EL CINE DE KENJI MIZOGUCHI

"Estudiando
la vida misma he terminado por creer que la existencia
no es más que una interminable escuela. No
solo es una escuela del espectáculo, sino
una escuela de humanidad, y también una escuela
de placer." KM
La carrera de Kenji Mizoguchi (1898-1956) alcanza
su plenitud en la década del ´50.
Su estilo se caracteriza por la lentitud, el estatismo
y una serenidad inigualada en la historia del
cine. Denunciador del sufrimiento y de la injusticia,
Mizoguchi posee una sensibilidad visual incomparable.
La etapa de plenitud
del cineasta japonés comenzó con
El destino de la señora Yuki
(1950) y La vida de Oharu, mujer galante
(1952), aunque su mayor éxito mundial fue
Cuentos de la luna pálida de agosto
(1953) que alternaba lo real y lo fantástico,
creando un mundo de profunda belleza y sugestión.
Mizoguchi sólo
realizó dos películas en color de
gran armonía cromática: La
emperatriz Yang Kwei-Fei (1955), conmovedora
tragedia de amor y muerte, y El héroe
sacrílego (1955). Su última
película, La calle de la vergüenza,
fue estrenada después de su muerte.
La mayor parte
de su filmografía se ha perdido irremediablemente.
Solo 31 de las 85 que comprende su catálogo,
ha llegado a nuestros días.
BAJO LA LEY RESPLANDECIENTE
El largo gobierno
del emperador Mutuchito, comprendido entre los
años 1868 y 1912, trajo consigo la restauración
monárquica tras el régimen aislacionista
y feudal que, desde 1600, instauraron los despóticos
Shogunes Tokugawa en Japón. El nuevo soberano
acapara el poder que hasta la fecha reposara en
su generalísimo, e inicia un programa revolucionario
de modernización del país. Comienza
así el llamado período Meji (esto
es, "Ley resplandeciente") llamado a
transformar por completo la posición cultural
y política del archipiélago japonés.
La primera medida,
impuesta por las circunstancias, sería
afianzar los contactos con el exterior. El gobierno
Meiji es consciente de la necesidad de incorporar
las innovaciones técnicas, políticas
y militares de los países occidentales,
ya que de lo contrario caerían bajo su
férula. La cultura japonesa tradicional
sufría de este modo un espasmo, en ocasiones
positivo por lo renovador, al entrar en contacto
con unos modelos que hasta el momento le habían
sido vedados, y a lo que ahora consideran ejemplo
de la máxima virtud.
Todas las novedades
industriales que nacieron a finales del siglo
XIX son rápidamente asimiladas, por una
nación que parecía ávida
de ellas. Entre los mismos, naturalmente, llega
el cine y lo hace en fecha muy temprana: en 1896.
El kinetoscopio de Edison ya era objeto de curiosidad
en algunas ciudades japonesas. Al año siguiente
el cinematógrafo de Lumiere es presentado
en Osaka y muy pocos días después
le llega el día al vitascopio de Edison.
Kenji Mizoguchi
nació el 16 de Mayo de 1898, año
31 de la Era Meiji, en Tokio, precisamente en
aquellos días en que el cine japonés
comenzaba sus balbuceos. Su padre Zentaro, era
un modesto carpintero y negociante a quien no
le sonreía la fortuna. La familia, según
consta, pasaba numerosas estrecheces, y el talante
violento del padre no aliviaba la situación.
Tras un fallido negocio, que supuso la ruina de
la familia Mizoguchi, Zentaro decidió poner
en adopción (esto es vendió) a su
hija mayor Suzu, en una casa de geishas. La muchacha
que tenia a la sazón catorce años,
se hallaba muy compenetrada con su hermano Kenji,
siete años menor que ella.
Sin duda este
suceso luctuoso marca el resto de la vida del
cineasta. Por fortuna el patrón de Suzu
era hombre benévolo, que la trato con miramientos
y llego a desposarla en 1925. Al pequeño
Kenji le aguardaban días difíciles:
el odio hacia su padre se suma a la penuria económica.
