
Cada año, cuando llega el cumple
del Tío Oscar, los medios vinculados
al mundo del espectáculo nos giran
la cabeza y apuntan nuestras miradas hacia
la fiesta del Kodak Theatre del Hollywood
Blvd. No tenemos nada que ver con ese mundo
virtual, pero como si de un deporte se tratara,
ahí estaremos para jugar el juego.
Yo siempre espero al viejo Jack, que se
toma unos whiskies, se coloca detrás
de los lentes oscuros, se sienta en la primera
fila y se presta, con su sonrisa irónica
y sus diabólicas cejas levantadas,
al show que Billy Cristal propone desde
el escenario.
Dos horas y media más tarde todo
ha terminado. Escuchamos infinidad de agradecimientos
a Dios, la familia, los productores, el
equipo y todos esas personas sin las cuales
lo que sea que se haya hecho no podría
haber sido hecho.
Los elegidos periodistas que acceden al
back stage, preguntan lo de siempre: "¿qué
se siente haber ganado?", "¿qué
significa este premio para Ud.?", "¿cómo
fue trabajar con fulano?"… y
las estrellas responden lo de siempre también,
se muestran emocionadas pero sin perder
la línea y sin que el maquillaje
y el peinado se vean afectados. A menos
que anden por allí Roberto Begnini
o Halle Berry. Entonces cualquier cosa puede
pasar.
Siempre es así. Al menos era así.
Este año algo cambió. Billy
no bromeó con Jack. Ni siquiera estuvo
en el escenario. La ceremonia duró
menos, las cámaras se movieron más,
las estrellas bajaron a tierra y caminaron
entre las otras estrellas, los nominados
menores subieron en patota al escenario,
el homenaje a los muertos mas famosos del
año no emocionó a nadie aunque
hubo un solista en vivo poniéndole
música seria al asunto, los artistas
"afroamericanos" casi superaron
en número a los "blancos",
los "hispanoparlantes" hicieron
notar su presencia en forma poco menos que
irreverente, la transmisión local
no contó con la tradicional traductora,
y por eso nos perdimos los chistes del flaquito
parlanchín Chris Rock, y como si
todo esto fuera poco, un médico uruguayo
se ganó una estatuita dorada. ¡Pará,
loco! ¡¡¡Oscar eran los
de antes!!!
¡VAMOS CLINT, TODAVÍA!

Por un puñado
de dólares
De la misma manera que siento especial simpatía
por Jack Nicholson, por que no disimula
el saber que está en medio de una
irrealidad, también me quedo con
el viejo Clint y espero verlo ganar cada
vez que larga. No me importa si ya ganó
el Globo de Oro; el "gran tazón"
es el Oscar. ¡En esa carrera se ven
los pingos!
Parece que fue ayer cuando el pistolero
sin nombre traía el arma bajo el
poncho, apretaba el pucho entre los labios,
y con la mirada ceñida y fría,
y bastante lento el andar, avanzaba inflexible
convirtiéndose con cada balazo y
con cada azote musical, en un icono del
"spaghetti-western". Los trazos
profundos que surcan el rostro de Eastwood
hoy, los empezó a cultivar bajo el
recio sol europeo al que lo sometía
la dirección, no menos dura, de Sergio
Leone. Por un puñado de dólares
(1964), Por unos dólares
más (1965) y esa joyita
del '66, El bueno, el malo y el
feo, marcan la trilogía
"western" por la que tanto Leone
como Eastwood pasaron a la consideración
mundial.
Aunque había incursionado en cine
(por llamar de alguna manera a Tarántula)
el joven actor venía de la TV, donde
lo mas destacado suyo fue una participación
en la serie Maverick hacia
fines de los años ´50. Leone
no solo vio la pinta y presencia en pantalla
de Eastwood, sino que miró el bajo
cachet del muchacho americano, y por eso
lo convocó.
Años más tarde, Don Siegel
pensó que el pistolero misterioso
del Viejo Oeste, también podría
funcionar en la ciudad y ser un policía
frío, duro, marginal, y cargar un
arma más grande. Así nació
el personaje mas controvertido que Eastwood
haya interpretado: Harry, el sucio
(1971). Ovaciones y abucheos se dividieron
en torno a Harry Callahan y su conducta
fascista. Pero el actor que lo encarnaba
se convirtió en una estrella. Había
algo más detrás de aquel éxito
que podría haber sido efímero.
