Casi
200 estrenos y algo más de 40 elegidos
LAS PELÍCULAS
DE 2005: UN BALANCE
por Alejandro Yamgotchian
(diciembre, 2005)
El período que aquí
se toma es el mismo empleado por la Asociación
de Críticos de Cine del Uruguay;
es decir, de diciembre de 2004 a noviembre
de 2005 inclusive. Uno de los comentarios
frecuentes, cada vez que se quiere resumir
el balance de determinado año es
"no hubo gran cosa" o "el
nivel fue bastante flojo", expresiones
que a uno quizá lo hagan lucir como
alguien muy exigente. Pero no.
El espectador
uruguayo tuvo la oportunidad de disfrutar
de buen cine este año. Por supuesto
que si lo comparamos con otros, 2005 no
está entre los mejores aunque tampoco
conviene descartar de manera global ejercicios
de género, entretenimiento y de autor,
que realmente sobresalieron. Claro que las
polémicas pueden estar a la orden
del día, en especial por la no inclusión
en esta nota de algunos films (Golpe
de suerte, Claire Dolan
y Clean, como deudas pendientes;
el resto de lo que en principio prometía
fue todo visto...) que bien llamaron la
atención de algunos respetables colegas
y aficionados, además de actividades
al margen del circuito comercial que llevarían
esta nota a ser una eternidad.
PANTALLA ANIMADA

Ya se sabe lo que es la industria. Mientras
haya buenas recaudaciones, no importa el
contenido, habrá más y más
oportunidades. Las estrategias de marketing
y el insistente bombardeo de los medios
masivos despojan a la película de
su carácter de supuesta (o hipotética)
obra de arte y la llevan a emparentarse
con el propio producto asociado en la promoción,
llámese celulares, alfajores y un
largo etcétera. Todo está
craneado para atraer no solo la mayor cantidad
de gente sino también en lo que respecta
a procesar cada ingrediente del film: acción
para el padre, romance para la madre, humor
para los niños, nostalgia para los
adultos mayores, finales felices para todos,
no afrontar directamente temas candentes
sino más bien sugerirlos o en lo
posible evitarlos, y especialmente algo
que puede llegar a ser una caja de sorpresas
para aquellos adolescentes que son los que
más entradas compran.... en fin.
Por suerte
entretener también es un arte y el
que lo logra no solo puede obtener exitosos
resultados en boletería sino también
la aprobación del público
y hasta de la crítica. También
están esos términos tan odiados
como "artesanos" o realizadores
"con oficio" que se las ingenian
para dejar conformes tanto a los negociantes
como al propio público. Así
ocurrió, por ejemplo, con Los
Increíbles, del notable
animador Brad Bird (que no salió
de Pixar), donde viejos superhéroes
estaban de vuelta en acción, a través
de una historia poblada de buenas ideas
y graciosos diálogos, personajes
muy particulares y un esmero en lo visual
donde a veces los ojos no alcanzan para
disfrutar lo que se veía en pantalla.
En clave
menos irónica, más graciosa
y con el sello tradicional de los estudios
británicos Aardman se pudo ver Wallace
& Gromit: La batalla de los vegetales,
que giraba sobre el ingenuo inventor y su
inteligente mascota enfrentando a un conejo
gigante que causaba pánico entre
los habitantes de la ciudad. Homenajes a
viejos clásicos del terror (de la
Universal, especialmente) y todo un deleite
de por sí la propuesta. Ni qué
hablar de El cadáver de la
novia, co-dirigida por Tim Burton,
que se vio revitalizada por una estupenda
guionista como Caroline Thompson, que había
estado en el libreto de El joven
manos de tijera (1990), probablemente
la mejor película de Burton, junto
con Ed Wood (1994).
ENTRE BESOS Y TIROS

La llegada de Crimen ferpecto
de Álex de la Iglesia sirvió
para saber que el español sigue manteniendo
en forma su fino humor negro, aunque esta
vez con algo que corría por debajo
y hasta de manera no tan cómica,
haciéndole bajar los pies a la tierra
para que viera otras realidades a un soberbio
y supuestamente afortunado protagonista.
