El
reciente lanzamiento en video de El espinazo
del diablo permite a Arte7 aprovechar
la ocasión para hacer un repaso a dicho film,
que justo bajó de cartel cuando se inauguró este
sitio web, y también a la trayectoria del joven
realizador mexicano de la película, Guillermo
Del Toro, responsable de otras brillantes incursiones
en el género como Mimic y Cronos.
Si alguien escuchara hablar de un gordo pancho,
sereno, muy católico y vegetariano (dejó de probar
carne luego de ver El loco de la motosierra
/ La masacre de Texas, de Tobe Hooper), y
admirador (igual que Shyamalan) de Las
Chicas Superpoderosas, una de las cosas
que menos podría pensar es que ese mismo sujeto
ha hecho películas con seres sedientos de sangre,
fantasmas vengativos, experimentos mortales, cortos
en Súper-8 con varios muñequitos y abundante salsa
de tomate, y numerosos maquillajes de heridas
y monstruos. Pero así es el mexicano Guillermo
Del Toro, uno de los pocos directores que, junto
con el hindú M. Night Shyamalan y el chileno Alejandro
Amenábar, a modo de contados ejemplos, están revitalizando
con sus respectivos aportes un alicaído género
fantástico. Del resto mejor no hablar mucho.
Del Toro ya había
sorprendido a unos cuantos con su debut, el thriller
gótico Cronos en 1993. Luego fue importado
por la industria para poner los pelos de punta
en la escalofriante Mimic (1997), donde
demostró que el talento de su obra anterior no
había sido casualidad. Cuatro años después se
fue a España para filmar una remake (a medias)
de un film de su compatriota Carlos Enrique Taboada
(Hasta el viento tiene miedo) que se llamó
El espinazo del diablo (2001). Dicho trabajo
se llegó a estrenar en cines uruguayos, aunque
bajó de cartel en muy poco tiempo, igual que sus
otros dos antecedentes. Y no hace mucho terminó
de dirigir Blade 2 (2002), secuela del
film Blade: Cazador de vampiros (basado
en el personaje de comic creado por Marv Wolfman);
actualmente está preparando otra adaptación proveniente
del noveno arte: Domu, del responsable
asiático de Akira (1988), Katsuhiro Otomo.
CONFIANZA
Y TALENTO
"Ahorita
entiendo más a Dios y entiendo más lo que es el
alma y entiendo más mi propio concepto de esas
cosas con lo que hago. Existe el entendimiento
profano de la religion, aquello que no es sacerdocio,
lo que no es oficialmente la iglesia. Y para mi
esta mitología me ayuda a entender más a Dios
y lo que es el alma o lo que es la vida y la naturaleza.
Para mí, lo único que necesita el hombre ante
la naturaleza y Dios es humildad y perspectiva
y sacrificio." (GDT)
El hombre no es
ningún careta, posee una sencillez tremenda, ha
visto mucho cine fantástico, hace películas que
siente, y jamás peca de soberbio ni juega a ser
director de cine. Traslada a la pantalla aquellos
miedos infantiles que lo dejaban deliciosamente
nervioso e impaciente a la hora de irse a dormir,
ha sido influenciado por algunos de los más grandes
maestros del género, dentro (muchos clásicos terroríficos
de la Universal) y sobre todo fuera de Estados
Unidos (expresionismo alemán, las películas de
la Casa Hammer, muy por encima de tantas otras
de conocidos realizadores, como Bava, Romero y
Argento), aunque preocupa cada vez más el hecho
de que termine siendo devorado por una industria
hollywoodense monstruosamente capitalista y cercenadora
por excelencia de libertades artísticas, que lo
colocó detrás de cámaras justamente para la secuela
de Blade: Cazador de vampiros (Stephen
Norrington, 1998).
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Federico
Luppi en Cronos. |
Y
un niño busca respuestas en El
espinazo del diablo, ...luego de
su muerte. |
Mientras
tanto, Wesley Snipes reparte bifes en Blade
2. |
Pequeños en situaciones
bastante complicadas, adultos mayores que los
acompañan, aconsejan y protegen, dramas y temores
barnizados con sutiles toques poéticos, y metáforas
de la propia realidad, con climas perturbadores
y filmaciones de impecable factura, además de
ocasionales toques de humor negro. Estos son algunos
de los ingredientes más comunes de Cronos
(la más personal y elogiada), Mimic (la
menos íntima y reconocida), y El espinazo del
diablo (donde los niños más trascendencia
que nunca). El cine de Del Toro nace a partir
de historias muy oscuras, y es allí desde donde
se crean elementos completamente hipnotizadores,
impensados; los personajes tienen un perfil bien
definido, pero también hay situaciones muy emotivas,
trágicas, que se fusionan inesperadamente en la
historia, logrando algo que no deja de llamar
la atención para lo que es una película del género.
