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50 AÑOS DE UN CLÁSICO DE JACQUES TOURNEUR

Sabido es lo que la dupla Val Lewton-Jacques Tourneur
creó a partir de una producción
clase B destinada a ser relleno de programación
en las carteleras norteamericanas: una fórmula
consistente en desarrollar los aspectos psicológicos
del miedo echándolos a la imaginación
del público. En otras palabras: sugerir
el terror para que el espectador mismo vaya creando
su propia película. La marca de
la pantera (1942) era la historia de
una mujer marcada por una vieja maldición
que la convierte en el animal del título,
al sentir deseos sexuales, y que, además,
debe luchar consigo misma para frenar las transformaciones
delante de un hombre que se enamora de ella. Esta
película salvó prácticamente
de la bancarrota a la RKO, que no había
podido recuperar lo perdido en grandes producciones
clase A, que habían sido fracasos en la
taquilla.
Yo dormí con
un fantasma (1943) también volvió
a aplicar la misma receta y con resultados similares
al film anterior. Aquí es más el
siniestro contexto (Haití) que llama la
atención, junto al pesadillesco retrato
que el francés Tourneur (luego nacionalizado
estadounidense) y el ucraniano Lewton realizan
valiéndose de elementos sobrenaturales,
algunos bastante escalofriantes. La película
narra las vivencias de una enfermera canadiense
que se manda a la isla caribeña para tratar
el caso de una mujer afectada por una extraña
parálisis mental y mucha fiebre. Pero ese
no es, precisamente, el verdadero diagnóstico
de la enferma. A medida que pasan las horas la
protagonista queda espantada al comprobar que
muchas de las personas que la rodean son en realidad
zombies.
En 1943 y junto
al productor Lewton, Tourneur dirigió El
hombre leopardo, film que no tuvo el
suceso de los otros dos anteriores y que se centraba
en el animal del título y una serie de
asesinatos supuestamente relacionados al mismo,
que en principio iba a ser atracción de
un club nocturno y luego terminó haciendo
desastres en una pequeña localidad de Nuevo
México.
Cabe acotar que,
antes de estas recordadas películas, Tourneur
supo moverse en la industria, aprendiendo de su
padre Maurice (director en la época del
cine mudo) algunas técnicas cinematográficas
que él mismo aplicaría a lo largo
de su extensa filmografía, y también
realizando trabajos vinculados a otros géneros
como el policial, la aventura y el western, además
de Los caminos del gaucho, que
filmó en Argentina en 1952.

Pero... ¿qué hay de Una
cita con el diablo, que acaba de cumplir
50 años? Dicha obra fue algo descollante
para un hombre que parecía haber abandonado
un género que lo había hecho famoso
quince años atrás. En ese entonces
Val Lewton ya había desaparecido físicamente
(en 1951) por lo que Jacques tuvo que soportar
los disparates del productor de turno, Hal E.
Chester. Este señor había comprado
los derechos del libreto al verdadero creador,
el inglés Charles Bennett, responsable
de los guiones de varios trabajos dirigidos por
Alfred Hitchcock, también para episodios
de Viaje al fondo del mar y Tierra
de gigantes, y hasta libretista de la
última película (muy flojita) dirigida
por Tourneur, con Vincent Price: Los dioses
de la guerra en el fondo del mar (1965).
Chester se agregó a sí mismo como
co-guionista, tuvo discusiones con Tourneur y
varios actores de la película (a Andrews,
el protagonista, lo acusaba de ir borracho a la
filmación, algo que no estaba tan errado),
y era bravísimo con el tema del presupuesto.
Enterado de esto Bennett le pidió a Chester
que lo sacara de los títulos de presentación,
cosa que no se acató. Pero las travesuras
de este productor no terminan aquí.
Dentro del libreto figuran no uno sino dos guionistas
no acreditados: nada menos que Curt Siodmak, que
ya había trabajado con Tourneur en Yo
dormí con un fantasma, y Cy Endfield,
que aparte de ser un libretista que terminó
siendo perseguido por el Comité de Actividades
Anti-Norteamericanas de Joseph McCarthy supo ser
un mago profesional en la vida real, que incluso
tuvo charlas sobre fenómenos sobrenaturales
con Orson Welles.
Una cita...
se centra en un escéptico psicólogo
norteamericano que conoce a un peligroso demonólogo,
durante una conferencia que iba a dar en Inglaterra
(lugar donde se filmó la película).
A partir de la misteriosa muerte de un colega,
el profesional se lanza a investigar algo que
le hace tomar más conciencia de que está
ante un caso muy extraño y alejado de lo
que sus métodos científicos suponían.
"Su mente se irá desintegrando;
debilidad y confusión al principio, horror
y miedo al final.", es una de las frases
amenazantes que le tira el brujo al protagonista,
luego de que este último se burla de la
actividad del primero.
La historia original viene de la mente de Montague
R. James, hombre fanático de los relatos
de fantasmas (la BBC llegó a emitir adaptaciones
de sus obras literarias durante la década
del ´70). Pero la idea medular que Tourneur
quiso aplicar fue algo cercenada por Mr. Chester.
Mientras el terco productor insistía en
mostrar a ese monstruo digno de una mente lovecraftiana
lo más detalladamente posible ("esto
tiene que ser una película de terror"),
Jacques tan solo se limitaba a ponerlo apenas
en dos partes (frente a Dana Andrews en el bosque,
y luego en la estación de trenes) y sin
que el espectador pudiera verlo muy bien, aumentando
así la curiosidad y diferenciando Una
cita... de otros ejercicios del género,
al darle importancia a la historia sin hacer caer
toda la responsabilidad en las actitudes maléficas
del pobre bicho. Lo que el director de Yo
dormí con un fantasma quería
era tan solo planos generales del monstruo pero
jamás los primeros planos que al final
terminaron apareciendo, ya que, según él,
el arte de la sugestión se desvanecería
cayendo en un realismo gráfico que se estaba
tratando de evitar lo más posible.

