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Cabin Fever y Hostal, de Eli Roth
EL HOMBRE SIN LÍMITES

por Alejandro Yamgotchian (abril, 2006)




Antes del infierno: los tres protagonistas de Hostal





Sin dudas que Hostal (2005) sacudió la cartelera con sus promocionadas escenas de tortura, a partir de lo visto en un hipotético sitio web tailandés, que sirvió de inspiración a su joven realizador norteamericano Eli Roth. También le había surgido la idea para su ópera prima Cabin Fever / Fiebre en la cabaña (2002), co-escrita junto a su compañero de estudios Randy Pearlstein, cuando estuvo en Islandia y contrajo una extraña infección. Estos hechos, sin embargo, no deberían llamar tanto la atención como otras cosas que en realidad le preocupan a este polémico director y que se encargó de dejar bien claras en ambas películas.


NO TODO PASA POR LA PROVOCACIÓN

Probablemente muchos recuerden aquellas publicidades en los canales de televisión abierta, cuando se estrenaban películas como Diabólico (Sam Raimi, 1983) y Cuando cae la oscuridad (Kathryn Bigelow, 1987). La voz en off advertía de escenas que causaban desmayos en la salas del viejo cine Censa y del también desaparecido Gran Splendid. Los films en sí eran muy buenos ejemplos de cine de terror y se caracterizaban más bien por el gore, subgénero en el que predomina la abundancia de sangre. Algo parecido se intentó con la interesante Voraz (Antonia Bird, 1999), que contenía algunas escenas de canibalismo y que impresionaron en su momento a más de uno.

Pero Hostal es otra cosa y de la cual no conviene quedarse con la primera impresión. Aparte de ser gore, también se inscribe dentro del llamado mayhem (donde resaltan los desmembramientos) y hasta el snuff (otro subgénero caracterizado por la filmación de asesinatos reales), básicamente por el considerable grado de realismo que encierra.

Esta película del joven Eli Roth ha sido también promocionada por los desmayos que ha causado en muchas partes del mundo, aunque aquí las campañas de marketing empleadas no son tan ingenuas y tampoco parecen conocer muy bien cómo viene la mano. En realidad son mucho más sensacionalistas, si se quiere, y tratan de dirigirse a un público adolescente algo desquiciado respecto a la necesidad de consumir este tipo de materiales, que en muchos casos no son más que olvidables pero que en otros, como en Hostal, deparan sorpresas por demás bienvenidas.

Dos jóvenes turistas norteamericanos y un islandés llegan de vacaciones a Eslovaquia, en busca de diversión y sexo fácil. Y lo consiguen, aunque luego los mismos residentes del hostal del título comienzan a desaparecer inexplicablemente. La causa reside en un lugar siniestro donde la gente es torturada. Conviene aclarar, por cierto, que la película contiene alguna que otra escena, sobre todo cerca del final con una joven japonesa, que resulta bastante sádica y puede afectar (enormemente) la sensibilidad del espectador.

A través de atmósferas absolutamente herméticas, el realizador Eli Roth va trazando un esquema parecido al de su ópera prima Cabin Fever, donde se observan seres humanos expuestos a situaciones extremas, las mismas a las que estuvo sometida el propio equipo de filmación, en el que alguno de los asistentes sentía nauseas, mareos y ganas de salir afuera para tomar un poco de aire, de tan realistas que intentaban fabricarse algunas escenas. El contexto donde transcurre lo peor había sido un viejo hospital abandonado, más precisamente donde se encontraban los enfermos mentales más peligrosos...

Hay cierta fascinación por el morbo que en realidad no es necesaria al momento de dar a entender hasta dónde es capaz de llegar el ser humano. Roth justificó su objetivo con medios que podían haber sido mucho menos provocadores al final de cuentas. Sin embargo, sus influencias están muy enraizadas en el cine británico de horror de los ´70 (cualquier coincidencia con El hombre de mimbre no es casualidad) con muchas referencias al gore norteamericano de la misma década. Su cine aquí bebe de grandes maestros del terror (Hooper, Craven) y a ellos rinde tributo. De los primeros trabajos de estos se desprendía un realismo tal, típico de documental, y una exploración de los costados más oscuros de la mente humana, que aquí son llevados a puntos casi extremos.

Cabin Fever

Roth dando a indicaciones a Takashi Miike
Tentaciones peligrosas en Hostal

Si bien Hollywood está tratando de importar los recursos del nuevo cine de horror asiático (y hasta los propios artistas que allí trabajan), Roth optó por tomar de los mismos no tanto la sugestión sino más bien la violencia gráfica, especialmente la de otro director preferido suyo, que aquí tiene una fugaz aparición: el japonés Takashi Miike, de quien pudo verse en Uruguay Audition (1999).

Hostal, en definitiva, no es una película sobre torturas; las mismas aparecen esporádicamente a lo largo de 90 minutos que no se olvidarán tan fácilmente. Lo peor de todo es que esto está inspirado en casos reales (vistos supuestamente en un sitio web de Tailandia) de gente adinerada dispuesta a pagar cifras considerables para dar rienda suelta a su morbo, que era el de torturar y asesinar gente, algo para nada extraño en el mundo neoliberal y casi echado a perder de hoy día. Y eso es de lo más aterrador, ya que cualquiera puede caer presa de esto. Las apariencias pueden engañar de un modo tal que ya no se puede confiar en nada, por más que se esté en un lugar totalmente seguro y con gente por demás amable: una atractiva compañera de cuarto, un ejemplar padre de familia, amables recepcionistas; todos personajes que aquí aparecen.

