
Título original: La cáscara
País y año de producción:
Argentina / España / Uruguay, 2007
Dirección: Carlos
Ameglio
Guión: Carlos
Ameglio
Con: Juan Manuel Alari,
Martín Voss, Walter Reyno, Horacio
Marassi, Filomena Gentile
Duración: 105
minutos
Calificación:
Apta para todo público
Género: Comedia
/ Drama
Sitio Web: http://www.lacascara.com.uy/
Reseña argumental:
Un creativo publicitario muere repentinamente,
mientras trabaja en la idea para el lanzamiento
de un antigripal. A partir de ahí,
Pedro, su antiguo compañero, comienza
una complicada búsqueda tratando
de dar con la idea del muerto, usurpando
su lugar y haciendo uso de apuntes y pensamientos
dejados por el otro.
Debut en el largometraje del uruguayo
Carlos Ameglio, reconocido y premiado
publicista, también galardonado
nacional e internacionalmente por su corto
Los últimos vermichellis
(1988; codirigido junto a Diego Arsuaga)
y el mediometraje El hombre de
Walter (1995).
COMO UNA IMAGEN
A principios de los ´90 quien esto
escribe pudo ver con sorpresa y en una
función hecha en VideoCentro (Asociación
Cristiana de Jóvenes), dedicada
a trabajos uruguayos, el corto Los
últimos vermicellis, que
en 1988 el director de La cáscara
(2007), Carlos Ameglio, había dirigido
junto con Diego Arsuaga (Otario).
El resultado fue por demás interesante,
porque con casi nada de presupuesto se
elaboró un ejercicio de ciencia
ficción bastante irónico
en el que los gordos estaban viviendo
en una sociedad que los perseguía.
El ser humano debía pesar un promedio
de 75 kilos y los obesos eran acosados
por un régimen totalitario transnacional
que los exterminaba (Uruguay casi que
recién salía de la dictadura
militar), que en última instancia
los hacía adelgazar en cárceles,
o los bombardeaba con mensajes televisivos,
donde se destacaban torneos de físicoculturismo.
Imilce Viñas era una de las bizarras
protagonistas (usaba bigote) que junto
con su compañero y un escritor
se refugiaban en un sótano frigorífico
repleto de alimentos, memorizando recetas
de cocina al mejor estilo del Fahrenheit
451 de Bradbury y degustando
justamente el plato del título.
Los últimos vermichellis
se basaba en un cuento del recientemente
fallecido Roberto Fontanarrosa y a pesar
de su tono satírico, que ya se
podía palpar desde la propia banda
sonora, uno se ilusionaba con que en Uruguay
se pudiera hacer algún día
buen cine de género y especialmente
algo vinculado a lo fantástico.
En 1995 dirigió el mediometraje
El hombre de Walter,
protagonizado por Gustavo Escanlar (de
muy buen trabajo, por cierto), que adaptaba
un cuento de Mario Levrero y en un tono
experimental, apostando netamente a lo
visual y a climas surrealistas. Ameglio
recién debutaría en el largometraje
con La cáscara
(2007), y ese mismo gusto por la ciencia
ficción que lo había impulsado
a hacer Los últimos vermichellis
tomó otra forma en esta flamante
ópera prima suya.
Ameglio contaba en un work in progress
que pudo verse en la pasada muestra "Piriápolis
de Película" que le gustaba
mucho el cine de género, especialmente
el fantástico. Incluso en un momento
aparece sobre una pared el afiche de El
último guerrero espacial (1984)
de Nick Castle, mientras en la propia
película el protagonista descansa
en su casa mirando un episodio de la vieja
serie Buck Rogers y en
medio de una atmósfera bastante
tétrica, por cierto, que incluye
un misterioso repartidor de pizza y una
gran tormenta que se desata.
No es tan fácil hacer una lectura
de La cáscara.
Puede tomarse como una comedia de humor
negro, o un drama que juega con lo ridículo.
En ambos casos algunos personajes secundarios
pueden resultar tan desagradables como
bizarros. Todo comienza cuando el compañero
de un creativo publicitario que muere
en un accidente automovilístico
empieza a buscar los apuntes de su fallecido
colega para continuar una campaña
publicitaria sobre un antigripal. Eso
lo lleva a obtener un cargo más
alto dentro de la agencia donde trabaja
pero a la vez mucha más exigencia
por parte de sus superiores, que desean
colmar lo mejor posible las expectativas
de los clientes. El tiempo pasa y los
problemas son cada vez mayores, especialmente
cuando la idea original se va transformando
en otra cosa dentro de la cabeza del protagonista,
interpretado por Juan Manuel Alari.
La cáscara es en realidad el disfraz
que este joven prácticamente inexpresivo
debe mantener en su trabajo y por qué
no en la sociedad, en el círculo
de gente donde se mueve, un contexto que
el director Ameglio, de vasta experiencia
y premiado en varias oportunidades por
sus trabajos publicitarios, conoce muy
bien.
Curiosamente, el film mantiene un perfil
bastante modesto, para nada acelerado,
y cierta parsimonia que lo hace hasta
un poco teatral. Según declaraciones
de Ameglio, él quería trazar
un paralelismo con el propio ritmo de
una ciudad como Montevideo, que muchas
veces se vuelve tan rutinaria y cansina
que parece estancada, como el personaje
principal de La cáscara.
Ese trajín, sin embargo, se convierte
en un arma de doble filo, ya que promediando
la segunda mitad le impregna al relato
cierta lentitud que otros espectadores
por ahí podrán interpretar
como un rasgo pesimista, como la representación
de un estado de ánimo que no es
el mejor frente a una sociedad (o un sistema)
acelerado, implacable y que no perdona
nada, incluyendo a aquellos que no pueden
decidirse ni tener una identidad propia.
El niño que se le aparece repentinamnte
en la calle al protagonista y frente a
su nuevo hogar quizás sea esa gota
de humanidad necesaria, un cable a tierra
para su mundillo, la única persona
que valga la pena y que logra entrar en
sintonía durante los momentos más
difíciles en la vida de este creativo
publicitario. Su hábitat es un
club de golf, y ése va a ser uno
de los escenarios fundamentales que oficiará
de marco para materializar la tan buscada
idea del comercial.
Mientras en Los últimos
vermichellis la imagen de la
bahía montevideana en la noche
y con la famosa llama de la ANCAP trataba
de meternos en un futuro no muy lejano
y por ahí representando una ciudad
oscura y destruida, el diseño futurista
de la torre de ANTEL, igual que el campo
de golf para imaginar la superficie lunar,
sirve al personaje de La cáscara
como empuje definitivo para el aviso del
antigripal.
Esa creatividad del director Ameglio,
sumada a la particular extravagancia de
sus trabajos, a sus propias influencias
cinematográficas y literarias,
pueden despertar sonrisas por un lado
y sensaciones extrañas por el otro.
La película, insistimos, puede
llevar a más de una lectura o quizás
a verla nuevamente. Pero el sabor agridulce
que nos deje (en el buen sentido) seguramente
va a seguir siendo el mismo.