Zentaro tiraniza a su familia y maltrata a la
madre, una mujer enfermiza y débil por
quien el joven Kenji sentía veneración.
Durante los años
escolares conoció a Matsutaro Kawaguchi,
quien llegara a ser, asados los años, uno
de sus principales guionistas, además de
prestigioso escritor. En 1913 Suzu encuentra a
su hermano un trabajo como diseñador de
yukatas (kimonos de verano). Dos años después,
la madre murió, tras sufrir una penosa
enfermedad.
Por aquel tiempo
Mizoguchi ingresa en una escuela de arte de estilo
occidentalizante cuyo director, Seiki Kurada,
era considerado el importador de la técnica
del óleo a Japón. En el ínterin
Suzu, siempre preocupada por la seguridad del
hermano, le consigue un nuevo trabajo, esta vez
como periodista en la ciudad de Kobe, en la región
conservadora del Kansai. A buen seguro, el desplazamiento
contribuirá a fraguar uno de los temas
recurrentes en el cine de Mizoguchi: el conflicto
entre las formas de vida tradicionales (las del
Kansai) y las modernas (representadas en el bullicio
de Tokio). El director del diario aprecia de inmediato
la formación artística de Mizoguchi,
por lo que le confía el diseño fotográfico
de anuncios publicitarios. De estos años
llegaron además, los primeros testimonios
de su proverbial afición a la bebida.

Aun sin haber cursado estudios académicos
avanzados, la formación literaria de Kenji
debía ser sólida en su juventud.
Publicó en su periódico algunos
poemas que manifestaban uno de los temas habituales
en su posterior obra cinematográfica, la
nostalgia por el hogar perdido y la nostalgia
que padece en su ausencia. Ambos sentimientos
debían afectar intensamente a Mizoguchi,
pues un buen día se marcha de Kobe, sin
dar explicación alguna. Regresa a casa
de su hermana en Tokio. Allí, entre lecturas
dispares, cine y teatro, se inicia en el manejo
del biwa (instrumento de cuerda japonés,
semejante al laúd) en compañía
de un amigo de la infancia. Dicho amigo trabaja
como peluquero en los estudios Nikkatsu, donde
enseñaba a tocar el biwa a algunos de sus
actores. Uno de ellos, Tadashi Tomioka, intimó
al poco con Mizoguchi. Tomioka que se hallaba
a la orden del director Odamu Wakayama, animó
a Mizoguchi para que se ofreciera a trabajar como
actor. A Wakayama le agradó el talento
literario del joven, por lo que le ofrece la posibilidad
de transcribir guiones. "Recuerdo con
claridad mi primer día en los estudios.",
aseguró en el curso de una entrevista "Yo
no era absolutamente nadie pero al finalizar el
día pensé: este trabajo es bueno
para mí."
El cine japonés desarrollaba en los años
veinte una industria pujante y popular. Con todo,
era considerado un oficio tosco, apartado de toda
pretensión artística. A duras penas
convence Mizoguchi a su padre y hermana del atractivo
de un trabajo tan "poco digno". Pero
el joven ya está familiarizado con el mundo
del espectáculo, y se sentía cómodo
dentro de los estudios.
Poco tiempo después
entra en contacto con Eizo Tanaka, creador de
un cierto "Estilo Nikkatsu", que el
joven aprendiz habría de asimilar muy pronto.
De él aprendió el arte de captar
con verosimilitud los escenarios urbanos, así
como las convenciones de los dramas protagonizados
por gente de baja extracción social.
En 1922 se confía
a Tanaka el rodaje de una costosa superproducción:
La joyería de Kyaka. Éste
encomendó a Mizoguchi la organización
de los decorados. Cumplió con tanta eficiencia
dicho cometido, que Tanaka se propuso proponerle
como director en cuanto llegara una oportunidad
y esta se presentó a fines de 1922, cuando
el gremio de actores convoca una aparatosa huelga
en el estudio. En el curso de la misma, se le
confió la dirección de su primera
película El día en que vuelve
el amor, inspirada en una pieza del renovador
teatro Shimpa. Aunque según rezonchas crónicas
su estilo cinematográfico era tradicional
se permitió una serie de innovaciones:
exige la participación de actrices, e intencionadamente
prescindió del Benshi, el comentarista
de películas que gozaba de extraordinaria
popularidad en Japón, para incorporar intertítulos
con diálogos y comentarios. Además
imprimió a su ópera prima un trasfondo
social crítico que no satisfizo a los censores,
quienes suprimieron algunas escenas. Desde entonces
habría de ganarse fama de director inconformista
y rebelde.
