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Se estrenó la remake de Dark Water, Agua turbia
LLUVIA NEGRA

por Alejandro Yamgotchian (octubre, 2005)



A esta altura las remakes saturan, y son minoría las que logran hacer al menos un papel decoroso. No estamos hablando de versiones de viejos clásicos sino de recientes trabajos no distribuidos a nivel transnacional que de inmediato son adaptados por la industria hollywoodense para que finalmente sí puedan verse por todo el globo.

Esta vez fue el turno de otra película japonesa, Dark Water (2002), de Hideo Nakata. El título que se le puso a esta adaptación fue Agua turbia, pero no se importó al realizador de la original sino que fue el brasileño Walter Salles (Estación Central, Diarios de motocicleta, co-realizador de Tierra extranjera) quien se puso detrás de cámaras.

Jennifer Connelly es la protagonista, una madre que se turna con su ex-marido para cuidar a la pequeña hija de ambos, con varios conflictos legales de por medio. Las preocupaciones y desconciertos la llevan, junto con la niña, a alquilar un apartamento en las afueras de Nueva York, con el fin de comenzar una nueva vida. Pero allí hay una presencia sobrenatural que no la dejará en paz.


ALLÁ LEJOS, EN ORIENTE


Dark Water, de Nakata





Un cuento corto de Kôji Suzuki fue el embrión para un posterior largo dirigido por Hideo Nakata, titulado Dark Water. La remake usa un argumento prácticamente similar, solo que las intenciones de ambos directores se van deslizando lentamente hacia distintos objetivos.

La película japonesa funciona mucho más como suspenso y terror que la de Salles. Hay imágenes mucho más trabajadas, y secuencias lisa y llanamente pavorosas. Curiosamente, una vez más el agua vuelve a estar presente. Sadako (la de Ringu) había sido arrojada a un aljibe, mientras que aquí hay una niña abandonada… y un tanque con agua (no conviene contar qué pasó, para aquellos que todavía no han visto ninguna de las dos versiones).

Las sociedades aceleradas son las mismas, sin embargo, y los individuos alienados también, algo que se viene repitiendo, además, en otros ejercicios nipones, sin olvidar la incidencia de las nuevas tecnologías como factor desequilibrante, a tal punto que la dependencia en las mismas termina envolviendo al ser humano y sirviéndolo hasta como vía de transmisión.


El gusto por Nakata hacia grandes clásicos del género norteamericano (y europeo) tampoco pasa desapercibido en esta ocasión, más si nos ponemos a pensar en casos como el de Venecia Rojo Shocking (Nicolas Roeg, 1973), donde una niña (vistiendo una capita muy similar a la de la niña de Dark Water) moría ahogada accidentalmente en un lago, mientras sus padres desconsolados comenzaban a recibir señales del más allá, confirmadas por el poder paranormal de una ciega, que les decía que la pequeña estaba feliz en el otro mundo pero que a la vez intentaba comunicarse de alguna manera con sus padres para velar por sus respectivas seguridades.

En este clásico de Roeg había, además, una Venecia que adquiría otras tonalidades, impensadas al momento de tomarla como contexto para una película de estas características. Y el resultado fue interesante, por encima de alguna prolongación en el libreto pero con un montaje llamativo, intensas interpretaciones de Donald Sutherland y Julie Christie (como la pareja de padres) y algunas escenas de tensión, muy bien logradas por el atento ojo de Roeg, que de alguna manera marcaban un quiebre en esos protagonistas que intentaban superar una tragedia prácticamente como si nada hubiera pasado pero que cuando comienzan a experimentar extraños hechos se descalabran ante la posibilidad de ver nuevamente a su adorada niña.