Los mismos que están dispuestos a pagar por prostitutas luego pasan a ser los prostituidos; las necesidades imperiosas de aquellos que piensan en sí mismos y hasta subestimando a otros, terminan invirtiendo los papeles en su contra. Como que aquí no hay inocentes. Esto es algo de lo que Roth también había visualizado (con otro caso distinto, claro) en Cabin Fever.

Los desesperantes climas de la película se compenetran en lugares donde no hay escape ni salvación alguna; no hay piedad ni compasión que valga. Y ahí es donde entra a jugar ese estilo de documental que Roth aplica a Hostal y que en principio puede engañar respecto a la necesidad de una historia que termina resultando verosímil, a tal punto que el snuff no tiene nada que envidiarle. En uno de los particulares perfiles de la condición humana (impredecible, por cierto) radica el mérito de un trabajo que no conviene rechazarlo desde el vamos.


ALGO MÁS QUE UNA BACTERIA


Eli Roth es fanático de la trilogía Evil Dead de Sam Raimi y eso en Cabin Fever se nota. También las mismas influencias pero a nivel visual de autores mencionados anteriormente; las tomas diurnas en el bosque que enfatizaban rareza y aislamiento son muy parecidas a las empleadas por Wes Craven en La última casa a la izquierda. Habría que sumar también una cita demasiado evidente pero que entra muy bien en la historia, a propósito de La noche de los muertos vivos (1968) de George Romero y una quema de cadáveres que hace la policía local.

Sin embargo, en ninguna de sus dos películas Roth se ha conformado con un planteo standard repleto de guiños, ya que aquí decide jugar con algunas situaciones límite para develar las verdaderas formas de ser de los protagonistas. Su película, al igual que Hostal, comienza como una típica comedia norteamericana estudiantil y luego se va tornando en una pesadilla de la que parece no haber escape alguno.

Tanto la horda de zombies que va en busca de carne humana en el clásico de Romero, del mismo modo que la bacteria asesina que afecta a la barra de amigos que sale de vacaciones en Cabin Fever, no importan tanto como los prejuicios, la discriminación y el hecho de ver qué pasa con ese grupo de jóvenes en situaciones límite donde las apariencias bien consolidadas se derrumban como un castillo de naipes. Las falencias humanas saltan a la vista, y muy excepcionalmente (y hasta que como por descarte) termina apareciendo alguien con integridad suficiente.

Por supuesto que Cabin Fever se anota algunos puntos en cuanto a gore se refiere. Si bien Eli Roth toma en cuenta esto, la tarea de impresionar más que asustar, lo cual no es un defecto ya que sus películas sacan buenos partidos desde la cámara, aparece superada por una curiosidad determinante al momento de explorar, como en Hostal, ese perfil siniestro del ser humano, con casos impactantes en Cabin Fever y muy extremos en Hostal. Lo que pueda llegar a hacer el hombre tampoco tiene límites..., y de eso ya se había encargado (otra vez) uno de los ya citados, Wes Craven en Las colinas tienen ojos / La pandilla abominable (1977).

Ya en Cabin Fever se contaba como anécdota el caso de un empleado que terminó torturando a varios de sus compañeros (al final usaba las partes para jugar bowling), de la misma manera que en Hostal, aunque aquí las palabras mismas hablaban por sí solas al momento de dar a entender el calvario por el que las víctimas pasaron.

De lo que sí no hay duda es que Eli Roth siempre se maneja en contextos sórdidos pero reales y con una innegable influencia del cine de terror clase B contemporáneo más alguna pincelada de humor negro, y no precisamente en un tono similar al de los primeros trabajos de Peter Jackson. Se trata de un humor muy particular, más parecido a lo que podríamos llamar bizarro-demencial, es decir el las películas de la productora norteamericana Troma, de Lloyd Kaufman (de hecho Roth apareció actuando en varias de estas producciones). El problema es que a veces no resulta tan efectivo y hasta tiende a ser algo surrealista, de tan extraña sensación que deja (el policía retardado, el niño caníbal que hace kung fu y ve a las personas como panqueques, un perro tan agresivo que tuvo que ser filmado en tomas separadas, porque sino se le tiraba encima a los actores).

El hombre ya tiene varios proyectos, incluida una secuela para Hostal este mismo año. Si mantiene su perfil e independencia, algo muy difícil, salvo que siga acompañado y/o apadrinado por Tarantino, por ejemplo, quizá tengamos más películas interesantes que llenarán su currículum. Ahora, si continúa el camino de segundas partes bastante mediocres que se han dado en los últimos años, como El juego del miedo 2 (2005) de Darren Lynn Bousman... Ojalá que no descanse en la truculencia que le ha dado fama y siga cultivando lo mucho que se puede seguir diciendo del ser humano, sobre todo en estos tiempos.

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