El primer día
de setiembre de 1923 se produce el desbastador
terremoto de Kanto, que arruinó por completo
Tokio y las regiones circundantes. Mizoguchi resultó
ileso, y aprovechó para filmar las pavorosas
imágenes del desastre. Con estas tomas
montó un documental que sería exportado
a los Estados Unidos, y del que utilizaría
algunas escenas para su película En
las ruinas, filmada tan solo seis semanas
después de la catástrofe. Pero esto
trajo consigo cambios: el joven director fue trasladado
a los estudios Nikkatsu de Kyote, donde se ve
obligado a hacer muchas películas por encargo.
La insatisfacción
personal que la nueva situación le produce
le lleva a desentenderse del trabajo y a practicar
una vida disipada. Sus relaciones sentimentales
distaban mucho de la normalidad. Aunque había
tenido muchas amantes en los estudios de Tokio
su carácter huraño imposibilitaba
una relación duradera. Frecuenta la casa
de las geishas, del barrio de Gion, en Kyoto,
de donde extraerá inspiración para
algunas de sus mejores películas. Asegura
amar "la vulgaridad terrenal y la taimada
decadencia de estas mujeres, que tenían
suficiente valor como para hacer frente a los
hombres". De inmediato Mizoguchi se
ve seducido por el encanto de esta venerable ciudad,
y por el acento Kansai de sus habitantes. Hizo
amigos leales, y desde entonces abandonó
la tarea de hacer guiones, competencia frecuentemente
suya hasta la fecha.
Algunas de las
películas realizadas en estos días
provocan nuevos quebrantos con la censura. Lluvia
de mayo y papel de seda (1924) fue tachada
de sacrílega, pues su protagonista era
un sacerdote libertino que pretende seducir a
una geisha. No hay guerra sin dinero
(1925) provocó malestar por ironizar sobre
él ejercito.
Una tarde de 1925 cierta despechada amante asestó
varias puñaladas al desprevenido cineasta,
que resulto gravemente herido. Por fortuna salió
airoso del trance, aunque con la espalda surcada
de cicatrices. "Las mujeres son terribles."
aseguró años después a su
guionista Yoda, tras enseñarle las heridas.
Desde entonces, Mizoguchi no volverá a
ser el mismo. El incidente fue publicado en primera
página en los periódicos de todo
el país. Fue suspendido de su cargo de
director durante cerca de seis meses, y se le
exigió que no volviera a ver a su agresora
(como si él quisiera).
Regresó
a los estudios en 1925; todos sus colaboradores
notaron que su carácter había cambiado.
Adoptó la típica actitud de perfeccionista
maniático que le caracterizaría
y comenzó su fijación por las historias
de mujeres que detrás de apariencias delicadas,
esconden un espíritu violento. Fruto de
estas circunstancias nace Murmullo primaveral
de una muñeca de papel, un trabajo
que fue muy aclamado por la critica.
En 1926 convenció
a su amigo de la infancia, Matsutaro Kawaguchi,
que se abría en camino como escritor, para
que le escribiera un guión sobre una historia
de fantasmas: El amor de una profesora
de canto, la primera colaboración
entre ambos agradó a Nikkatsu y fue bien
recibida por él publico y crítica;
tanto que incluso fue exportado dos años
después a Europa, donde le dispensaron
elogiosos comentarios. Desde entonces Kawaguchi
pasa a formar parte del equipo estable de Mizoguchi,
a quien acompañara hasta casi el final
de su carrera.