De hecho la película va adquiriendo
un tono cada vez más oscuro.
Sorprendió
también la versión (en el
límite de la tragedia) de Lemony
Snicket: Una serie de eventos desafortunados
(de Brad Silberling), con un Jim Carrey
cuyas tradicionales morisquetas encajaban
muy bien en otra historia con mucho de humor
negro y un estilizadísimo y refinado
diseño de producción, mientras
un Conde intentaba quedarse con la fortuna
heredada de unos niños.
Espanglish
fue todo un show de Adam Sandler y Tea Leoni,
dos muy buenos actores que se sumaron a
los golpes de humor, en especial, aportados
por el guionista y director James Brooks,
de una familia disfuncional (no tanto en
apariencia) y sobre todo que venía
arrastrando importantes problemas de pareja.
Como una
prolongación de El nombre
del juego (Barry Sonnenfeld, 1995)
y manteniendo un mejor tono sarcástico
aún sobre algunas realidades, llega
una década más tarde Tómalo
con calma, pero en lugar de centrarse
en la trastienda del ambiente cinematográfico
la acción pasa al patio trasero de
las grandes empresas de la música,
a propósito de un hombre (John Travolta)
al que le surgen problemas inesperados al
conocer a una viuda (Uma Thurman) de un
famoso ejecutivo.
Woody Allen
en algunos trabajos recientes demostró
que ya no es el mismo de antes. Sin embargo,
en Melinda & Melinda
manejó un libreto que marcó
dos ejes centrales bien diferenciados y
le permitió no solo volcar sus habituales
inquietudes y personajes neuróticos
sino también un juego que bordeaba
dudas y desconciertos que estaban muy cerca
de cruzar la barrera del drama y que, como
en las pocas oportunidades en que se animó,
le habían dado resultados brillantes
y que tienen mucho que ver con reflexiones
muy maduras e incisivas desde un punto de
vista autobiográfica, sobre su propia
visión del paso del tiempo.
¿Y
qué decir de Celular?
Un tenso y sumamente mordaz thriller urbano
salido de la mente de un maestro absoluto
de la clase B, el veteranísimo Larry
Cohen, quien ya había probado suerte
y con gran resultado en otro ejercicio de
suspenso en la selva de cemento que se llamó
Enlace mortal (otra película
de guión). Los tiempos actuales no
le sientan nada bien a Cohen y mucho menos
algunos de sus desalmados y descocados integrantes,
de los cuales se ríe con mucha inteligencia,
algo de lo que también dejó
entrever Wes Craven en su más reciente,
gracioso y tenso thriller (en las alturas
y en el llano) Vuelo nocturno.
La cosa
estuvo movida en materia de films basados
en cómics; La ciudad del
pecado atrapó con su estética
y extravagantes personajes, derivada casi
literalmente del papel de Frank Miller,
y eso fue todo un mérito, aunque
abusó bastante del costado "antihéroe",
derivado en parte del cine negro y hasta
de materiales que lo han homenajeado con
un estilo similar (como la escasamente comentada
Animatrix).
Batman
inicia dejó a las dos primeras
partes de la saga algunos escalones por
debajo, con una visión de su director
Christopher Nolan (y el historietista David
S. Goyer) más sombría que
la naturaleza del propio Batman, que esta
vez debió enfrentarse a uno de los
más fascinantes enemigos de Ciudad
Gótica: el Espantapájaros,
encarnado brillantemente por el irlandés
Cillian Murphy.
Lo que podía
parecer otro de los tantos productos adocenados
no lo fue; Constantine
sorprendió por la calidad de sus
universos poblados de ángeles y demonios,
atmósferas opresivas, y una historia
que se tomó bastante en serio la
fuente original de Alan Moore, tomando como
eje la investigación de un excéntrico
detective con cáncer que lucha por
salvar su alma.
OTROS MONSTRUOS, OTROS MUNDOS

Tierra
de los muertos: vino y se fue
La venganza de los Sith generó
ansiedad y expectativas, por más
que ya se sabía que George Lucas
no estaba a la altura de su vieja trilogía
(mucho menos en la dirección), a
partir de lo demostrado en los primeros
dos episodios (La Amenaza Fantasma
y El Ataque de los Clones).
