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Mientras la ciudad duerme, de John Huston
JUGARRETAS DEL DESTINO

por Diego Faraone (abril, 2006)




Como contrapartida al american way of life y a los productos hollywoodenses que lo encumbraban, en su mayoría superficiales, edulcorados, comerciales y por supuesto acríticos, el cine negro comenzó a reflejar cierto inconformismo presente en la sociedad norteamericana de las décadas del 40 y del 50. Si bien la Segunda Guerra y sus millones de muertos, Hiroshima o Auschwitz significaron golpes tremendos para la confianza en el progreso y en la humanidad; el macarthismo, la guerra fría y la intervención en Corea dejarían en evidencia mejor que nada los trapos sucios de Norteamérica.

Es entonces que estas películas de carácter truculento, desmesuradamente tétricas y oscuras, revelaron los costados ocultos del sueño americano: la vida en el hampa, las mentes criminales, la brutalidad, la corrupción, la misoginia, el desapego y el individualismo, el cinismo, la traición, el desencanto.

Y este último término es clave para comprender la obra de Huston, quien en vida supo ser un gran cosechador de éxitos y fracasos, con superioridad numérica en estos últimos. Además de ser director de cine fue boxeador, dramaturgo, militar y aviador en la Segunda Guerra, novelista, pintor, periodista, cronista judicial, torero, jinete, guionista, actor. Llegó a teniente formando parte del ejército revolucionario de Pancho Villa, dirigió una revista de cine, fundó un comité de lucha contra McCarthy, y en reiteradas ocasiones abusó compulsivamente del juego y del alcohol. No es de extrañar que el desencanto haya marcado a fuego su accidentada vida, y que en lo mejor de su obra se haga presente como un estigma personal. Sus personajes, y en particular los de Mientras la ciudad duerme (1950), comparten su mirada escéptica y el visible bagaje de un pasado tortuoso. Como bien comenta el crítico Guillermo Zapiola: "El rostro trágico de Humphrey Bogart se adecuaba perfectamente a la tipología de antihéroe hustoniano, y no es extraño que el director lo haya utilizado repetidas veces."

En reiteradas ocasiones Huston comentó que los elementos verdaderamente importantes a la hora de filmar una película son el guión y el casting, y que el resto se va dando solo en la marcha. Lo cierto es que en sus mejores películas, Huston logra despertar la sensación de que ningún otro actor podría cuadrar mejor en el papel que aquel que está en pantalla. Por su parte, el guión de Mientras la ciudad duerme no sólo es una excelente adaptación en la que se respeta el espíritu de la novela de Burnett (que vale decir, ha quedado comprensiblemente relegada al olvido), sino que además se le reordenaron algunos tramos y se le agregaron otros con resultados deslumbrantes. El desolador desenlace hustoniano es de una infinita superioridad trágica, y el rasante pesimismo que exuda la película no tiene cabida en el libro original.

Al igual que Dmytryk, Kazan o Dassin, Huston supo trasplantar a sus películas situaciones de la vida cotidiana con admirable destreza en forma aparentemente verosímil. A más de cincuenta años de su estreno, hoy continúa asombrando este realismo singular, y a pesar de que se sepa que casi todos los actores presentes en la película están más que muertos y enterrados, créase, estos personajes RESPIRAN en los fotogramas. Se ha dicho que el mérito corresponde al talento de Huston para la dirección de actores, pero en honor a la verdad vale decir que Huston rara vez los dirigía, sino que por el contrario, los instaba a que hicieran papeles a su manera, en busca de actuaciones instintivas y fieles a ellos mismos. Durante los castings, apuntaba precisamente a actores que tuviesen un perfil psicológico similar al de los personajes, y hecha la elección los dejaba libres a su suerte.