Los éxitos
profesionales se ven enturbiados por el perpetuo
torbellino sentimental al que padece condenado
el cineasta. En Osaka había conocido a
una bailarina, Chieko Saga, con quien terminó
por contraer nupcias. Los años de matrimonio
distaron mucho de ser pacíficos, sin embargo:
la disipada del cineasta y el temperamental carácter
de su esposa provocaron continuas desavenencias
y sinsabores.
Por otro lado
Minoru Murata, director prestigioso de Nikkatsu,
y acérrimo rival de nuestro hombre en el
seno de la compañía, fue nombrado
secretario de producción de la misma haciendo
propias las posiciones nacionalistas que empezaban
a extenderse por el país. Murata orientó
la producción hacia películas de
propaganda y de exaltación militarista.
Mizoguchi reacciono con rebeldía, y se
decantó por historias de tendencias izquierdistas
(Keiko Eiga). Se dan cuenta en la productora de
las dos posiciones contrarias que ya dividen a
la opinión publica japonesa: la relativamente
liberal que predominara durante el período
Taisho y la nacionalista que, imparable, va cobrando
fuerza a finales de los años veinte. Por
desgracia prevalecerá esta postura, que
finalmente habría de conducir al país
hacia una guerra catastrófica. En 1926
sube al trono el emperador Hirohito, comenzando
de este modo la larga era Showa, la más
intensa y convulsa de toda la historia de Japón.
EL SONIDO DE "SHOWA"
"Mizoguchi
fue a lo largo de su carrera un maestro de dramaturgia."
Noel Bunch
"La muerte
de Mizoguchi marca el fin de un artesano."
Yoshikata Yoda

El éxito de La marcha de Tokio
(1929), de la que hoy conservamos un fragmento,
le permitió rodar una secuela: Sinfonía
de la gran ciudad, cuyo guión
fue escrito por varios marxistas confesos. Muchas
de las escenas fueron rodadas en la calle, con
cámaras ocultas, y con el equipo disfrazado
entre los transeúntes. La película
fue censurada, Mizoguchi amonestado, y el coguionista
fue a parar a la cárcel. Pero películas
como estas no definen ideológicamente al
cineasta. Según Michel Mesril "sus
convicciones políticas parecen más
propias de un romántico que de un marxista."
Su obra parece oscilar siempre entre dos tendencias:
una romántica, proclive al idealismo lírico,
y otra naturalista.
En 1930 Mizoguchi
dirigió La tierra natal,
una de las primeras películas japonesas
parcialmente sonoras. Se emplea a ella un sistema
con discos de invención japonesa, llamado
Minatoki. El experimento no resultó exitoso;
a las deficiencias técnicas se hubo de
sumar la extraordinaria popularidad de Benshi,
enemigo a ultranza de toda novedad que pudiera
ensombrecerle. Para colmo de males, a la productora
no se le ocurre mejor forma de rentabilizar el
sistema Minatoki que aumentar un 50 por ciento
el precio de las entradas. Huelga decir que el
fracaso fue estrepitoso, lo que condena a Mizoguchi
a seguir realizando películas mudas durante
algunos años más.
En 1930 a partir
de Okichi, la extranjera explora
sistemáticamente las posibilidades de la
toma prolongada. El desarrollo de esta técnica
acentúa el talante escrupuloso del cineasta,
al ser consciente de la posibilidad de contar
con la mesa de montaje para salvar una escena.
Durante los rodajes Mizoguchi se transforma en
un tirano, que martiriza a su equipo con toda
suerte de caprichos. "Vivid la escena
con naturalidad. Sed el espejo de los personajes,
reflejadles, sed naturales.", solían
ser todas las recomendaciones que daba a sus actores.
A los guionistas
les obligaba a reescribir docenas de veces los
guiones, sin indicarle mas que ambigüedades.
Se supone que este fuese una estrategia premeditada
del director, quien provocaba un estado de tensión
y ansiedad entre su grey, a fin de extraer de
ella el máximo rendimiento. De igual modo,
exigía una perfección absoluta a
la hora de reconstruir históricamente sus
películas. No dudó, por tanto, en
saquear museos para conseguir objetos, vestuarios
y documentación precisa. Mas aún:
obligaba siempre a todos sus allegados a que leyesen
y se documentasen profusamente sobre las épocas
históricas en que se localizaban sus películas.