Pero en este tercer episodio, que fue el
mejor de su flamante saga, aparecía
la figura de Darth Vader, esencia y pico
de Star Wars. Y los resultados, a pesar
de que se esperaba mucho más, conformaron,
por encima de algún tratamiento melodramático
y que merecía mucha más seriedad
y dedicación.
La
Guerra de los Mundos, por su lado,
fue algo impactante, gentileza de la imaginativa
mente de Spielberg, a quien se lo ha visto
renguear algunas veces, sobre todo fuera
del género fantástico. No
habría que ver tanto la historia
sino a la película, más bien,
como una invasión. Un despliegue
impresionante que hizo valer prácticamente
cada dólar invertido y se rodeó
de viejos conocidos en algunos rubros vitales
para la ocasión: montaje de Michael
Kahn (que estuvo acompañando a Spielberg
en casi todas sus obras), efectos visuales
del multipremiado maestro Dennis Muren,
y fotografía de Janusz Kaminski,
que empleó constantes y llamativos
ángulos que intensificaban aún
más la imponente presencia y poder
de destrucción de un invasor (sonido
inclusive) que, junto con una cuidadosa
dirección artística, se robó
la atención con el macabro panorama
que dejaba a su paso.
Yendo al
terror pudieron verse muy buenos ejemplos:
los terribles sustos de El ojo,
de los Hermanos Pang, hicieron probar la
esencia del miedo, muy por encima de la
aceptable remake de El grito
(ambas de Takashi Shimizu), que no se compara
a los escalofríos de la original
aunque bien cumple con su cometido. Y hablando
de escalofríos, Mar abierto,
de Chris Kentis, causó alguna que
otra impresión con cámaras
demasiado cercanas a tiburones toro (de
hecho, la especie que más hombres
mata, al adaptarse también con facilidad
al agua dulce), al momento de reconstruir
la historia real de la pareja de buzos abandonada
accidentalmente en alta mar.
El
juego del miedo fue una obra hecha
por dos jóvenes amigos australianos
y quizá de los mejores thrillers
terroríficos de los últimos
tiempos, con un antagonista en la misma
línea del asesino moralista de Seven:
Pecados capitales (1995) de David
Fincher, solo que aquí hay un complejo
rompecabezas, muy bien ideado y llevado
a cabo.
La que apenas
permaneció en cartel, producto de
una muy mala difusión (y falta de
interés por aquellos que han hecho
del terror una moda) fue Tierra
de los muertos, del maestro George
Romero. Una buena película donde
lo que menos hay que ver son los destrozos
de los cadáveres vivientes; su director
prosigue en concepto con lo que pregonaba
en Muertos vivos: La batalla final
(Dawn of the Dead, 1978), solo que del consumismo
pasa a lo que es la marginación en
tiempos cada vez más ajenos al raciocinio
y absolutamente descompuestos, desde el
punto de vista humano. Los muertos vivos
siguen siendo cachos de carne ambulantes
y despiadados, como la gran mayoría
de los personajes "normales" que
deambulan en el contexto y están
muertos pero en otro sentido, aunque ahora
piensan y actúan con cierta audacia;
están en busca de un espacio. Esto
mismo se había insinuado pero no
llegó ni por asomo a buen puerto
en la tercera parte, El día
de los muertos vivos (1985), que
se perdió en ataques contra militares
y en el trabajo del notable maquillador
Tom Savini (que en Tierra de los
muertos aparece como un zombie).
En breve irá un amplio informe especial
sobre la película y su director,
Romero.
DEL OTRO BUEN CINE

La vida después
de la muerte
A veces tildado "de calidad",
hubo casos de sobra, desde cosas de autor
hasta potentes dramas, a veces con actores
no profesionales y de carácter semidocumental.