LA SOMBRA DE POLANSKI


La remake de Salles





La relación madre e hija, el dolor de la niña ante el parcial abandono y desatención que sufre a causa del divorcio de sus padres, y la inestabilidad psicológica de la aquí protagonista Jennifer Connelly son mucho más explícitas en esta remake de Walter Salles, que por otro lado se quedó bastante corto al momento de crear sustos. ¿Por qué no pusieron al menos un buen maquillaje para la niña fantasma, en vez de mostrarla normal? Todo lo que Nakata sugería muy finamente y hasta como al pasar fue ahora la médula de la que también terminó formando parte el libretista de Agua turbia, Rafael Yglesias.

Connelly acapara más la atención con su fuerte personalidad, determinada enérgicamente a resolver sus problemas ante la inesperada situación que le toca vivir y que le recuerda cada vez más incisivamente esa triste infancia, marcada por la hostilidad de sus padres. La relación madre e hija es mucho más contemplada aquí, a tal punto que la película puede tomarse perfectamente como un drama social, muy urbano, por cierto, donde hay otro marco gris, lluvioso, opaco, depresivo y extremadamente hermético, en especial con esas insistentes tomas desde el aire donde se aprecian imponentes complejos de edificios rodeados por agua y como cerrándose, formando una pequeña cúpula donde la incomunicación humana asoma como algo paradójico.


El tan comentado final de la película predecesora de Nakata se hace mucho más gráfico en la remake, donde se acentúa el dolor de la protagonista por los traumas de la niñez y se la enfrenta al dilema de seguir cuidando del ser que ama o atender a otro que pasó de chico por una situación similar a la de ella. Por si fuera poco la barrera entre lo real y sobrenatural se le hace cada vez más difusa.


La protagonista se siente tan sola en un momento que ella misma parece otro fantasma más deambulando por pasillos y apartamentos. Si tenemos en cuenta que esta Agua turbia se proyecta más en función del desconcierto gradual del personaje de Connelly, es inevitable no recordar los climas paranoicos de Polanski en El inquilino (1976), más si tenemos en cuenta que Salles es gran admirador del realizador francés y que el propio guionista Rafael Yglesias ya había colaborado con Roman en La muerte y la doncella (1996). Otro caso similar (y del mismo director) se había dado, claro, con Repulsión (1965), donde Catherine Deneuve era el eje central de un thriller psicológico en el que su esquizofrenia alcanzaba ribetes perturbadores dentro de un apartamento, aunque los motivos eran distintos.

Entre los actores secundarios de Agua turbia, de gran nivel, por cierto, figura un administrador de edificios (John C. Reilly), más que nada preocupado por la plata, en las apuestas en carreras de caballos, y que como persona ni existe; un abogado macanudo (Tim Roth, en un sorprendente papel) que alega una familia que no tiene y una oficina que en realidad es su propio auto; y como portero del inmueble (seco y poco amigable) el veterano Pete Postlewaithe.

Si bien este último no es tan mala persona como aparenta ser, el caso del administrador también recuerda a un personaje de El bebé de Rosemary (otra vez Polanski), cuya amabilidad y simpatía escondía en el fondo una veta oscurísima. La misma de la que está impregnada el ascensor, el piso de arriba, la terraza y todo el edificio en general... Claro; el parentezco con El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) es evidente y se da en las atmósferas opresivas que en esos espacios se crean. No es casualidad que Shelley Duvall (una de las protagonistas de ese clásico basado en la novela de Stephen King) tenga una fugaz aparición en la película de Salles (Kubrick y Hitchcock son otros dos directores a los que admira).




Hideo Nakata


Curiosidades
: Jennifer Connelly ya había actuado para una cinta de terror en la "suspiriana" Creepers (1985) de Dario Argento, siendo el primer rol protagónico de su carrera, luego de que apareciera por primera vez en pantalla grande en la excelente Érase una vez en América (1984), de otro director italiano, Sergio Leone.

El guionista Rafael Yglesias nació en Estados Unidos y fue responsable de la novela que él mismo escribió para cine en la interesantísima Sin miedo a la vida (Peter Weir, 1993). También había participado en el libreto de Desde el infierno (Albert y Allen Hughes, 2001), película basada en un comic (novela gráfica en este caso) de Alan Moore.

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