LA INVASIÓN
DE LOS PARÁSITOS ASESINOS
La idea original
es de William Burroughs y consiste en un
virus que se aloja en el interior del hombre,
logrando suplantar alguna de las funciones
de su organismo. De esta manera entre este
virus y el humano se genera una suerte de
relación simbiótica, no pudiendo
vivir uno sin el otro. Pero el hombre, creyendo
tener absoluto dominio sobre el virus, no
se da cuenta de que este ha usurpado sus
patrones de comportamiento, y quien controla
su vida es este virus/parásito y
no él. Segun la concepción
de Burroughs este virus no es otra cosa
que el lenguaje, al que nosotros creemos
dominar, cuando en realidad condiciona nuestras
maneras de pensar, nuestros modos de relacionamiento,
nuestra vida entera.
Esta idea
de fusión burroughsiana resumida
aquí en forma tan atropellada tiene
sus ecos en la mayoría de las películas
de Cronenberg, quien homenajea al escritor
en forma obsesiva e insistente. Buscar en
Shivers alusiones al lenguaje
es sin duda forzar demasiado la lectura;
Cronenberg parece hacer pie en Burroughs
para crear este engendro, pero no lo copia.
Sus películas toman entonces la dimensión
que sólo un autor enormemente talentoso
puede darles, logrando significaciones diferentes
a las de las fuentes originales de inspiración.
Otro referente
inevitable para Shivers
es la película La noche de
los muertos vivientes (Romero,
1968), pero la lógica de zombies
caníbales traídos a la vida
por un mutágeno no parece haber convencido
demasiado a Cronenberg, quien reformuló
la historia imprimiendo en ella sus inquietudes
personales, y dándole además
una base algo más científica:
el causante de zombificar a la gente ya
no es un mutágeno sino parásitos
que una clínica experimental ha generado
para curar enfermedades terminales, y que
se colocan en el lugar de ciertos organos
defectuosos de los pacientes con el objeto
de que cumplan eficazmente sus funciones.
El asunto
adquiere tintes inequívocamente cronenbergianos
cuando los portadores de los parásitos
comienzan a ser víctimas de una lujuria
irreprimible (y aquí el lenguaje
y los prejuicios me traicionan; pongo "víctimas",
pero créanme que los zombies no parecen
pasarla nada mal), e intentar contagiar
este flagelo a quien se les cruce. Es llamativo
que en esta relectura del relato de los
zombies, estos no padezcan de una "muerte
cerebral", por la que desaparece todo
vestigio de humanidad, sino que hasta parecen
comportarse como gente "normal",
pero liberada de las rígidas ataduras
de la autorrepresión.
En una escena
crucial de la película, la actriz
Lynn Lowry se desahoga contándole
al protagonista: "tuve un sueño
preocupante anoche. En él me encuentro
haciendo el amor con un extraño,
pero tengo problemas porque es viejo y moribundo
y huele mal y lo encuentro repulsivo. Pero
entonces él me dice que hasta la
carne vieja es erótica, que la enfermedad
es el amor de dos criaturas entre sí,
que morir es un acto de erotismo, que hablar
es sexual, respirar es sexual, y que incluso
la existencia física es sexual. Y
yo le creo y hacemos el amor de maravilla".
En esta cita y a lo largo de su obra Cronenberg
parece decir que las verdaderas pulsiones
no conocen una orientación sexual
definida, y los tabúes, las prohibiciones,
los gustos estéticos, son pautas
culturales adquiridas y grandes escollos
para que el individuo alcance su plenitud
sexual.
Es innegable
el goce que se siente al ver en la película
a quienes otrora habían sido yuppies
correctos y pulcros convertidos en verdaderos
sexópatas desbocados, sumergidos
en una orgía sangrienta. La anarquía
sexual causada por los parásitos
deriva en violaciones, lesbianismo, homosexualidad,
incesto, pedofilia, y hasta en coprofagia,
si se tiene en cuenta que los parásitos
se asemejan a heces reptantes. El director
había dicho en una entrevista para
la Rolling Stone "El artista quiere
darte lo que tú no sabes que quieres,
algo que la próxima vez ya podrás
saber que te gusta, pero que nunca supiste
que querías". Lo viscoso,
lo carnal, lo orgánico en su cine
producen tanto rechazo como fascinación;
Cronenberg tiene la extraña facultad
de saber transmutar una situación
aparentemente desagradable en algo inquietantemente
placentero.
La amplia
mayoría de las películas del
cine gore desde sus comienzos hasta ahora
no tiene el poder de impresión que
aún conserva Shivers.
Cronenberg siempre ha sido muy meticuloso
en lo que refiere al cuidado estético
de sus films, y esta película no
ha envejecido a nivel técnico ni
en su temática. No se debe dejar
de lado tampoco que las primeras obras del
director sentaron las bases y fueron pasto
de inspiración para otros grandes
productos viscosos como Eraserhead
(Lynch, 1978) o Alien (Scott,
1979) y más adelante para obras maestras
del videoclip como las del oscuro y grandioso
grupo norteamericano Tool. (1)
Es evidente
la arremetida del director contra una clase
social a la que probablemente considere
falsa e hipócrita. En cierto momento
el espectador se entera de que el científico
suicidado que había creado y esparcido
a los parásitos guardaba un profundo
rencor contra la humanidad, y veía
al hombre como un ser abyecto que hasta
tal punto lo sobrerracionalizó todo,
que se ha vuelto incapaz de satisfacer sus
más elementales instintos. Este científico
loco probablemente no sea otro que el mismo
Cronenberg, creador de toda esta desestructurante
parábola sobre las propias limitaciones
del ser humano.
Según
el crítico Bob Stephens, (2) el complejo
habitacional donde transcurre la acción,
que habría sido ideado arquitectónicamente
para aislar los sonidos y crear un ambiente
apacible y confortante, opera en forma contraria
a su razón de ser cuando el ataque
de los zombies, confinando y causando la
incomunicación entre las víctimas.
La alienación del individuo en apartamentos
compactos se revierte cuando la liberación
sexual, en una vuelta del hombre a sus orígenes,
culmina por integrar a perfectos desconocidos
en orgías colectivas.
Dato bizarro:
durante la filmación la actriz Susan
Petrie rogó a Cronenberg que la golpeara,
ya que le importaba mucho el papel y lo
lograba llorar por voluntad propia. Luego
de dudarlo un rato, y vista la insistencia
de la actriz, Cronenberg accedió
y la abofeteó, pero ella pidió
que lo hiciera aún más fuerte.
Esto se fue convirtiendo en un ritual al
que se fue acostumbrando todo el equipo
de producción. Cada vez que se debía
rodar una toma con la actriz, Cronenberg
le daba unos golpes, ya que la mayoría
de las escenas en la que ella figuraba debía
aparecer llorando. Cuando la hermosa actriz
Barbara Steele (todo un icono del cine de
terror de los años sesenta) vio a
Cronenberg en semejante despliegue de violencia,
armó un escándalo y amenazó
con denunciarlo a las autoridades. Sólo
se calmó cuando la propia Susan Petrie
le explicó que había sido
ella misma quien había pedido al
director que la golpeara. (3)
(1)
Entre otras joyitas Prisonsex
(1994) y Stinkfist (1996)
de Adam Jones o Sober (1993)
de Fred Stuhr.
(2)
Crítica en SFGate.com
(3)
Tal vez esto le haya terminado por gustar
a Cronenberg, quien por lo general incluye
en sus películas escenas en las que
se violenta a alguien del sexo femenino.
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