
Antes del infierno: los tres protagonistas
de Hostal
Sin dudas que Hostal (2005)
sacudió la cartelera con sus promocionadas
escenas de tortura, a partir de lo visto
en un hipotético sitio web tailandés,
que sirvió de inspiración
a su joven realizador norteamericano Eli
Roth. También le había surgido
la idea para su ópera prima Cabin
Fever / Fiebre en la cabaña
(2002), co-escrita junto a su compañero
de estudios Randy Pearlstein, cuando estuvo
en Islandia y contrajo una extraña
infección. Estos hechos, sin embargo,
no deberían llamar tanto la atención
como otras cosas que en realidad le preocupan
a este polémico director y que se
encargó de dejar bien claras en ambas
películas.
NO TODO PASA POR LA PROVOCACIÓN
Probablemente
muchos recuerden aquellas publicidades en
los canales de televisión abierta,
cuando se estrenaban películas como
Diabólico (Sam Raimi,
1983) y Cuando cae la oscuridad
(Kathryn Bigelow, 1987). La voz en off
advertía de escenas que causaban
desmayos en la salas del viejo cine Censa
y del también desaparecido Gran Splendid.
Los films en sí eran muy buenos ejemplos
de cine de terror y se caracterizaban más
bien por el gore, subgénero en el
que predomina la abundancia de sangre. Algo
parecido se intentó con la interesante
Voraz (Antonia Bird, 1999),
que contenía algunas escenas de canibalismo
y que impresionaron en su momento a más
de uno.
Pero Hostal
es otra cosa y de la cual no conviene quedarse
con la primera impresión. Aparte
de ser gore, también se
inscribe dentro del llamado mayhem
(donde resaltan los desmembramientos) y
hasta el snuff (otro subgénero
caracterizado por la filmación de
asesinatos reales), básicamente por
el considerable grado de realismo que encierra.
Esta película
del joven Eli Roth ha sido también
promocionada por los desmayos que ha causado
en muchas partes del mundo, aunque aquí
las campañas de marketing empleadas
no son tan ingenuas y tampoco parecen conocer
muy bien cómo viene la mano. En realidad
son mucho más sensacionalistas, si
se quiere, y tratan de dirigirse a un público
adolescente algo desquiciado respecto a
la necesidad de consumir este tipo de materiales,
que en muchos casos no son más que
olvidables pero que en otros, como en Hostal,
deparan sorpresas por demás bienvenidas.
Dos jóvenes
turistas norteamericanos y un islandés
llegan de vacaciones a Eslovaquia, en busca
de diversión y sexo fácil.
Y lo consiguen, aunque luego los mismos
residentes del hostal del título
comienzan a desaparecer inexplicablemente.
La causa reside en un lugar siniestro donde
la gente es torturada. Conviene aclarar,
por cierto, que la película contiene
alguna que otra escena, sobre todo cerca
del final con una joven japonesa, que resulta
bastante sádica y puede afectar (enormemente)
la sensibilidad del espectador.
A través
de atmósferas absolutamente herméticas,
el realizador Eli Roth va trazando un esquema
parecido al de su ópera prima Cabin
Fever, donde se observan seres
humanos expuestos a situaciones extremas,
las mismas a las que estuvo sometida el
propio equipo de filmación, en el
que alguno de los asistentes sentía
nauseas, mareos y ganas de salir afuera
para tomar un poco de aire, de tan realistas
que intentaban fabricarse algunas escenas.
El contexto donde transcurre lo peor había
sido un viejo hospital abandonado, más
precisamente donde se encontraban los enfermos
mentales más peligrosos...
Hay cierta
fascinación por el morbo que en realidad
no es necesaria al momento de dar a entender
hasta dónde es capaz de llegar el
ser humano. Roth justificó su objetivo
con medios que podían haber sido
mucho menos provocadores al final de cuentas.
Sin embargo, sus influencias están
muy enraizadas en el cine británico
de horror de los ´70 (cualquier coincidencia
con El hombre de mimbre
no es casualidad) con muchas referencias
al gore norteamericano de la misma
década. Su cine aquí bebe
de grandes maestros del terror (Hooper,
Craven) y a ellos rinde tributo. De los
primeros trabajos de estos se desprendía
un realismo tal, típico de documental,
y una exploración de los costados
más oscuros de la mente humana, que
aquí son llevados a puntos casi extremos.
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Roth
dando a indicaciones a Takashi Miike |
Tentaciones
peligrosas en Hostal |
Si bien
Hollywood está tratando de importar
los recursos del nuevo cine de horror asiático
(y hasta los propios artistas que allí
trabajan), Roth optó por tomar de
los mismos no tanto la sugestión
sino más bien la violencia gráfica,
especialmente la de otro director preferido
suyo, que aquí tiene una fugaz aparición:
el japonés Takashi Miike, de quien
pudo verse en Uruguay Audition
(1999).
Hostal,
en definitiva, no es una película
sobre torturas; las mismas aparecen esporádicamente
a lo largo de 90 minutos que no se olvidarán
tan fácilmente. Lo peor de todo es
que esto está inspirado en casos
reales (vistos supuestamente en un sitio
web de Tailandia) de gente adinerada dispuesta
a pagar cifras considerables para dar rienda
suelta a su morbo, que era el de torturar
y asesinar gente, algo para nada extraño
en el mundo neoliberal y casi echado a perder
de hoy día. Y eso es de lo más
aterrador, ya que cualquiera puede caer
presa de esto. Las apariencias pueden engañar
de un modo tal que ya no se puede confiar
en nada, por más que se esté
en un lugar totalmente seguro y con gente
por demás amable: una atractiva compañera
de cuarto, un ejemplar padre de familia,
amables recepcionistas; todos personajes
que aquí aparecen.