Si en Cronos y El espinazo... se
preocupó más por los conceptos de su relato y
los personajes, en Mimic volcó casi toda
su inventiva visual para fabricar notables secuencias
y sobresaltos. Pero en las tres siempre hay un
enemigo que une a personas con sólidos valores
humanos: un objeto peligroso (Cronos),
seres mimetizados (Mimic) y un demente
sin escrúpulos (El espinazo...), aunque
no hay que olvidar cierta ambiguedad tanto en
el personaje de Federico Luppi en Cronos
como en el de Eduardo Noriega en El espinazo...
El primero desesperado por buscar sangre que
le dé vida eterna, tratando a la vez de no lastimar
a sus seres más queridos, y el segundo, totalmente
perverso, pero con un pasado muy injusto que lo
transformó y marcó de por vida.
LOS NIÑOS PRIMERO
"Cuando era
muy pequeño y tenía algo así como dos años, me
desperté una noche después de haber visto un episodio
de Rumbo a lo desconocido titulado
`El mutante´. Me había asustado tanto que empecé
a ver hormigas verdes en la pared y criaturas
dentro de mi armario, y en ese preciso momento
fue cuando hice un pacto con los monstruos:
`Si son buenos conmigo y me dejan ir al baño les
dedicaré toda mi vida´. (GDT)
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Federico
Luppi y su nietita en presencia del temible
invento alquimista en Cronos. |
Entre
el mito del vampiro y la alquimia Cronos
se centra en la relación de un abuelo (Federico
Luppi) y su nieta (la niña Tamara Shanath, de
increíble actuación) que amenaza con desestabilizarse
a partir de los hechos a los que el primero (un
vendedor de antigüedades) se ve sometido: alimentarse
de sangre para poder vivir, mientras trata de
no hacerle ningún daño a la pequeña. La causa:
la vida eterna que brinda una extraña pieza de
oro (invento alquimista) hallada en la base de
una estatua, siempre y cuando se cumpla con lo
anterior. Por si fuera poco Jesús (tal es el nombre
del protagonista; cabe acotar que en Cronos
hay varias referencias al Cristianismo) deberá
hacer frente al violento sobrino de un excéntrico
señor que también desea vivir para siempre y quiere
obtener el novedoso chiche. Del Toro, aquí, hace
hincapié en situaciones trágicas y en las emociones
de los propios personajes ante tan difícil situación.
Los diseños góticos se dan la mano con una fotografía
estilizada, donde la poca movilidad de la cámara
se las ingenia para transmitir muchas cosas, tanto
físicas como internas. La narración, también,
se toma su tiempo, para dar cabida a ese especial
y conmovedor vínculo (la última imagen de la película
es magnífica) entre nieta y abuelo. Los temores
infantiles que en Cronos se descifran a
través de miradas, gestos y las propias composiciones
de la imagen, en El espinazo del diablo
se hacen mucho más explícitos, inclinaciones de
Del Toro hacia la Cristiandad incluidas.
LOS MAYORES
DESPUÉS
"`El espinazo
del diablo´ fue en realidad el nombre que se
le atribuyó a una epidemia mortal, que no fue
diagnosticada hasta la pasada dédada del ´40.
Anteriormente la gente le atribuía distintos calificativos.
Y creo que esto acompaña a la película perfectamente.