Pero lo paradójico del asunto es que la
película igual funciona... y de qué
manera. La bestia realmente asusta. Vista desde
lejos se convierte en algo horriblemente amenazante,
a medida que se va acercando. Para que tengan
una idea es más alta que un árbol
de bosque, ancha como una carretera de doble vía
y camina lentamente entre mucho fuego y niebla.
Sale de la oscuridad, gusta pasear de noche, y
merodea generalmente en bosques y caminos desérticos.
Además ya sabe a quien viene a buscar de
antemano y por tanto no hay escape posible. Es
evidente que el trabajo de efectos especiales
es deslumbrante. Si el film aún impresiona
con las imágenes del monstruo imaginen
lo que habrá sido a fines de los ´50.
La gran diferencia que entabla Una cita...
con antecedentes como La marca de la pantera
y Yo dormí con un fantasma
no solo está en la solidez del propio guión
(y eso que no se llegó a ver la versión
del director) sino también en la eficacia
de un terror gráfico que el propio Chester
defendía con unas y dientes y que Tourneur
logró equilibrar un poco (por suerte),
amoldándolo a su idea inicial; mostrar
lo menos posible, pero mostrar al fin.
Curiosamente también hay lugar para momentos
sutilmente graciosos, como esa ironía del
villano en el diálogo del comienzo, cuando
le dice a su madre que no le ofrezca un té
al invitado: "No es necesario; sólo
será un momento", afirma, refiriéndose
a una de las víctimas que lo iba a deschavar
y que a los pocos minutos es atacada por la bestia.
Los niños también juegan su papel
y hasta se dan el lujo de asustar con máscaras
al poderoso demonólogo (y su escéptico
enemigo) durante una fiesta de cumpleaños,
incrementando, además, la tensión
en el espectador. Es en ese mismo lugar donde
el antagonista levanta un espectacular ciclón
y es ahí también donde Tourneur
logra un poderío visual tremendo en imágenes,
con mucho viento, hojas revoloteando, fuertes
lluvias, y niños y parientes corriendo
aterrados en distintas direcciones. A ese momento
pesadillesco hay que sumar los sonidos paranoicos
que acompañan la escena, gentileza de Clifton
Parker.
A diferencia
de los dos primeros trabajos de la dupla Lewton-Tourneur,
Una cita con el diablo es la
que presenta una historia más sólida,
mejor construida y que se desenvuelve en forma
lenta pero segura, dándole pistas a un
protagonista que comienza a desconfiar cada vez
más de su férrea postura escéptica
y dejando al espectador en una especie de alerta
amarilla, con un espectacular monstruo que insinúa
aparecer en cualquier momento (o, mejor dicho,
espiando en cualquier rincón, interior
o exterior), luego de presentarse una vez desde
el vamos y reaparecer recién cerca del
final. También está la sensación
de si todo es o no producto de la imaginación,
y qué mejor que esa sesión espiritista
que al principio parece digna de una gran comedia
y luego se convierte en algo finamente macabro.
Es muy propicia, además, la manera en que
se rompen los silencios, desde ruidos inesperados
hasta reacciones que se anuncian, buenos ángulos
de cámara mediante, con planos de detalle
a ojos, rostros y otras partes del cuerpo humano.
Una cita
con el diablo es una película
de visión imprescindible y no solo para
los amantes del género fantástico.
Directores como Mario Bava y John Carpenter han
reconocido las influencias de esta película
en varias de sus obras, aunque puede que Tourneur
también se haya inspirado en una escena
de El planeta desconocido (Fred
McLeod Wilcox, 1956) cuando realiza la persecución
a Dana Andrews, a cargo de ese monstruo invisible
que va dejando sus enormes huellas en el pasto.
Cabe acotar que
Tourneur llegó a dirigir un episodio de
Dimensión Desconocida,
producido en 1959 y que se titula "Cuando
la noche llama". Entre otros recordados trabajos
del francés se destaca La comedia
del terror, famoso ejercicio de humor
negro escrito por Richard Matheson y con un elenco
de lujo, donde figuran grandes actores como Peter
Lorre, Boris Karloff, Basil Rathbone y (otra vez)
Vincent Price.

Jacques Tourneur
Curiosidades: En un plano de Una
cita con el diablo aparece un gato cerca
del tejado de una casa. Y luego, en la mansión
de Kirswell (el brujo) aparece otro de los pequeños
felinos, que ataca a Dana Andrews transformado
en... ¡un leopardo!
En
Estados Unidos Una cita... se
estrenó como Curse of the Demon y fue exhibida
en doble programa junto con La revancha
de Frankenstein (Terence Fisher, 1958).
Cabe destacar que la versión distribuida
por Columbia dura trece minutos menos que la original
(gentileza del amigo Chester) y que primero se
estrenó en Inglaterra como Night of the
Demon, con unos 95 minutos de duración,
aproximadamente. En el DVD pueden encontrarse
las dos versiones.
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