La inteligencia
de Eastwood y la convicción de que
la fama es puro cuento, lo llevaron a insistir
en la realización de una película
que Hollywood quería descartar. Le
pidió apoyo a Siegel y se largó
a dirigir, él mismo, Obsesión
mortal. Para quienes hemos conducido
programas de radio y hemos tenido un amor
peligroso, más que un thriller de
suspenso psicológico, esta película
es una verdadera pesadilla. Y aquel que
tenga calculadora que calcule y compruebe
cómo Eastwood se adelantó
varios años a la Atracción
fatal (1987) de Adrian Lyne. Tan
adelantado y ligero el hombre, que de entrada
fundó Malpaso, su propia compañía,
y decidió que, como otros colegas,
el podía actuar y dirigir. ¡Ah…!
Y también componer la música
para alguna de esas películas.
Pero lo más destacable es el arte
que tiene para ser un "independiente"
dentro de Hollywood, hacer un cine comercial
pero decente y, en más de una oportunidad,
hacer un cine realmente bueno.
CLINT ENTRA EN CARRERA
Harry, el
sucio
Así, entre aciertos y desaciertos,
fue atravesando los años '70 y '80.
De ese período datan grandes películas
que dirigió y protagonizó.
Su primer western, La venganza del
muerto (1973), fue objeto de críticas
por parte del actor John Wayne, quien hasta
ese entonces encarnaba al prototipo del
vaquero, aduciendo que la película
no respetaba el espíritu de los filmes
del Oeste. Eastwood apretó el pucho
y siguió adelante. El mismo año
hizo Interludio de amor,
una película romántica no
tradicional, que en su momento despertó
mucho interés; cargó la Magnun
44 (de Ted Post) para ser Harry,
el sucio nuevamente, y sorprendió
a público y crítica cuando
retomó el western para dar una de
las grandes películas del género:
El fugitivo Josey Wales
(1976). Para cerrar la década volvió
a las órdenes de Don Siegel, interpretando
a Frank Morris en Escape de Alcatraz
(1979). Pero abrió los '80 con una
película suya, Bronco Billy,
donde empezó a jugar con la decadencia
del vaquero, iniciando así una transformación
de héroe duro a héroe venido
a menos, que poco se percibió en
aquel entonces.
Repitió el riesgo de aparecer como
un perdedor en pantalla cuando hizo Honkytonk
Man (1982) y decididamente metió
la pata cuando hizo FireFox (del
mismo año). Inmediatamente volvió
a refugiarse en el sucio Harry, llevándolo
a la pantalla por cuarta vez en Impacto
fulminante (1983). Otro error.
Pero Clint se recuperaría. Estaba
creciendo y eso parece ser la esencia de
este californiano nacido en 1930. Aprender,
crecer, probar, seguir aprendiendo y así
seguir creciendo.
A mediados de los '80 volvió al western
encarnando al El jinete pálido,
un predicador que, como caído del
cielo, ordena y desordena, mueve, sacude
y cambia las vidas de los personajes anclados
en una pequeña comunidad. El retorno
fue importante para el actor y director,
por que lo llevó nuevamente a la
cima, y dejó claro que ese era su
juego: una de cal y una de arena. De vaquero
a policía, de detective a piloto,
de buenas películas a malas. Una
carrera zigzagueante pero ascendente siempre.
En 1988 se descargó con dos títulos:
Sala de espera al infierno
(Buddy Van Horn, 1988), quinta y última
de la serie de Harry, el sucio, y su segunda
joyita como director: Bird.
Músico y admirador del jazz, y en
particular de Charlie Parker, Eastwood se
sacó las ganas de hincarle el diente
a la historia de su ídolo, ganándose
el sitial de director serio, interesante,
atendible y dándole la oportunidad
a Forest Whitaker de demostrar sus grandes
cualidades como actor. Cualidades que Oscar
no vio pero que Cannes premio oportunamente.
CLINT PASA AL FRENTE

Los imperdonables
Tras la acostumbrada metida de pata, en
este caso con el nombre de Pink
Cadillac (Buddy Van Horn, 1989),
y luego de dirigir El principiante
en 1990, el buen Eastwood volvió
el mismo año con Cazador
blanco, corazón negro. Pero
fue dos años mas tarde cuando hasta
el muñequito dorado advirtió
que era un gran director. En Los
imperdonables está el Eastwood
perfecto. Con grandeza para dirigir, con
grandeza para actuar, con olfato para el
elenco y el equipo, y con grandeza para
ser un antihéroe como ya había
ensayado años atrás, el realizador
hace pasar a su personaje, William Munny
(su apellido se pronuncia como "dinero"
en inglés), por el trago amargo de
reconocer la vejez, de ser un retrato casi
patético del caza recompensas que
supo ser, pero de seguir conservando el
alma.
