Si
bien algunas veces una sinopsis nada tiene que
ver con el resultado final de una película,
acá habían demasiados indicadores
para darse cuenta de que esta tercera adaptación
de la clásica novela de Richard Matheson
escrita en 1954 no iba a llegar a buen puerto.
Empezando por la fuente de origen, que señala
en los créditos a la obra literaria pero
también a la película con Charlton
Heston (La última esperanza,
cuyo título en videos uruguayos era El
Hombre Omega); lamentablemente, los guionistas
de Soy leyenda (2007) optaron
por el esquema de la película que Boris
Sagal había dirigido en 1971.
UNA NOVELA DE CULTO

Richard Matheson ha contribuido con grandes obras,
tanto para la literatura como con sus guiones
para cine y televisión. Jack Arnold adaptó
quizá una de sus mejores novelas (El
hombre menguante, 1956) en El
increíble hombre menguante (1957),
Roger Corman lo tuvo como guionista para varias
adaptaciones de cuentos de Poe (originales por
un lado pero bastante alejados del espíritu
del legendario escritor por otro), Rod Serling
fue testigo de numerosos trabajos suyos como libretista
en varios de los capítulos de Dimensión
Desconocida y en Galería
Nocturna, Steven Spielberg también
lo tuvo como guionista en base a una historia
corta del propio Matheson en Reto a muerte
(1971; un auténtico puntal en la carrera
del director de Tiburón)
y ni qué hablar del recientemente fallecido
realizador Dan Curtis con quien trabajó
aportando para la pantalla chica las recordadas
Trilogía de terror (1975;
en la archifamosa historia "Prey", la
del muñeco viviente asesino) y En
el profundo silencio de la noche (1977).
Matheson también fue llevado al cine, dentro
del género, por realizadores como David
Koepp en Ecos mortales (1998),
una más que aceptable adaptación
de El último escalón,
la novela de fantasmas que había escrito
en 1958, y por el británico John Hough
en La leyenda de la casa de las sombras
(1973), una de las mejores películas de
mansiones embrujadas que se hayan hecho (también
puntapié inicial para reflotar el tema
en la década del ´70, con otros destacados
clásicos dentro del subgénero) y
que se basaba en La casa infernal,
escrita en 1971.
En Soy
leyenda hay un virus capaz de transformar
a las personas en algo con síntomas muy
similares a los de un vampiro, y el protagonista
es el único ser con sangre inmune que no
ha padecido los efectos del mal y por ende el
único sobreviviente del planeta, a partir
de una tragedia que se da en un futuro cercano
(1975). Permanece atrincherado en su casa durante
la noche, con un generador que le permite conservar
algunos alimentos frescos y tener electricidad,
mientras que durante el día sale a recorrer
las calles matando con estacas a gente afectada
que si la deja viva corre el riesgo de que lo
visiten durante la noche...
Hay un momento
muy gracioso donde este sobreviviente que trata
de buscar por todos los medios la causa del mal
opina sobre el tema de los vampiros, especialmente
en relación con la novela Drácula
de Bram Stoker. Su total escepticismo e ironía
hacia el texto del escritor irlandés (también
llegó a disparar en un momento del libro
contra los mecanismos de la industria hollywoodense),
así como también hacia el concepto
en sí de los vampiros en la ficción,
chocan frontalmente con la situación que
le toca vivir.
A partir de situaciones
como ésas Matheson va trazando la degradación
anímica de su personaje, cuyas únicas
compañías son la bebida y la música
clásica. Esos cables a tierra le permiten
al personaje manejar distintas hipótesis
que lo llevan a repensar los hechos siempre con
una base empírica, a trazar paralelismos
incluso con mitos históricos que derivan
en la propia defensa de los perseguidos o condenados,
en este caso los supuestos vampiros.
La culpa, entonces,
pasa al propio ser humano a través de un
tema que era moneda corriente en la década
del ´50: los bombardeos con armas nucleares
y la guerra bacteriológica. Por otro lado,
el personaje reflexionaba sobre la unión
familiar, por eso de que aquellos que querían
darles un entierro digno a las víctimas
(en lugar de tirarlas a un pozo donde las prendían
fuego para evitar el contagio) eran asesinados
a balazos por la guardia militar. Por si fuera
poco la prensa se encargaba de sembrar el pánico
con la plaga de vampiros que se iba adueñando
del planeta, solo con el fin de vender más
diarios. Y eso también incluía a
los científicos y sus artículos
en revistas. Pero la nostalgia del pasado, los
recuerdos, eran un síntoma de debilidad
que no se podía permitir como hombre común
y sensible.
Gran parte de
la novela pasa por los pensamientos de su protagonista,
más que por los hechos en sí, que
luego dan un giro impensado, tanto para el lector
como para el propio personaje, ya que este último
se va convirtiendo en parte de lo que critica.
Si bien matar afectados durante el día
no era un deporte o una recreación para
él, y que incluso llegó a reconocer
que era un simple mortal y no un "animal
destructor", la inestabilidad psicológica
(especialmente la ansiedad y el sentirse superior)
a veces no lo dejaba ver las cosas con más
claridad, mucho antes que pudiera asumir su desconcertante
soledad, algo muy obvio, por cierto, dado el impacto
de la situación que le toca vivir y teniendo
en cuenta ese estudio de personaje que Matheson
hace permanentemente a lo largo de su novela.
EL ÚLTIMO HOMBRE EN LA TIERRA