`El espinazo del diablo´ es una enfermedad
que envuelve al niño cuando se encuentra en estado
fetal, algo que precisamente les sucede a los
infantes del orfanato en esta película. En determinado
momento uno de los personajes manifiesta:
`Algunas personas dicen que esto es lo que les
pasa a los niños de nadie, a los niños que jamás
deberían haber nacido.´Y esa es una leyenda
muy embromada." (GDT)
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Los
niños del orfanato no la pasan tan bien
en El espinazo del diablo. |
En
El espinazo... el director mexicano viaja
a plena Guerra Civil Española, más precisamente
a un orfanato bastante aislado donde el fantasma
de un niño comienza a hacer de las suyas. Por
más que el espectro tiene su lado tétrico son
los propios vivos a quienes debe temerse más,
al propio contexto que el hombre llegó a crear;
la guerra en sí misma y las numerosas muertes
que acarrea, por un lado, y la bajeza humana en
todo su esplendor, gentileza de un malvado personaje
(Eduardo Noriega), por el que todos se sienten
trastocados, en el otro. Si bien el asilo está
un poco ajeno a la dura realidad española (geográfica
e idealmente) una bomba enterrada (que nunca llegó
a explotar y que se encuentra anclada en el patio
de la institución) les recuerda que el conflicto
bélico también se encuentra presente allí, al
menos como una amenaza latente que en cualquier
momento puede desencadenar una tragedia.
Más que una película de terror El espinazo
del diablo apunta al drama humano aunque con
toques (obligatoriamente) sobrenaturales y atmósferas
prácticamente apocalípticas. Del Toro, además,
vuelve al universo infantil y más que nunca antes
en relación con personas mayores (otra vez Luppi,
Marisa Paredes) que ahora se abren y reflexionan
mucho más, sufren por amor, necesidad y hasta
dolor ajeno, son más queridos pero también estrictos
hasta con ellos mismos, se sienten más útiles
y seguros. La inocencia infantil se une a la experiencia
del mayor, pero ambos sienten y sufren por igual
(como la nieta y el abuelo en Cronos);
es como si los más chicos carecieran de las armas
necesarias para enfrentar hechos inesperados que
el destino les depara por adelantado y como si
los más experientes ya vinieran fogueados pero
a la vez cansados y sin muchas energías de tanto
que han luchado. Pero en el encuentro ambos se
sienten reconfortados. Cabe señalar que El
espinazo... se inspira en Hasta el viento
tiene miedo, del mexicano Carlos Enrique Taboada;
sólo que en vez de niños hay niñas condenadas,
por órdenes del director de un colegio, a pasar
las vacaciones en una escuela por la que anda
vagando un fantasma, con sonámbulos y situaciones
oníricas incluidas.
TRABAJAR EL
MIEDO
"Lo más
interesante es que en la naturaleza existen dos
especies, únicamente dos especies que son expansionistas:
el hombre y los insectos. Las demás especies son
territoriales. El insecto es devorador, expansionista;
sigue expandiéndose y no le importa. Y el hombre
es así. Tampoco le importan las demás especies.
Devora, devora, se reproduce y no le importa.
Me interesaba muchísimo hacer como un duelo tremendo
entre las dos especies más terribles y bien adaptadas
de la creación. Literalmente, si la naturaleza
y Dios planean las cosas para que haya balance,
las dos especies que van a acabar peleándose por
el mundo van a ser insectos y hombres. Y es una
guerra silenciosa que ya está y existe."
(GDT)
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Mira
Sorvino en Mimic. |
El
fantasma de El espinazo del diablo. |
La
lucha es a muerte en Blade 2. |
Una de las principales
razones por las cuales la atrapante Mimic
pasó casi sin pena ni gloria para gran parte de
los que la vieron es la meticulosidad de un guión
concentrado (aquí los personajes no pesan tanto
como en Cronos y El espinazo...)
casi en su totalidad en cómo potenciar el miedo
a través de las imágenes, pero mostrando a los
antagonistas de la película y estirando, así,
los nervios y la tensión. Mimic está repleta
de escenas de gran poderío visual, cuya esencia
se llega a captar hasta en un solo segundo, lo
que bien puede llevar a que si el espectador no
está atento (o directamente no se da cuenta de
lo que ha pasado por sus ojos y oídos) sencillamente
se pierda imágenes muy bien concebidas.
La historia gira alrededor de una entomóloga (Mira
Sorvino; ver foto) que crea una cura a partir
de un experimento (alteración de un insecto) que
intentaba combatir una plaga mortal (las principales
víctimas eran niños) surgida de la cucaracha.
Pero dicha cura, tres años después, se desarrolla
formando extraños y gigantescos especimenes (mezcla
de humanos e insectos) cuyo plato predilecto es...
la gente, que se mimetizan en lo que atacan, y
que crecen en los subterráneos neoyorquinos.