Con este clásico del cine moderno,
Eastwood ganó un Oscar a Mejor Director
y otro a Mejor Actor, pero fundamentalmente
ganó el compromiso con una carrera
más estable, menos propensa a los
tropezones. De ahí en mas llegaron
Un mundo perfecto (1993),
complejo análisis de la violencia
y la justicia, En la línea
de fuego, que si bien dirige Wolfgang
Petersen, él interpreta con brillantez,
Los puentes de Madison
(1995), donde explora el territorio del
amor imposible en el otoño de la
vida, Poder absoluto (1997),
Crimen verdadero (1999)
y Deuda de sangre (2002),
tres policiales convencionales que sin embargo
llevan la marca de Eastwood en cuanto al
encare de sus personajes, siempre al borde
de lo incorrecto.
En este período dirige otras dos
películas que, más que diferentes
entre sí, son opuestas, y que sirven
para dar otro ejemplo de la cintura que
Eastwood tiene para moverse detrás
de la cámara. En 1997 lleva a la
pantalla el libro de John Berendt Medianoche
en el jardín del bien y del mal,
arriesgándose a adaptar un best seller
que los americanos habían consumido
por toneladas y que para colmo se basaba
en hechos reales. Con elenco encabezado
por John Cusack y Kevin Spacey, Eastwood
despliega un grupo de personajes extraordinarios
en torno a un probable crimen. La anécdota
se va transformando en un pretexto para
echar una mirada profunda a esos personajes,
a su comportamiento, a su idiosincrasia
sureña, la cual surgiría (habría
que conocer muy bien el lugar para no usar
el condicional) de la propia atmósfera
de Savannah, Georgia, paisaje enclavado
al sur del país de los hombres libres.
En la otra punta está Jinetes
del espacio (2000), un drama con
visos de comedia, con un notable elenco
y un alto presupuesto, que pudo ser un gran
entretenimiento, como prometía desde
el arranque, pero que lamentablemente se
desinfla hacia el final.
No cabe duda que esa ambigüedad con
que Eastwood se maneja, es producto de un
plan que le ha permitido llegar a todos
los públicos, hacer dinero, y a la
vez no dejar dudas sobre sus dotes de realizador,
de actor… de animal de cine.
Así volvió a demostrarlo en
2003 cuando presentó Río
místico. Aquí Eastwood
da una vez más un paso al costado
como actor y elige un elenco preciso, encabezado
por ese gran actor y director, de alguna
manera hecho a su imagen y semejanza, que
es Sean Penn. La mejor película de
Eastwood desde Los imperdonables
y una verdadera muestra de habilidad para
crear climas y dirigir actores.
NOCHE DE HÉROES

El año pasado Eastwood atacó
nuevamente;Million Dollar Baby
fue por el Oscar en 7 categorías:
Película, Director, Actor Principal
(Eastwood), Actriz Principal (Hilary Swank),
Actor Secundario (Morgan Freeman), Guión
Adaptado (Paul Haggis) y Edición
(Joel Coxx). Se llevó 4 y entre estos
los más importantes: Película,
Director, Actriz Principal y Actor de Reparto.
Claro que también estaba en carrera
otro grande: Martin Scorsese. Lo hacía
con un tema que tenía todo para ganar;
El aviador se mete en la
vida de Howard R. Hughes, productor, director,
capo de la RKO y uno de los tipos más
controversiales del mundo del cine. Como
si fuera poco, encara esta "biografía"
(de alguna manera tenemos que llamarla)
haciendo hincapié en el Hughes amante
de las mujeres y de los aviones, y por supuesto,
como un perfeccionista en materia de cine.
Bien planeado si se tiene un Oscar en mente,
por que ahondar en las zonas mas oscuras
de Mr. Howard hubiera sido un acto tan valiente
como estúpido.
Scorsese es muy vivo. Muy inteligente y
talentoso. Venía a la entrega de
los premios con un Leonardo Di Caprio en
la manga. Tenía todo para ganarle
a mi favorito.
Pero la del 27 de febrero era una noche
para héroes. Los premios fueron para
el inagotable cowboy de Hollywood, para
Hilary, para Morgan, para Sydney Lumet,
para Amenábar, para Jaime Foxx…
y para quienes sentimos orgullo, emoción
y sentido de justicia, cuando Jorge Drexler
subió al escenario y con su canto
sencillo, dulce, casi etéreo, encendió
la historia de los premios Oscar. Bajó
feliz diciéndole "chao"
a un mundo que miraba sin comprender bien
qué estaba ocurriendo. La antorcha
parece haber quedado prendida. Solo resta
esperar. Con el paso del tiempo sabremos
si realmente, ahora, hay una luz al otro
lado del río.
|