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En la profunda sencillez de Peter Weir
LECCIONES DE GUERRA Y MAR


por Rainer Tuñón (desde Panamá) - Febrero, 2004




Russell Crowe en Capitán de Mar y Guerra




El retorno del realizador australiano Peter Weir (Gallipolli, La sociedad de los poetas muertos, Testigo en peligro), luego de la reflexiva -para los comunicólogos- y poco entendida - por el resto de quienes pensaban ver una comedia con Jim Carrey- The Truman Show (1998), es un motivo de gran satisfacción entre la generación de cinéfilos que busca bajo cualquier pretexto aquel entretenimiento de antaño.


En Capitán de Mar y Guerra: La costa más lejana del mundo, Weir adapta dos libros de la serie del escritor Patrick O'Brian, y sitúa a su protagonista, el capitán Jack Aubrey (un correcto Russell Crowe), al mando del navío británico Surprise, recibiendo la orden de capturar al buque insignia francés, el Acheron, un barco a todas luces superior, no sin antes sufrir una derrota en el primer encuentro. A partir del revés, el osado líder emprende una endemoniada persecución que le llevará más allá del Cabo de Hornos para terminar con su misión, aunque la tarea reclame las vidas de su tripulación.


El filme, una producción de 150 millones de dólares, supone la más ambiciosa realización de Weir, un creador que siempre aporta una interesante dimensión dramática a los personajes de sus obras y consigue llevar más allá este proyecto de mar y hazañas en combate.


Weir, acostumbrado a trabajar con megaestrellas (recordar a Harrison Ford en Testigo en Peligro y La costa de Mosquito; Mel Gibson con El año en que vivimos peligrosamente y Gallipolli; Gerard Depardieu para Greencard / Matrimonio por conveniencia, o Robin Williams en La sociedad de los poetas muertos), ofrece, por más de dos horas, entretenimiento en su más pura dimensión y una lección de historia sobre cómo la vida en el mar deja de tener "glamour".


En el filme, su director se cuida de no caer en simplismos del género y alcanza su mejor nivel manejando una buena jerga náutica, mientras da ritmo y sentido mitológico-bíblico a esta aventura y agrega una excepcional dosis de ciencia de época, sin caer en maniqueísmos visuales o artificios folclóricos, propios de las grandes producciones.


En el transcurso de esta bien cuidada trama marina, el capitán viaja por el mundo, desde las costas de Brasil, virando hacia el sur y pasando por las remotas riberas de las islas Galápagos, que, por cierto, es la primera historia que se ha rodado allí.


Llama poderosamente la atención el énfasis que presta Weir a los detalles de la vida dentro de una embarcación: muy meticuloso, como la forma en que Wolfgang Petersen se metía en las vidas de los tripulantes de la multipremiada Das Boot / El barco. En Capitán de Mar y Guerra se pueden apreciar, por ejemplo, sesiones quirúrgicas a cargo del Dr. Maturin, interpretado por Paul Bettany (también trabajó con Crowe en Una mente brillante, de Ron Howard) en donde se lanzaba arena al suelo para que el médico y los ayudantes no se resbalaran con la abundante sangre de los heridos. Allí no existía la anestesia; se emborrachaba a los operados, se les golpeaba en la cabeza para que perdieran el sentido o se les desangraba para que perdieran el conocimiento. Asimismo, las importantes lecciones de navegación sobre estar a barlovento (entre el viento y el barco enemigo), el uso del sextante, o el hecho de utilizar remos para ganar un par de nudos de velocidad.


En fin; la propuesta de Weir es llevar una buena novela de aventuras y agregarle proporciones dramáticas, muy a su estilo de filmación, sin trucos de edición o diálogos sin sentido. Eso atrae a nuevas audiencias y captura a los viejos leones de mar.

SOBRE PETER WEIR


Nacido en Sydney, Australia, es ya famoso por ser el director que ha dado el tono dramático en las carreras de comediantes o héroes de acción como Jim carrey, Harrison Ford o Robin Williams.


Él fue parte de un movimiento titulado "La nueva ola australiana", en la cual un grupo de actores y directores tomaron el control de la producción de fenómenos cinematográficos de los años ochenta. En esa nueva ola se destacan los directores George Miller (Mad Max y Las brujas de Eastwick) y Gilliam Armsotrong (Oscar & Lucinda, Mujercitas) y actores como Judy Davis y el estadounidense Mel Gibson, quien inició su carerra en ese país.


El denominador común a todas sus películas es el choque entre mundos opuestos, especialmente culturas. Para muestras, la relación entre Jeff Bridges y Rosie Pérez en Sin miedo a la muerte / Sin miedo a la vida; el choque cultural de Harrison Ford con la comunidad Amish, y años más tarde su aventura tipo Crusoe en La Costa de Mosquito; el mundo real y lo irreal de Truman; o la intensa relación entre Andie McDowell y Gerard Depardieu en Greencard.


Los filmes de Weir van hacia la afirmación de ser interno de todos sus personajes y su encuentro en entornos que son ajenos a ellos. En fin, la sabiduría cinematográfica de este australiano es profundamente sutil y su última misión lleva diez nominaciones al Oscar, incluyendo Mejor Película y Mejor Director.

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