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GANADOR
DEL CONCURSO DE CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA

Arte7 organizó un concurso de
crítica cinematográfica, durante
el pasado Montevideo Fantástico. Desde
la última semana de mayo hasta la última
de junio de 2009 había plazo para enviar
la reseña sobre la película ganadora
del evento, que finalmente fue la filipina Altar,
de Rico María Ilarde. Como hacemos tradicionalmente,
los premios a Mejor Corto y Largo del Festival,
además del galardón a Mejor Corto
Uruguayo, se exhiben el último día
y con entrada libre, y ahí los participantes
podían ver el film que había sido
elegido como mejor por el Jurado.
Finalmente nos llegaron 8 reseñas, entre
las cuales se eligió la ganadora y que
pertenece a Marcelo Rey,
quien firmó su artículo con el seudónimo
de "Antonius Block" y se ganó
un pase doble, válido por un año,
para Cine Universitario, además de la publicación
de su crítica en Arte7. La idea
no era poner un límite de caracteres, como
una de las bases, dado que el objetivo también
pasaba por el hecho de que los participantes pudieran
explayarse, especialmente en el análisis,
lo mejor posible. Tampoco poner un límite
de edad.
Por supuesto que la idea es retomar este concurso
anual y obviamente dotarlo de más premios
y mayor difusión para el futuro.
A continuación los dejamos con la crítica
ganadora:
MANIDOS CLICHES CON UN SENTIDO ALTRUISTA
El fervor del cine en el Lejano
Oriente viene descollando desde hace varios
lustros, como un desconcertante hervidero de
paradigmas originales, que son reciclados por
la resentida factoría de entelequias
hollywoodense. Sin tener que anquilosarnos en
el refinamiento de los clásicos adalides
asiáticos, en nuestros días, el
rubro de acción con espadas (wuxia),
policial y de artes marciales producido en Hong
Kong, persiste y es venerado por Occidente,
junto al inquietante fenómeno nipón
de los yurei, o almas en pena del J-Horror.
Pero es en la industria periférica, donde
los ojos famélicos de todo el planeta,
divisan con éxtasis visceral otros terrenos
fértiles para renovar el séptimo
arte clase B, morando sin aspavientos en Tailandia
y Filipinas.
De allí proviene Rico María Ilarde,
hijo de una personalidad en la TV de las islas,
que cursó estudios superiores de arte
en Estados Unidos, para terminar volcando su
aprendizaje foráneo, en una apasionada
carrera como director dedicado al cine fantástico
de bajo presupuesto en su país. Si bien
la era dorada de las Pinoy Horror Movies se
marchitó estrepitosamente durante el
ocaso del siglo pasado, el delirio religioso
con tintes paganos y una ardorosa carga católica
específica del entorno (debida a la herencia
hispánica colonial), sigue nutriendo
una impronta ventajosa a la hora de filmar exóticas
películas de tono bizarro. Privado de
ánimos comerciales, la conciliación
con sus creencias más arraigadas y el
perspicaz ingenio manual en el manejo deliberadamente
expuesto de cámaras, le conceden a las
filmaciones filipinas, un ostensible naturalismo
poco frecuente en otras latitudes.
No obstante, Ilarde despunta sobre casi todos
sus colegas, merced a un tratamiento dispar
de influencias ajenas como Siegel, George Romero,
Tarantino o Joss Whedon, asimiladas en el entramado
de sus películas desde una óptica
muy exclusiva, que incluso lo distancia de otros
compatriotas con circunstanciales labores en
thrillers de suspenso y terror (Chito S. Roño,
José Javier Reyes, Yam Laranas), aunque
asome como una cauta referencia en la sangre
fresca del nuevo milenio.
Altar (2007) es probablemente
su cinta más equilibrada y sólida
hasta el momento, reincidiendo en la pluma ingeniosa
de Mammu Chua, con quien converge desde Woman
Of Mud (2000), y otros nombres familiares
en su filmografía, como Luis Quirino
(fotografía), Malek Lopez (música)
y el popular actor Dido De La Paz.
A grandes rasgos, el argumento gira en torno
al boxeador Anton (Zanjoe Marudo), consumido
por la culpa -luego de matar accidentalmente
a un rival en el ring-, y su regreso a Filipinas
para expiar su calvario. Ya instalado y buscando
trabajo, conocerá a Lope (Nor Domingo),
y juntos serán contratados por el parco
capataz Erning (Dido De La Paz), con la finalidad
de remodelar un viejo caserón alejado
del área metropolitana de Manila. Allí,
y ante la perturbadora ausencia de luz eléctrica,
comenzarán a revelarse raros sucesos
con apariciones espectrales, símbolos
católicos y un misterioso altar labrado
en madera. Las presencias femeninas de Angie
(Dimples Romana) y Giselle (Kristalyn Engle),
empleadas domésticas en el vecindario,
seducirán a los inexpertos carpinteros,
ayudando a esclarecer el enigma.
La película transita sin muchos sobresaltos
en la primera mitad, con una buena dosificación
del suspenso y la disección acentuada
de los personajes fundamentales. Sin embargo,
el espíritu laberíntico de Anton,
aparece mitigado por cierta inexpresividad en
la gestualidad de Marudo (modelo y actor de
televisión), quien con modestos matices
introspectivos y una ambigüedad ya incorporada
en el libreto, consigue apenas remontar su retorcido
papel principal. En cambio, Nor Domingo absorbe
lascivamente la gran pantalla con un disperso
escepticismo bufonesco, escabrosamente satírico
en lo existencial. Otros protagonistas secundarios,
tal vez delineados ligeramente, no fracturan
el resultado general de la obra, pese al infaltable
romance agregado que Ilarde se empeña
en dejar discurrir entre los riscos de sus historias
(Beneath The Cogon, 2005),
predisponiendo en esta ocasión, un desempeño
austero de sus beldades filipinas, en oposición
con las escasas escenas bien resueltas por el
veterano Dido De La Paz.
En los apartados técnicos, es veraz señalar
la estupenda labor fotográfica de Quirino,
captando a la perfección las intenciones
del director, con un ejercicio penetrante que
reduce los espacios a medida que se desenvuelve
ominosamente la acción. Una estrategia
deliberada, que también despliega la
música de Malek Lopez, fragmentada por
prolongados silencios, tras anotarse un par
de filosas emanaciones concertando la distensión,
para culminar cabalmente enfatizada en los créditos
finales, mediante unos angustiosos violines
adheridos a la última toma.
Aunque la vieja casa maldita, los mitos neo-paganos
sobre hechicería, la curiosidad que trae
desgracias y el humor cínico frente al
terror, son manidos clichés utilizados
hasta el hastío en la cinematografía
lucrativa, con Altar, la insolencia
convulsiva de Ilarde, apuntó suavizada
a una sobriedad característica del suspense
tradicional, añadiéndole el maquinado
montaje de Maisa Demetillo (quien quizás
mutiló algunos tramos de violencia y
sexo). Un talento del director, para exponer
sin ensuciarse las manos, la dignidad del sacrificio
individual según el dogma cristiano.
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