"¿Retirarme? Usted está
hablando de la muerte, ¿verdad?"
Pues ahora sí, se retiró Robert
Altman, más precisamente el pasado
20 de noviembre, cuando falleció
de cáncer, a los 81 años.
La siempre sorprendente Academia de Hollywood,
luego de haberlo nominado cinco veces y
nunca otorgarle un premio a Mejor Director,
finalmente se dignó en hacer entrega
de un Oscar honorífico "por
una carrera que constantemente ha reinventado
la forma del arte y que ha inspirado tanto
a realizadores como a espectadores por igual".
Un reconocimiento tardío que igual
puso al realizador norteamericano en el
ojo de cientos de millones de espectadores
de todo el mundo.
Un director
que supo estar en el momento justo pero
en el lugar equivocado; que cobró
tan solo 75.000 dólares por una de
sus mejores películas (M.A.S.H.,
1970) y que en los últimos años
consideraba "obsceno" el hecho
de que hubiesen sueldos en Hollywood que
llegaran hasta 40 millones de dólares
al año, teniendo en cuenta la enorme
desigualdad de la sociedad de hoy día.
Por supuesto que estas declaraciones ya
las venía haciendo desde sus tempranas
épocas en que trabajaba para la televisión,
y eso lo puso en varias listas negras que
lo veían como alguien anticonvencional
y que iba a contramano de lo que en realidad
debía hacerse en televisión.
"Las agencias, los ratings, las
compañías... El que piensa
que en la televisión se hace arte
está loco; es tan solo un medio para
la publicidad". Y muchas de estas
cosas estuvieron presentes a lo largo de
sus más de cuarenta años de
trayectoria, donde muchas veces le tocó
bailar con la más fea.
UNA DÉCADA FUNDAMENTAL
El nacimiento del "New American Cinema"
en la década del ´60 llevó
al distanciamiento de artistas (y productores
inteligentes) de las grandes empresas para
la distribución mundial y del presupuesto
para llevar a cabo los rodajes. Realizadores
como John Cassavetes, Peter Bogdanovich
o Roger Corman apostaban a un nuevo cine
que carecía de filmaciones formales
y estrellas, a métodos no tan rigurosos
y que planteaban denuncias violentas respecto
a la situación del hombre y el trato
que le daba la sociedad. Esas críticas
fueron mucho más penetrantes hacia
fines de dicha década, cuando nació
el llamado "Nuevo Cine Norteamericano".
El impacto
de la Nouvelle Vague en los espectadores
(y directores) estadounidenses, el paradójico
nuevo acercamiento a los independientes
por parte de los grandes estudios que se
venían en picada por las bajas recaudaciones,
y hasta la aprobación de un nuevo
código que derribó aquella
censura impuesta por William Hays, permitió
a varios realizadores (entre ellos Altman)
cuestionar con severidad, aprovechando al
séptimo arte como una gran herramienta
de comunicación y ante todos los
sucesos revolucionarios que se estaban dando
en Estados Unidos. Algunos han hecho films
emblemáticos que fueron desde el
drama de dos discapacitados intelectuales
en David y Lisa (Frank
Perry, 1962), pasaron por las famosas El
graduado (Mike Nichols, 1969) y
Bob, Carol, Ted & Alice
(Paul Mazursky, 1969) y llegaron hasta materiales
de culto como Busco mi destino
(Dennis Hopper, 1968), Perdidos
en la noche (John Schlesinger,
1969) y Los perros de paja
(Sam Peckinpah, 1971), entre otras.
Y entre
esas otras se puede contar una de las más
grandes sátiras a la guerra en la
historia del cine; la ya mencionada M.A.S.H.,
que a pesar de estar situada en la Guerra
de Corea apuntaba directamente y con mucho
humor negro a la guerra de Estados Unidos
en Vietnam; también metiendo más
profundamente el bisturí en lo que
respecta a la burocracia militar, algo que
Altman ya venía manejando en su largometraje
debut, La cuenta regresiva
(1967), donde Estados Unidos y la Unión
Soviética competían para ver
cuál de los dos mandaba primero un
astronauta a la luna.
REBELDE Y CON CAUSAS
A la altura de La cuenta...
Altman había hecho cortos, documentales,
episodios y hasta avisos publicitarios.
Pero sus ideas lo llevaron a ser despedido
en varias oportunidades de la televisión.