Vincent Price en Seres
de las sombras
La primera versión que tuvo este libro
de culto fue una coproducción ítalo-americana
dirigida por Sidney Salkow en 1964 (y Ubaldo Ragona)
en una de sus últimas películas
antes de retirarse del cine un año después.
Seres de las sombras tuvo como
proyecto previo uno propuesto por la Hammer pero
los censores lo consideraron "muy sangriento".
Seres... no solo es el más
fiel a la novela de Matheson (quien participó
en el libreto pero bajo el seudónimo de
Logan Swanson, luego de algunas reescrituras que
le exigieron) sino también la mejor de
las tres adaptaciones que hubo.
Aquí era
Vincent Price quien tenía que defenderse
de los vampiro-zombies, que buscaban desesperadamente
su sangre, inmune a ese virus potente y altamente
peligroso, para alimentarse. La furia y la impotencia
eran el punto débil destructor para el
protagonista, que debía sí o sí
apelar a la calma y el sentido común para
enfrentar la devastadora situación. La
propia voz en off de Price iba construyendo el
perfil de su personaje al espectador, diciéndole
lo que pasaba por su cabeza, sin abrumarlo. Unos
notables planos generales de la ciudad destruida
y con los cadáveres desparramados durante
los primeros segundos del film alcanzaban para
dar idea de la terrible desolación que
había, con una llamativa partitura musical,
un buen ojo para la fotografía, aunque
con un montaje algo desprolijo, hay que reconocerlo.
Si bien la película
no se la juega tanto a un tour de force de Vincent
Price (el personaje de Robert Neville en el libro
asomaba mucho más depresivo y con tendencias
suicidas), los amplios pasajes donde su personaje
recuerda emotivamente a sus familiares están
muy bien desarrollados, quizás no tan oscuramente
sugestivos como en el libro ("¿Cuánto
tarda en morir el pasado?", se preguntaba
cerca del final de la novela), por qué
no anunciando ese final esperanzador, a pesar
de algunos momentos escabrosos (en un momento
un oficial comenta que no era la hija del protagonista
a la que estaba arrojando al pozo de fuego sino
a su propia hija afectada).
OMEGA X 2

Charlton Heston
en La última esperanza
Seres de las sombras era una película
clase B, que distribuyó la AIP, pero Warner
decidió apostar a un producto clase A,
con Charlton Heston en el protagónico y
el experimentado Boris Sagal en la dirección.
Cuando Matheson vio La última esperanza
concluyó que su personaje en la novela
y el interpretado por Heston eran "dos
animales distintos". Sería bueno
saber qué opinó sobre el interpretado
por Will Smith; quizás lo haya terminado
comparando con un monstruo de dos cabezas.
La actuación
de Heston es en realidad el único pilar
de una película cuyo libreto resulta bastante
trivial en su desarrollo y no agrega más
que modificaciones que poco tienen que ver con
la esencia de la novela original. Una vacuna experimental,
y no una supuesta mordida de un murciélago
infectado por un vampiro, es la causa de inmunidad
del protagonista, mientras que los afectados por
el virus que invaden su hogar se agrupan como
"La Familia" y son guiados por un líder
(en el libro e incluso en la película de
1964 parecían más bien como desorganizados
y no tan astutos).
En un tono más
de aventura profética, de superproducción
algo ambiciosa, la película igual tuvo
más repercusión y difusión
que la protagonizada por Price, claro. Ahora,
¿era necesaria todavía otra versión
más de la Warner? Aparentemente sí.
Y ya se venía buscando desde hacía
algunos años, con la idea fija de tener
a Ridley Scott en la dirección y a Schwarzenegger
en el rol principal.
A pesar de que
se intentó reducir por todos lados el gran
presupuesto, la cifra final utilizada para Soy
leyenda fue de 150 millones de dólares,
con Francis "Constantine" Lawrence en
la dirección y un siempre efectivo Will
Smith en el papel principal. Si La última
esperanza no le era tan fiel a la novela,
acá el guión de Akiva Goldsman y
Mark Protosevich se sale de órbita, si
se tiene en cuenta la obra de Matheson.
La historia es
un momento, una guerra lujosamente producida y
maquillada, con hordas de afectados aceleradísimos
y que arrasan con todo, con un tono torpe, atropellado
y melodramático para trabajar lo que pasa
en el interior del superviviente, y una soledad
urbana en donde constantemente siempre tiene que
estar pasando algo, con mucho golpe sonoro mediante,
como si en una producción industrial fuera
muy riesgoso el hecho que transcurran veinte minutos
sin acción o violencia alguna. A propósito
de esto último habría que preguntarse
si tanto director como guionistas llegaron a ver
La tierra quieta (1985), dirigida
por el neocelandés Geoff Murphy y donde
el protagonista termina prácticamente enloquecido
ante un panorama casi similar. Por si fuera poco,
la delicadeza con que Matheson planteaba el acercamiento
del famoso perro que aparece como una luz de esperanza
y de alivio en medio de la desesperación
de Robert Neville, acá ya hacen arrancar
al animal de pique, formándose un dúo
al mejor estilo de aquellas comedias de los ´80.
Lo del final,
algunas ocurrencias como convertir a Shrek
(Andrew Adamson, Vicky Jenson, 2001) en una película
de culto, los carteles publicitarios que aparecen
con cierta ironía en la calle, la música
de Bob Marley...; todo quedará en la subjetividad
de quien la mire. Lo que no se puede aceptar es
que se haga una versión para pasar el rato,
o con luces y colores, a partir de una novela
como ésta, que no es ninguna maravilla
pero que merecía un tratamiento mucho más
digno y serio que lo que esta última versión
para pantalla grande finalmente mostró.
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