Empieza a ponerse
de manifiesto una camaleónica actitud con
respecto a su imprevisible compromiso ideológico.
Rueda películas de tendencias izquierdistas.
También panfletos de propaganda militar
que justifican la intervención exterior
del ejército japonés (El
amanacer de la fundación en la Manchuria,
1932). Este mismo año Nikkatsu encomienda
a Mizoguchi una película sonora El
Dios guardián del presente, que
se convirtió en el primer éxito
comercial del cine sonoro producido por esta compañía.
DAIICI EIGA: LA ESPERANZA EFÍMERA

Según se agrava su situación económica
y familiar, el cineasta ofrece sus servicios a
diferentes productoras en busca de mejores condiciones
económicas y mayor libertad artística.
Al final funda su propia productora, Daiichi Eiga,
en cuyo seno trabajara desde fines de 1934 hasta
1936. Aunque la vida de esta casa fue muy breve,
logró marcar definitivamente la carrera
de nuestro artista. Más aún, su
actividad afectó todo el curso del cine
japonés de la época. Durante esos
años el cineasta optó por historias
contemporáneas rodadas en decorados reales,
al menos los exteriores. 1936 marco el primer
gran período de su carrera.
Dirige dos obras
maestras: Elegía de Naniwa
y Las hermanas de Gion. Ambas
fueron protagonizadas por su actriz fetiche de
esos años Isuzu Yamada. Mayor importancia
cobra la intervención de un joven guionista,
Yoshikata Yoda, quien inicia desde entonces una
estrecha amistad con Kenji, que se prolongó
hasta la muerte del director. Ambos hallaban gran
placer en emplear el dialecto de Osaka en sus
películas y ambos sentían igual
predilección por la región de Kansai
a la hora de ubicar las mismas. La minuciosa preparación
de esta Elgia de Naniwa permitió
un rodaje muy rápido, limitado solo a veinte
días. Recibió la consagración
crítica, pero resultó un fracaso
comercial. Lo mismo ocurrió también
con Las hermanas de Gion que
ocasiona la bancarrota definitiva de la productora.
Negándose
a la inactividad, proyecta dirigir una película
sobre el mundo del teatro Kabuki, en la que debía
intervenir una de sus estrellas: el aclamado Shotaro
Hanayogi, quien nunca había hecho cine
con anterioridad. Ambos unen fuerzas para llevar
a la pantalla una popular pieza Shimpa La
historia de los crisantemos (1939). Con
ella comienza toda una serie de películas
ambientadas en la era Meiji, una época
que despertaba nostalgia en Mizoguchi, y que le
permitía evadirse de las imperativas propagandistas.
Durante 1940 y
1941 Mizoguchi desempeñó una breve
actividad teatral: La sublime canción
de Fukagawa, y preparó
dos montajes más que no pudieron llegar
al escenario a causa de la guerra. En el curso
de estos años es nombrado Consejero del
comité para el cine y Jefe de sindicato
de autores. Para entonces el Estado se había
hecho cargo de la industria cinematográfica.
Entre 1941 y
1942 preparó su particular versión
de la gran epopeya nacional Los 47 samurai,
una costosa superproducción histórica
en la que el director se esmera en recrear hasta
los últimos detalles de la época
en que transcurre la acción. Durante el
rodaje de esta epopeya su mujer contrae la sífilis,
a causa de su marido. Hubo de ser internada, ya
de por vida, en el hospital. Este suceso provoca
una nueva crisis de conciencia de Kweinji, quien
no obstante no tuvo reparos en emparejarse con
la hermana de su mujer Chieko, para entonces viuda
de guerra. Su posición económica
es pujante. Ha alcanzado la presidencia de la
Sociedad de Directores de su país aunque
su prestigio crítico se vio muy disminuido
durante estos años. A ello contribuyen
una serie de insípidas, como Chambaros
(película de espadachines), Miyamoto
Musashi o La Espada Mijumaru,
que se vio obligado a rodar entre 1944 y 1945.
