ganó el compromiso con una carrera más estable, menos propensa a los tropezones. De ahí en mas llegaron Un mundo perfecto (1993), complejo análisis de la violencia y la justicia, En la línea de fuego, que si bien dirige Wolfgang Petersen, él interpreta con brillantez, Los puentes de Madison (1995), donde explora el territorio del amor imposible en el otoño de la vida, Poder absoluto (1997), Crimen verdadero (1999) y Deuda de sangre (2002), tres policiales convencionales que sin embargo llevan la marca de Eastwood en cuanto al encare de sus personajes, siempre al borde de lo incorrecto.


En este período dirige otras dos películas que, más que diferentes entre sí, son opuestas, y que sirven para dar otro ejemplo de la cintura que Eastwood tiene para moverse detrás de la cámara. En 1997 lleva a la pantalla el libro de John Berendt Medianoche en el jardín del bien y del mal, arriesgándose a adaptar un best seller que los americanos habían consumido por toneladas y que para colmo se basaba en hechos reales. Con elenco encabezado por John Cusack y Kevin Spacey, Eastwood despliega un grupo de personajes extraordinarios en torno a un probable crimen. La anécdota se va transformando en un pretexto para echar una mirada profunda a esos personajes, a su comportamiento, a su idiosincrasia sureña, la cual surgiría (habría que conocer muy bien el lugar para no usar el condicional) de la propia atmósfera de Savannah, Georgia, paisaje enclavado al sur del país de los hombres libres.


En la otra punta está Jinetes del espacio (2000), un drama con visos de comedia, con un notable elenco y un alto presupuesto, que pudo ser un gran entretenimiento, como prometía desde el arranque, pero que lamentablemente se desinfla hacia el final.


No cabe duda que esa ambigüedad con que Eastwood se maneja, es producto de un plan que le ha permitido llegar a todos los públicos, hacer dinero, y a la vez no dejar dudas sobre sus dotes de realizador, de actor… de animal de cine.


Así volvió a demostrarlo en 2003 cuando presentó Río místico. Aquí Eastwood da una vez más un paso al costado como actor y elige un elenco preciso, encabezado por ese gran actor y director, de alguna manera hecho a su imagen y semejanza, que es Sean Penn. La mejor película de Eastwood desde Los imperdonables y una verdadera muestra de habilidad para crear climas y dirigir actores.


NOCHE DE HÉROES


El año pasado Eastwood atacó nuevamente;Million Dollar Baby fue por el Oscar en 7 categorías: Película, Director, Actor Principal (Eastwood), Actriz Principal (Hilary Swank), Actor Secundario (Morgan Freeman), Guión Adaptado (Paul Haggis) y Edición (Joel Coxx). Se llevó 4 y entre estos los más importantes: Película, Director, Actriz Principal y Actor de Reparto.


Claro que también estaba en carrera otro grande: Martin Scorsese. Lo hacía con un tema que tenía todo para ganar; El aviador se mete en la vida de Howard R. Hughes, productor, director, capo de la RKO y uno de los tipos más controversiales del mundo del cine. Como si fuera poco, encara esta "biografía" (de alguna manera tenemos que llamarla) haciendo hincapié en el Hughes amante de las mujeres y de los aviones, y por supuesto, como un perfeccionista en materia de cine. Bien planeado si se tiene un Oscar en mente, por que ahondar en las zonas mas oscuras de Mr. Howard hubiera sido un acto tan valiente como estúpido.


Scorsese es muy vivo. Muy inteligente y talentoso. Venía a la entrega de los premios con un Leonardo Di Caprio en la manga. Tenía todo para ganarle a mi favorito.


Pero la del 27 de febrero era una noche para héroes. Los premios fueron para el inagotable cowboy de Hollywood, para Hilary, para Morgan, para Sydney Lumet, para Amenábar, para Jaime Foxx… y para quienes sentimos orgullo, emoción y sentido de justicia, cuando Jorge Drexler subió al escenario y con su canto sencillo, dulce, casi etéreo, encendió la historia de los premios Oscar. Bajó feliz diciéndole "chao" a un mundo que miraba sin comprender bien qué estaba ocurriendo. La antorcha parece haber quedado prendida. Solo resta esperar. Con el paso del tiempo sabremos si realmente, ahora, hay una luz al otro lado del río.

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