Los mismos
que están dispuestos a pagar por
prostitutas luego pasan a ser los prostituidos;
las necesidades imperiosas de aquellos que
piensan en sí mismos y hasta subestimando
a otros, terminan invirtiendo los papeles
en su contra. Como que aquí no hay
inocentes. Esto es algo de lo que Roth también
había visualizado (con otro caso
distinto, claro) en Cabin Fever.
Los desesperantes
climas de la película se compenetran
en lugares donde no hay escape ni salvación
alguna; no hay piedad ni compasión
que valga. Y ahí es donde entra a
jugar ese estilo de documental que Roth
aplica a Hostal y que en
principio puede engañar respecto
a la necesidad de una historia que termina
resultando verosímil, a tal punto
que el snuff no tiene nada que
envidiarle. En uno de los particulares perfiles
de la condición humana (impredecible,
por cierto) radica el mérito de un
trabajo que no conviene rechazarlo desde
el vamos.
ALGO MÁS QUE UNA BACTERIA

Eli Roth es fanático de la trilogía
Evil Dead de Sam Raimi
y eso en Cabin Fever se
nota. También las mismas influencias
pero a nivel visual de autores mencionados
anteriormente; las tomas diurnas en el bosque
que enfatizaban rareza y aislamiento son
muy parecidas a las empleadas por Wes Craven
en La última casa a la izquierda.
Habría que sumar también una
cita demasiado evidente pero que entra muy
bien en la historia, a propósito
de La noche de los muertos vivos
(1968) de George Romero y una quema de cadáveres
que hace la policía local.
Sin embargo,
en ninguna de sus dos películas Roth
se ha conformado con un planteo standard
repleto de guiños, ya que aquí
decide jugar con algunas situaciones límite
para develar las verdaderas formas de ser
de los protagonistas. Su película,
al igual que Hostal, comienza
como una típica comedia norteamericana
estudiantil y luego se va tornando en una
pesadilla de la que parece no haber escape
alguno.
Tanto la
horda de zombies que va en busca de carne
humana en el clásico de Romero, del
mismo modo que la bacteria asesina que afecta
a la barra de amigos que sale de vacaciones
en Cabin Fever, no importan
tanto como los prejuicios, la discriminación
y el hecho de ver qué pasa con ese
grupo de jóvenes en situaciones límite
donde las apariencias bien consolidadas
se derrumban como un castillo de naipes.
Las falencias humanas saltan a la vista,
y muy excepcionalmente (y hasta que como
por descarte) termina apareciendo alguien
con integridad suficiente.
Por supuesto
que Cabin Fever se anota
algunos puntos en cuanto a gore se refiere.
Si bien Eli Roth toma en cuenta esto, la
tarea de impresionar más que asustar,
lo cual no es un defecto ya que sus películas
sacan buenos partidos desde la cámara,
aparece superada por una curiosidad determinante
al momento de explorar, como en Hostal,
ese perfil siniestro del ser humano, con
casos impactantes en Cabin Fever
y muy extremos en Hostal.
Lo que pueda llegar a hacer el hombre tampoco
tiene límites..., y de eso ya se
había encargado (otra vez) uno de
los ya citados, Wes Craven en Las
colinas tienen ojos / La pandilla abominable
(1977).
Ya en Cabin
Fever se contaba como anécdota
el caso de un empleado que terminó
torturando a varios de sus compañeros
(al final usaba las partes para jugar bowling),
de la misma manera que en Hostal,
aunque aquí las palabras mismas hablaban
por sí solas al momento de dar a
entender el calvario por el que las víctimas
pasaron.
De lo que
sí no hay duda es que Eli Roth siempre
se maneja en contextos sórdidos pero
reales y con una innegable influencia del
cine de terror clase B contemporáneo
más alguna pincelada de humor negro,
y no precisamente en un tono similar al
de los primeros trabajos de Peter Jackson.
Se trata de un humor muy particular, más
parecido a lo que podríamos llamar
bizarro-demencial, es decir el las películas
de la productora norteamericana Troma, de
Lloyd Kaufman (de hecho Roth apareció
actuando en varias de estas producciones).
El problema es que a veces no resulta tan
efectivo y hasta tiende a ser algo surrealista,
de tan extraña sensación que
deja (el policía retardado, el niño
caníbal que hace kung fu y ve a las
personas como panqueques, un perro tan agresivo
que tuvo que ser filmado en tomas separadas,
porque sino se le tiraba encima a los actores).
El
hombre ya tiene varios proyectos, incluida
una secuela para Hostal
este mismo año. Si mantiene su perfil
e independencia, algo muy difícil,
salvo que siga acompañado y/o apadrinado
por Tarantino, por ejemplo, quizá
tengamos más películas interesantes
que llenarán su currículum.
Ahora, si continúa el camino de segundas
partes bastante mediocres que se han dado
en los últimos años, como
El juego del miedo 2 (2005)
de Darren Lynn Bousman... Ojalá que
no descanse en la truculencia que le ha
dado fama y siga cultivando lo mucho que
se puede seguir diciendo del ser humano,
sobre todo en estos tiempos.
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