Y el cine le fue abriendo paso para volcar
experiencias y pensamientos que lo iban
convirtiendo en un verdadero autor. En Ese
día tan frío en el parque
(1969), una historia amorosa se ve salpicada
por las vivencias de una joven reprimida
y solitaria que viene de un ambiente frío
y se ve inmersa en una sociedad materialista
y despiadada. El volar es para los
pájaros (1970) es una fantasía
que su director convierte en sátira
social, cuando un fotógrafo cuyo
sueño es poder volar aparenta ser
finalmente el personaje más normal
de todos.
Altman siguió
sorprendiendo a la crítica con Del
mismo barro (1971), un western
distinto a los tradicionales, donde se desmitifica
el machismo y el heroísmo de los
clásicos pistoleros, pero que mantiene
a la vez rasgos de una balada heroica, siguiendo
el ascenso y la caída de un vulgar
apostador (Warren Beatty) que entabla relación
con una prostituta (Julie Christie) que
termina orientándolo.
En Nashville
(1974) dirigía uno de las películas
más importantes de su carrera. "Los
más de veinte personajes eran registrados
y fotografiados como si se tratara de un
documental", decía Altman.
El humor negro hacia las costumbres de la
burguesía se hizo evidente en Un
matrimonio (1978), quizás
uno de sus mejores trabajos dentro de los
tildados "menores".
LA
CONFIRMACIÓN DE UN GRAN AUTOR
La crítica alguna vez le reprochó
no tanto la variedad de sus temas aunque
sí algunas obras que llamaron mucho
la atención por el escaso interés
que despertaban. Entre estas hubo varias
que también indignaron a ejecutivos,
absolutamente disconformes con las recaudaciones
de materiales como Popeye
(1981). De todas maneras, Altman volvería
a su mejor nivel (quizás no tan personal,
algo improvisado) al adaptar una historia
de amor imposible en Extraña
pasión (1984).
Ya no eran
pocos los que estaban en su contra y eso,
sumado a los problemas económicos,
llevó a Altman a volver a la televisión,
no sin antes viajar a Francia para dirigir
Terapia de grupo (1986),
una historia fraccionada en psiquiatras
y pacientes (analizados en la misma bolsa),
donde se cuestionaban las relaciones humanas
y amorosas. A pesar de ser bien recibida,
Altman iba sumando detractores y con su
economía gravemente afectada. Sin
embargo eso no fue obstáculo para
cambiar su postura.
Luego de
estar cuatro años alejado del cine
Altman haría en los ´90 varios
de los mejores trabajos de su carrera. Y
empezaría con un film totalmente
distinto a lo que venía haciendo
(para no perder la costumbre). Vincent
& Theo (1990) muestra, a través
de una poderosa labor fotográfica
y una estética por momentos conmovedora,
a un artista (Van Gogh) que sufre por la
incomprensión y un cercano aniquilamiento,
que bien puede ser aplicado al propio Altman.
La industria
hollywoodense tuvo su merecido en Las
reglas del juego (1992). De los
inconformismos de Vincent...
relacionados a la explotación del
artista, Altman aquí apunta sus dardos
muy sutilmente al negocio cinematográfico,
las ciencias económicas que lo rigen;
a ejecutivos y actores con un enfoque casi
de documental y que hace permanentes guiños
al que está del otro lado de la pantalla.
En Ciudad
de ángeles (1993) deja de
lado el vicio y el glamour (del que se ocuparía
al irrumpir en el mundo de la alta costura
en Pret-a-porter) de Los
Ángeles para mostrar la otra cara
del sueño americano, desde una clase
media baja luchadora y con sus dudas y problemas,
no tanto con ese perfil sociológico
aplicado por su colega Lawrence Kasdan en
su historia coral de Grand Canyon:
El corazón de la ciudad
(1991) sino más bien a nivel humano,
individual.
La alta
sociedad volvió a estar en la mira
de Altman en Gosford Park
(2001), donde alguien da una fiesta en la
que se destapan varias cosas, también
dentro del personal de servicio y los invitados
que van llegando. Por si fuera poco luego
se da un asesinato.
No
conviene olvidar tan fácilmente a
Robert Altman, un gran director que siempre
tuvo una idea fija, que la mantuvo, que
logró salirse con la suya ironizando
sobre todo aquello que veía inadecuado,
y también sobre ambientes y personajes
que le dieron varios dolores de cabeza.
A pesar de una filmografía heterogénea
y con altibajos, el hombre nunca perdió
su estilo y lo defendió durante más
de cuarenta años... hasta el día
que se retiró. |