Es la película menos personal de Del Toro pero
la más efectiva en cuanto a situaciones escalofriantes
se refiere, y todo a partir de una pequeña historia
del fallecido escritor Donald A. Wollheim. Los
últimos tramos son más bien convencionales y poco
convincentes, aunque el aroma a clase B es innegable
y el trabajo, el más compenetrado con la industria
(sin tomar en cuenta Blade 2) en comparación
con obras suyas anteriores, es el que mejor le
ha salido, cinematográficamente hablando. En Mimic
también hay niños que sufren, mueren (algo poco
usual, que volvería a repetirse en El espinazo
del diablo), escuchan a personas mayores y
se mandan grandes actuaciones; en este caso tenemos
a un pequeño autista y su padre zapatero (interpretado
por Giancarlo Giannini, en lugar de Luppi, quien
no pudo aceptar por filmar Hombres armados,
de John Sayles). Los movimientos de cámara son
mucho más notorios, cosa que no ocurría en Cronos
ni en El espinazo.... Y las metáforas religiosas
dicen presente, una vez más, aunque es bueno aclarar
que muchos de los creyentes terminan en una situación
no muy buena que se diga y eso es algo que gran
parte de los guionistas de Hollywood adoran divulgar.
Y sino fíjense en algunas películas de la industria,
donde cualquier personaje que tenga crucifijo
o imagen de Cristo en determinado lugar de la
casa, cabaña, auto, o vestimenta muere de forma
espantosa o termina muy mal parado (sobre todo
muchos antagonistas). Ah, un dato curioso: el
mexicano Robert Rodríguez sirvió como uno de los
directores de segunda unidad.
A PROPÓSITO DE BLADE 2
En realidad la idea era terminar el informe acá
(todo lo anterior fue escrito en 2001), pero el
estreno de Blade 2 (casi un año
después de El espinazo del diablo)
nos obliga a hacer un comentario más, claro.
Con un elenco encabezado por Wesley Snipes, Kris
Kristopherson, Ron Perlman (quien ya había
trabajado para Del Toro en Cronos), Leonor Varela
y el español Santiago "Torrente"
Segura, la trama de esta secuela toma un pequeño
e irónico giro, dado que ahora deberá
el protagonista cazador de vampiros deberá
unirse, justamente, a ellos mismos, sus enemigos,
para combatir una raza peligrosísima que
se alimenta de los de su especie.
El resultado está lejos de ser una simple
continuación. Más que una segunda
parte, una película aparte, oscurísima
y muy violenta, que trata de aprovechar al máximo
las limitaciones que un producto de estudio (New
Line Cinema es la filial fantástica de
Warner) puede brindar. Por lejos, mucho mejor
que la original de Stephen Norrington donde Blade
era la estrella novedosa del asunto. Aquí
el cazador de vampiros no trasciende tanto como
la feroz lucha entre dos bandos, que no se dan
tregua alguna.
Los temas que siempre sobrevuelan las
películas del realizador mexicano Guillermo
del Toro no aparecen tan claros aquí como
en sus antecedentes aunque de todas maneras siempre
hay un lugarcito para lo religioso (basta con
ver el diseño artístico en la guarida
de los vampiros), los insectos (el funcionamiento
en la anatomía de los enemigos) y esas
relaciones humanas que generalmente hacen escala
en la familia. Esto último se refleja pero
no con la intensidad de otras labores del director
azteca; apenas se nota algo entre Kris Kristofferson
y Wesley Snipes, y también entre el jefe
de los vampiros y sus dos hijos.
Para destacar, y con creces, la dirección,
por supuesto, bastante bien respaldada por el
trabajo fotográfico y también por
el de maquillaje y efectos visuales. Siempre se
buscan ángulos donde se pueda captar tanto
la esencia de los dinámicos combates como
la del temor que infunde esa nueva raza que se
alimenta de vampiros. Hay climas lúgubres
pero también trágicos. No hay chistes
idiotas ni personajes graciosos. Esta es una película
de terror, terror. Seria, hecha por alguien con
experiencia y que tiene noción de lo que
filma, más allá de algunas falencias
en el guión de David S. Goyer, hombre asociado
tanto a vulgaridades (Sentencia de muerte,
Kickboxer 2, Juguetes
demoníacos) como a más
que interesantes labores (El amo de las
marionetas, Ciudad en tinieblas).
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