CINE RECUPERADO
PARA LA HUMANIDAD: METRÓPOLIS

En el año 2008, en el Museo de Cine de
Buenos Aires, los investigadores, Fernando Peña
y Paula Félix-Didier, encontraron la versión
más completa conocida hasta ahora del clásico
film mudo Metrópolis,
del cineasta de origen austríaco, Fritz
Lang (1890-1976), único opus en el mundo
que ha sido declarado "Patrimonio Cultural
de la Humanidad".
El empeño y el azar estuvieron presentes
en este logro, y así la copia dup negativo
en 16mm. encontrada, contenía 25 minutos
más de material sobre "la ciudad perdida"
de 1927. El primer documento que probaba las sospechas
de Fernando Peña, provenía de las
programaciones de Cine Arte del Sodre, que confirmaban
que Metrópolis se había
exhibido ocho veces en Montevideo en el año
1946, en copia prestada por el coleccionista y
crítico argentino, Manuel Peña Rodríguez
- que tenía la copia que había traído,
el empresario Adolfo Z. Wilson de Berlín
en 1927 -, quien posteriormente la donara al Museo
de Cine de Buenos Aires, no sin antes también
prestársela al "Cine Club Núcleo"
bonaerense, que dirigiera el crítico Salvador
Sammaritano, otra "pista" muy emotiva.
Después de otros peregrinajes, gracias
a la cinefilia de Fernando Peña y Paula
Félix-Didier, la Fundación Friedrich
W. Murnau, emprende la restauración de
la versión completa, exhibida en 1946 en
el Sodre. Y así en la nochecita del jueves
28 de abril, con los auspicios de la Embajada
de Alemania y del instituto Goethe, se exhibió
Metrópolis en "Cinemateca
18", acompañada en vivo por Stephen
Graf von Bothmer, el joven pianista de cine mudo
más exitoso de Alemania, un prodigio de
técnica y creatividad.
El arte cinematográfico estaba de fiesta,
porque además la versión completa
de Metrópolis, "modifica
sustancialmente lo que hasta ahora se había
conocido: personajes que se creían secundarios,
adquieren un rol preponderante, cambios en la
estructura y el estilo narrativo del film, tramas
hasta ahora apenas sugeridas que se vuelven explícitas".
Fritz Lang está considerado como uno de
los grandes cineastas del siglo XX. Comenzó
su carrera cinematográfica, como un epígono
del movimiento expresionista alemán, con
títulos de gran valor, así
La muerte cansada (1921), El
Dr. Mabuse (1922), la legendaria epopeya
renana Los Nibelungos (1923-24),
Metrópolis (1927) - entre
varios más -; pero a consecuencia del ascenso
del régimen nazi, abandonó a Thea
von Harbou, novelista y guionista de algunos de
sus films (ferviente adherente de la doctrina
del nacional-socialismo), y se fue primero a Francia
y luego a los Estados Unidos, donde continuó
filmando. Furia (1936), La
mujer del cuadro (1944), Mientras
Nueva York duerme (1955) son algunos
de los títulos innumerables de esa época,
en su larga vida y trayectoria.
Pero la mítica Metrópolis,
será el film por el cual siempre será
recordado, y del cual Thea von Harbou, fuese junto
a él, la co-guionista. El film dejó
en bancarrota por su presupuesto, a dos estudios
alemanes que la financiaron, recibió una
recepción tibia por parte del público
y de la crítica; sufrió innumerables
cortes debido a su gran metraje, la pérdida
de escenas enteras, por lo cual existen diversas
versiones de la película, hasta que Peña
- Félix-Didier, la fundación Murnau
y otros cinéfilos no menos fervorosos,
entregan al mundo la versión de 153 minutos,
que se visionara la memorable noche del 28 de
abril de 2011, en la sala de Cinemateca "18".
El realizador muestra indudablemente en Metrópolis,
que "el tiempo de la imagen" había
llegado y así la historia de la ciudad
del futuro, cuna del cine de ciencia ficción,
se pone en escena con una monumentalidad desmesurada,
que confiere a la arquetípica ciudad en
sus diferentes planos, enfoques, montajes en paralelo,
un magnetismo sin palabras, y en la cual los agonistas
con sus rostros realzados por un extremado maquillaje,
con sus movimientos cadenciosos, por momentos
exagerados, constituyen para el espectador una
verdadera fiesta del intelecto.
Una megalópolis donde "los aviones
se deslizan por las calles, pasan bajo puentes
titánicos, por donde marchan metros rápidos
e interminables, aterrizando sobre las plataformas
situadas a seiscientos metros del suelo, donde
los árboles son reemplazados por alineaciones
de columnas metálicas, donde ascensores
gigantescos bajan a las catacumbas a sus millones
de trabajadores", son algunos de los
méritos visuales de su quehacer, y de quien
también fuera un gran dibujante, que se
deslumbrara frente a los rascacielos de Nueva
York en uno de sus primeros viajes.
