Al margen de grandes éxitos de acción
y fantasía con protagonistas infantiles
y adolescentes, como E. T.: El extraterrestre
(Steven Spielberg, 1982) o la saga Volver
al futuro, de Robert Zemeckis,
los niños y la ciencia ficción
también tuvieron protagonismo durante
las décadas del ´70 y ´80
pero en obras que no llegaron a repercutir
a nivel de la taquilla estadounidense y
que curiosamente fueron aportes por demás
significativos.
De esos
ejercicios, entre otras referencias a viejos
clásicos del cine fantástico
de la década del ´50 (las producciones
de George Pal, las invasiones alienígenas,
los monstruos adocenados que poblaban los
famosos dobles programas y que nunca faltaban
en los autocines norteamericanos, alguna
cosa de Ray Harryhausen), es que este joven
realizador de Zathura,
Jon Favreau (el de Elf: El duende),
supo captar los ingredientes necesarios
para dotar a su nueva película de
una visión que rechaza en especial
el dominio de las imágenes generadas
por computadora y que apuesta a los maquillajes
y al viejo arte de los efectos especiales.
LA CASA RODANTE

La historia se basa en un libro de Chris
Van Allsburg (el mismo creador de la novela
El Expreso Polar) y hasta
se la ha visto como una continuación
de Jumanji (1995), algo
que en realidad no es así, por más
que haya otro juego en la vuelta y esté
el mismo autor desde la fuente literaria.
Dos hermanos
son transportados a las profundidades del
espacio, a partir de un viejo juego de caja
que deberán terminar, al menos para
tener una esperanza de retorno. Ésta
es la base de Zathura,
un tren fantasma cuyo viaje se convierte
en una aventura de grandes proporciones,
en todo sentido.
Hay algo
del estilo retro impuesto por Kerry Conran
en su Capitán Sky y el mundo
del mañana (2004); de hecho,
la inminente John Carter of Mars
que iba a dirigir Conran pasó ahora
a manos de Jon Favreau. En esta película,
basada en una obra de Edgar Rice Burroughs,
un veterano de la Guerra Civil es llevado
a un salvaje planeta, donde tendrá
que escapar las criaturas que lo tomaron
como prisionero y de paso salvar a una princesa.
La diferencia es que este último,
en Zathura, apostó
más por ese cine fantástico
"familiar" de la década
del ´80 que se estaba debatiendo entre
maquetas, esculturas, objetos mecánicos
y tímidos efectos especiales computarizados
(recordar que la Industrial Light &
Magic recién empezaba a crecer),
que incluían a titiriteros (El
cristal encantado, codirigida por
Jim Henson y Frank Oz, que en la versión
original de Zathura hace
la voz del robot) y diseñadores de
efectos visuales y de maquillaje, como Stan
Winston, que aquí creó la
réplica (congelada) de la joven Kirsten
Stewart.
Los reptiles alienígenas fueron todos
interpretados por seres humanos disfrazados,
igual que el personaje del robot, empecinado
en su misión de exterminio, salvo
por algunos detalles donde sí hubo
que agregar efectos especiales, como en
veloces movimientos de brazos, piernas y
traslados.
La idea
fue no embarullar con trucajes digitales;
tan solo recurrir a ellos en clave nostálgica,
como en aquellas épocas donde ver
un animal con cuatro ojos realmente llamaba
la atención o incluso a grandes robots
parlantes que justificaban hasta la producción
misma de una película, al constituirse
estos novedosos personajes en gran atracción.
Lo más moderno de las nuevas tecnologías
aquí tan solo oficia de espectacular
soporte, de lujoso complemento para intensas
aventuras y emociones que pasan por encima
del guión y de cualquier regla de
la lógica; al fin de cuentas en los
juegos para niños todo puede ser
posible.
Los pequeños
protagonistas aportan su química,
aparte de una cuota de picardía e
inocencia, de simples golpes y consecuentes
aprendizajes, que denotan ciertos moralismos;
es que todo lo ajeno a la aventura está
por debajo de ella y tanto la correcta simpleza
de algunos personajes secundarios como la
de los propios diálogos no necesariamente
afectan el resultado de una obra como Zathura,
que se da el lujo de desarrollar durante
casi dos horas toda su acción dentro
de una simple casa.
El único inconveniente que realmente
se hace sentir es la falta de una copia
con subtítulos en español;
al menos está ocurriendo durante
el preestreno. Ojalá que cuando se
estrene al menos haya una copia que no esté
doblada. En todo caso habrá que esperarla
a cuando se edite en DVD.