El resultado fue ejemplar: interpretaciones brillantes de Louis Calhern, Jean Hagen y James Whitmore, premio al mejor actor en Venecia a Sam Jaffe y descubrimiento de talentos notables como los de Marilyn Monroe y Sterling Hayden. Pero más impresionante aún, y a lo que Huston aspiraba, es la densidad emocional y el destello humano contenido en cada una de las caracterizaciones, incluidas las de los secundarios. No existen criminales de una sola pieza en Mientras la ciudad duerme, y cuando se conocen sus motivaciones o sus debilidades, es difícil no simpatizar con ellos. Doc (Sam Jaffe), el cerebro de la banda, a pesar de ser un germano frío y meticuloso, se desvive por las faldas, y ello lo terminará por perder. Dix (Sterling Hayden), el rufián, se involucra en el robo con la idea de juntar dinero para volver a sus caballos y a su Kentucky natal; el abogado Emmerich (Louis Calhern) quedó en la ruina por saciar los gustos de su amante veinteañera; el especialista en cajas fuertes, Louis (Anthony Carusso), tiene un hijo enfermo y una familia que mantener; a Cobby, el corredor de apuestas, lo hunde su credulidad y su ambición; el chofer jorobado, Gus (James Whitmore), presenta inesperados costados solidarios. Los traidores son traidores por desesperación, y como dice en determinado momento Emmerich, "El delito no es más que uno de los aspectos de la lucha por la vida".

En su tiempo la película causó indignación en sectores de la crítica, los cuales consideraron de mal gusto que se buscara esta empatía emocional con delincuentes. Huston replicó: "Las personas que consideran inmoral el film tienen miedo de lo que la película despierta en ellos. Se sienten criminales porque comprenden el estado de ánimo y las motivaciones de los criminales".

Si bien los personajes de Mientras la ciudad duerme son delincuentes profesionales de larga trayectoria, y el riguroso plan craneado parece realmente "perfecto", todo terminará fallando, y de las formas más absurdas e injustas. La primer falla es el factor humano y sus imprecisiones típicas, aquí concretamente el engaño y traición por parte de uno de los integrantes de la banda. El resto es mero producto de la fatalidad, una alarma de otro edificio que suena accidentalmente, un arma que cae al suelo y se dispara sola. Es curioso que el plan falle precisamente en su parte más "segura" (la apertura de la caja fuerte), y el elemento que menos confianza inspiraba (Dix), es el que mejor se desempeña. Lo que la teoría aseguraba, la práctica acabará por derruir.

El hombre como un ser "arrojado" a su suerte en un mundo absurdo y carente de reglas, condenado a construir a cada instante su propia identidad por medio de sus acciones, y abrumado por la angustia al saberse libre y único responsable de su esencia son premisas del pensamiento existencialista, y en especial del de Jean-Paul Sartre. Ellas se encuentran presentes en las más representativas obras de Huston, confeso admirador del filósofo, y al que incluso terminaría encargando el guión de la película Freud, pasión secreta (Freud, the Secret Passion, 1962), debiendo rechazarlo luego por su exagerada extensión.

Las libertades personales se encuentran coartadas ya que los protagonistas han decidido internarse en la jungla del asfalto; el entorno los conduce a círculos viciosos de criminalidad, y las únicas vías de escape son la cárcel o la muerte. Lo que hoy puede verse como un desenlace un tanto moralista y bienpensante, debe pensarse como lo lógico y lo pertinente a su época. Si algún delincuente se hubiese salido con la suya, la película se habría catalogado inmediatamente como obra maldita, y no habría tenido la difusión y el buen recibimiento que tuvo. Mientras la ciudad duerme se convirtió en fuente de inspiración para un sinfín de films de "atracos perfectos" de calidad variable, que conformaron todo un sub-subgénero dentro del subgénero que ya conforma el policial negro. Entre ellos cabe destacar como insuperables a The Killing / Casta de malditos (Kubrick, 1956) o, más acá en el tiempo, a Reservoir Dogs / Perros de la calle (Tarantino, 1992).

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