La crítica especializada, ha resaltado
la mirada geométrica y pasional que preside
la creación de Metrópolis,
fruto de un eclecticismo artístico y arquitectónico
que se resolverá en la creación
de un cosmos unitario. Esa maestría se
refleja en la exterioridad escenográfica
de la gran ciudad, y en la disposición
y movimiento de los actores, en sus antitéticas
gestualidades. Así el rostro del poderoso
es inexpresivo, se muestra de perfil, en tanto
el de su hijo transmite un cúmulo de emociones
en un primer plano, para poner un ejemplo. También
la inteligencia para mover grupos humanos antagónicos,
es inverosímil. Se ha destacado la capacidad
del cineasta para pautar el ritmo del film, que
se debe a un cuidadoso trabajo de montaje y a
un control absoluto de la duración de los
planos.
Metrópolis puede tener
infinitas lecturas. Es una alegoría política
y religiosa, puesto que la máquina está
deificada. La central Moloch, gobierna la gran
ciudad, presidida por el dueño, que es
el padre del protagonista, Joh Fredersen (Alfred
Abel), en beneficio propio y de los señores
ociosos que habitan los jardines de Yoshiwara,
y en desmedro de los agobiados, resignados obreros
que se muestran en las imponentes primeras imágenes,
en su abatimiento, en su desesperanza, esclavos
de las máquinas y de los poderosos. Viven
bajo tierra, en las catacumbas, en la parte más
baja de la ciudad del 2026. Parecería por
momentos, que el realizador tuviese una intencionalidad
social en el comienzo.
Los obreros oyen los sermones de María
(Brigitte Helme), una suerte de profetisa, que
cuida de sus hijos, les da ánimo y trata
de abortar todo posible intento de revolución,
aludiendo a una presencia casi mesiánica,
la de Freder - el hijo del dueño de la
fábrica, interpretado por Gustav Froelich
- que les traerá la liberación y
de quien está enamorada.
Pero Fredersen encomendará a su rival en
el amor, el científico, hechicero, Rotwang
(Rudolph Klein-Rogge) - a quien quitara a su amada
Hel, para convertirla en su amante y que será
la madre de Freder que morirá al darlo
a luz -, que construya una mujer artificial, un
robot que tenga los rasgos de María, con
la finalidad de confundir a los obreros.
Esta "falsa" María opuesta a
la "pura", incita a los obreros a la
rebelión suicida, apocalíptica,
ya que la inundación de las catacumbas,
será la consecuencia, el castigo de las
máquinas que se demonizan, y que ella propiciara
con sus arengas. También bailará
en el cabaret para los poderosos, con un exceso
de erotismo y que extasiará a los aristócratas,
en una escena rayana en la pantomima, propia del
cine mudo. El operario 11811, en su cambio de
rol, ya se había sumergido en ese escenario
de perdición. La sensual y falsaria María,
terminará incinerada en la hoguera, mientras
contrastadamente, María con su intrínseca
puerza, tratará de poner a salvo, junto
con Freder, a los niños de las aguas incontenibles.
El interjuego mitológico entre la Venus
uránica y telúrica es un tópico
que el film escenifica. Todas estas imágenes
con sus respectivas leyendas y un subrayado pianístico
inefable, sumergen al espectador en un suspenso
arrebatador, apelando a un discurso visual inédito,
tratándose de un film silente de 1927.
Hay en la obra, una religiosidad judeo-cristiana
y pagana, que está en el interlineado del
devenir fílmico, así como la atávica
lucha desencadenada entre las fuerzas del bien
y del mal, es otra de las constantes. Las alusiones
bíblicas (Génesis, Apocalipsis -
para citar algunas -), los esqueletos de los primeros
trabajadores de la Torre de Babel, la casi crucifixión
de Freder, cuando reemplaza a un obrero en el
reloj gigante, abogando por los de abajo; los
simbólicos pentagramas que rodean a Rotwang
en su escenario gótico habitual, el personaje
de Josaphat, despedido arbitrariamente por Fredersen,
"el hombre delgado", encargado de seguir
al disidente hijo del dueño son interrogantes
a descubrir. El emblemático robot que crea
Rotwang y que posee el espíritu de su amada
muerta, es una escena fascinante dentro de la
historia del cine.
Luego de innumerables catástrofes, el amor
de María y Freder, hará posible
que el cerebral capitalista y los brazos del trabajador,
se den la mano. Entre las manos y el cerebro debe
estar siempre el corazón. Una ideología
un poco primaria, ingenua, envuelve el desenlace
del film. ¿Podrá Fredersen, cambiar
su mentalidad, una suerte de semidios que ha caído
en "hybris", en el exceso desmedido
por el poder varias veces? Sólo podemos
afirmar que Metrópolis
se mueve entre la "bienaventuranza"
y el "apocalipsis"; es en cierto modo
"una luz que forma parte de la sombra",
ya que la película ha puesto en escena
aspectos de la historia de la humanidad y de la
cultura, impensables en un film mudo de 1927,
con una creatividad mayor. Es arte cinematográfico
con mayúscula. Y las innumerables ideas
que sustenta, merecen ser desentrañadas.
Sería lo que Lang hubiese querido.
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