Tras la rendición japonesa, la industria
cinematográfica hubo de someterse a los
dictados de la fuerza de ocupación norteamericana
(siempre igual). Curiosamente, Mizoguchi fue nombrado
Presidente de la Corporación laboral de
Shachiku. "Diré en una palabra
que Mizoguchi era un oportunista." decía
M. Kawaguchi. Mizoguchi seguía las corrientes
de su época como un barco de papel seguía
el curso del agua.
La victoria
de las mujeres y Cinco mujeres
en torno a Utamaro, en 1944, se aceptan
de buen grado por la fuerza de ocupación.
En 1947 El amor de la actriz Sumako
no termina de sacar a flote el talento de que
había hecho gala. Mujeres de la
noche (1948), esfuerzo neorrealista,
tampoco conformó. Igual suerte corre Llama
de mi amor (1949). Es el período
menos interesante de su trayectoria artística.
Luego dirige tres
películas sobre mujeres: El destino
de la señora Yuki (1950), La
honorable señora Oyu y La
dama de Musashiro (1951). Tras realizar
estos compromisos, Mizoguchi consigue capital
necesario de la productora Shin-Toho para abordar
al fin La vida de Oharu. Mientras tanto la película
Rashomon, dirigida por su joven
colega Akira Kurosawa, se había alzado
con el León de Oro en el festival de Venecia
del año 1951. Era el primer cineasta japonés
que conquistaba un premio internacional.
La vida de Oharu, mujer galante,
que Kenji venia preparando desde hacia mas de
cinco años, fue seleccionada para representar
a Japón en el Festival de Venecia de 1952,
donde obtuvo el premio a la mejor dirección,
que fue compartida con El hombre quieto
de John Ford y Europa 51 de Roberto
Rossellini.
LOS AÑOS DAIEI

Su amigo Masaichi Nagata había fundado
una nueva productora llamada Daiei e hizo posible
la realización de la premiada Rashomon.
La primera película que nuestro amigo cineasta
dirige para Daiei había de ser la más
famosa de su carrera Cuentos de la luna
pálida de agosto, un proyecto
que se remontaba a los años de guerra.
Con esta parábola sobre la realidad y la
ficción Mizoguchi volvió a deslumbrar
a los críticos europeos. En Venecia se
alzo con el León de Plata y su nombre era
ya pronunciado con reverencia por los futuros
componentes de la Nouvelle Vague francesa.
Al año
siguiente con su I Sansho (1954)
repitió su triunfo en Venecia, pero nunca
conquistó como Kurosawa el máximo
galardón. En 1954 terminaba de filmar Los
amantes crucificados; se hallaba en las
postrimerías de su carrera. La productora
Daiei, consciente de la deuda que tenia hacia
él, le confía a fines de 1955, un
importante cargo en la dirección de los
estudios.
Estudió
en Estados Unidos las diferentes técnicas
de utilización del color y luego regreso
a Japón. La productora Daiei le propuso
la realización de una película a
color, La emperatriz Yong Kwei Kei.
Mizoguchi no sentía interés por
esta coproducción con Hong Kong. El
héroe sacrílego fue su
ultima película histórica, mientras
que La calle de la vergüenza
fue uno de sus mejores éxitos de taquilla.
Pese a enfermarse
de leucemia Kenji comenzó a preparar lo
que debía ser su siguiente film, Historia
de Osaka, una nueva adaptación
libre de Saikaku en cuyo guión ya estaba
trabajando Yoda. Durante la elaboración
del mismo el cineasta hubo de ser ingresado en
el hospital de Kyoto. Falleció el 24 de
agosto de 1956, año 31 de la era Showa.
Su carrera se
había prolongado a lo largo de 33 años,
durante los cuales dirigió 85 películas
y de las que solo han sobrevivido 31. Sobre su
tumba Masaichi Nagata prendió un epitafio:
"El cineasta más grande del mundo".
Queremos pensar que no le faltaba del todo la
razón. |