VOLVER AL PRESENTE
No fueron
muchos los ejercicios de ciencia ficción
que llegaron a interesar realmente durante
los últimos años. Entre realidades
virtuales y asuntos algo más serios
pudieron observarse utopías, revoluciones,
inconformismos, reflexiones, duras batallas
en pos de ideales, y paralelismos que apuntan
a reflejar de otra manera duras realidades
de hoy día, entre otros conceptos
originales y otros surgidos de clásicas
obras literarias, novelas gráficas
y viejos clásicos cinematográficos.
Por otro
lado, y varios escalones por debajo, la
computadora cobró protagonismo en
un montón de productos que hicieron
mucho ruido y que le eran encargados a gente
que en realidad demostró ser absolutamente
negada para el género o que bien
le daba lo mismo hacer un trabajo de ciencia
ficción que una comedia para adolescentes.
Sin embargo,
y al margen de producciones exitosas durante
los últimos años, las grandes
compañías, como la propia
Disney, o incluso productoras con un poco
más de independencia, marcaron buen
camino en materia de aventuras fantásticas
en tiempo presente y otras similares que
nacían a partir de grandes inventos
o descubrimientos, y se fusionaban con la
ingenuidad de personajes, generalmente,
infantiles o adolescentes, hastiados de
la rutina, curiosos, investigadores y bastante
inteligentes, que de paso también
aprendían alguna que otra lección
ejemplarizante.
La televisión
tampoco fue ajena y ya se venía despachando
con series que iban desde las primeras dos
que se hicieron de Dimensión
Desconocida hasta otros casos como
el de Viajeros, que aquí
exhibió Canal 4. En video pudo conocerse
una entretenida película titulada
Un demonio computado (1977),
del fallecido John Florea, donde un niño
de 8 años lograba inventar una "supercomputadora"
portátil con la que empezó
a alterar los semáforos y todos los
aparatos electrónicos de su pequeño
pueblo, cuentas bancarias inclusive.
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El
vuelo del navegante, de la
Disney, un pequeño clásico
olvidado. |
D.
A. R. Y. L., de Paramount;
el afiche original era infinitamente
mejor.
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John
Carter of Mars: amagó
con ir al cine pero se cayó...
por ahora. |
Matthew
Broderick también había logrado
meterse en otros lugares prohibidos aunque
mucho más riesgosos, en Juegos
de guerra (1983) de John Badham.
Un casual contacto de su computadora con
la que manejaba el arsenal nuclear de Estados
Unidos lo llevó a pensar que la supuesta
Tercera Guerra Mundial era tan solo un entretenimiento
de ocasión, aunque para los "malvados"
rusos, claro, la cosa no se tomó
de esa manera.
Pero las
visitas a la Tierra, durante los ´80,
cobraron un tono mucho más seductor,
si de aventuras infantiles se trata. Una
película como D. A. R. Y.
L. (Simon Wincer, 1985) tenía
como protagonista a un niño con grandes
habilidades pero que no sabía su
origen, cuando fue encontrado por una familia,
sorprendida ante sus posteriores manifestaciones
físicas y mentales; en principio
se lo veía como un robot que quería
parecerse a los humanos. Sin embargo, el
planteo de la película dejaba alguna
cosa subliminal, por encima de los sucesos:
¿cuál era en realidad el parámetro
para parecerse a un humano "normal"?
y sobre todo ¿hasta qué punto
podríamos ser merecedores de tal
"orgullo" por parte de una inteligencia
artificial?
Otro ejemplo
más que nada recreativo fue El
vuelo del navegante (1985) de Randal
Kleiser, donde un niño desaparece
y retorna ocho años después...
con la misma edad, desconcertando a su familia,
que lo había dado por muerto. La
causa: extraterrestres que se lo habían
llevado. El protagonista luego es estudiado
por el gobierno norteamericano pero logra
fugarse... en una nave alienígena
que había sido descubierta por científicos.
De ahí en más recorre largas
distancias, provocando reacciones de todo
tipo.
Por supuesto
que no conviene olvidar obras como El
último guerrero espacial
(Nick Castle, 1984) o Los exploradores
(Joe Dante, 1985), que ya habíamos
comentado en el informe realizado sobre
la saga Matrix.
Durante
la década del ´90 tan solo
hubo algunos casos rescatables; en menor
medida Rocketeer (1990)
de Joe Johnston (el mismo que luego dirigiera
Cielo de octubre y la propia
Jumanji) y El gigante
de hierro (1999), ejemplar y muy
emotiva animación de Brad Bird (el
mismo de Los Increíbles)
ambientada en el Maine de fines de la década
del ´50, sobre arma destructiva enviada
desde el espacio exterior que pierde su
memoria al llegar a la Tierra y que de inmediato
traba gran amistad con un niño. Increíblemente
esta película no pasó por
cines uruguayos. |