De los grandes puntales se rescata la intensa
prolongación de Escenas de
la vida conyugal (1973) en Saraband,
del todavía activo maestro Bergman,
manejando una serie de relaciones reveladoras
(la que había sido una pareja, un
padre dominante y su hija) que apuntan a
develar aquellos enigmas existenciales y
contrastes emocionales cuyas respuestas
parecen estar en lo más profundo
de la psicología y el alma humana,
algo constante en la enorme obra de su realizador
y que aquí adquiere un tono algo
más directo, frontal, en medio de
un drama familiar, por momentos magníficamente
perturbador.
Algo parecido,
hasta en ese enfoque reflexivo y algo teatral,
nunca despegándose de la naturaleza
humana, se dio con Party,
del portugués Manoel de Oliveira,
solo que a diferencia de esa tragedia casi
sin salida de Bergman este trabajo encuentra
algo de oxígeno en los incisivos
y permanentes diálogos que se dan
entre una pareja de jóvenes y otra
de gente mayor, con ciertas pizcas satíricas
de por medio.
Uno de los
mejores Makhmalbaf pudo verse en la travesía
del niño ciego de El silencio;
su hija Samira se despachó con otra
aguda historia (su ópera prima, con
apenas 18 años), sobre otras niñas,
las que estuvieron viviendo en condiciones
tan insólitas como inhumanas, merced
a sus padres, en La manzana.
El coreano
Kim Ki-duk llevó la fábula
oriental de Primavera, verano, otoño,
invierno... y otra vez primavera
a retratos de niveles cinematográficos
deslumbrantes, gracias a los aprendizajes
de un monje budista, tomados como ejemplares
lecciones de vida.
Y hablando
de Oriente... tres grandes realizadores
también dejaron su huella. Uno de
ellos fue Zhang Yimou y su espectacular
La casa de las dagas voladoras,
dueña de un tratamiento visual sumamente
envolvente y refinado, con asombrosas secuencias
y coreografías, y más volcada
a los sentimientos que a los códigos
de honor de Jet Li en Héroe
(2002), anterior película de Yimou.
El otro
fue Takeshi Kitano, retomando a un mítico
personaje, el samurai Zatoichi,
con acción de la buena mezclada con
mucha humor jocoso y un estilo algo desenfrenado
y hasta riesgoso pero que le salió
bárbaro, incluyendo un increíble,
magnífico número musical,
cerca del final.
En un tono
totalmente distinto y hasta con algún
desliz hacia la ciencia ficción La
vida después de la muerte
(de Kore-eda Hirokazu) daba la oportunidad
a los recién fallecidos de poder
vivir en otra dimensión el mejor
momento de sus vidas. El "tribunal
supremo" de esta película japonesa,
encargado de reconstruir y hacer revivir
situaciones, tenía a su cargo casos
donde las cosas más simples y hasta
por ahí intrascendentes adquirían
un significado y valor únicos; todos
de gente común y corriente. Sin embargo,
tampoco se descuidan aquellos que no saben
cuál fue ese gran momento en sus
vidas y hasta sorprende cerca del final
quienes son ésas personas, precisamente.
La ópera
prima del ruso Andrei Zvyagintsev, El
regreso, es casi una obra maestra
y cuenta la historia de dos jóvenes
hermanos que se van de viaje con un padre
que los había abandonado y cuya opaca
forma de ser lleva a varios conflictos,
suposiciones e interrogantes vinculadas
al pasado. Mientras tanto el drama descansa
en tomas parsimoniosas y de una composición
por momentos "tarkosvkiana", aliada
con una naturaleza que en realidad es un
personaje más que contempla los hechos
a la distancia.
Otro caso
ruso algo similar en cuanto a inspiración
visual y carga dramática, y que también
se desarrolla en zonas rurales, fue el de
Caminos de Koktebel (de
Boris Khlebnikov y Aleksei Popogrebsky),
donde padre e hijo salen hacia el lejano
punto del título a la vez que algunos
excéntricos personajes se van cruzando
por el camino. Mientras el hombre (un ingeniero
viudo venido a menos) trata de sobrevivir
a como dé lugar, el hijo se mantiene
empecinado en su verdadero objetivo; llegar
al lugar del título. La relación
del dúo protagonista va adquiriendo
otros matices, a medida que se van dando
algunos hechos que los va a ir acercando...
y conociendo.
Claro que
no hay que olvidar el sensible manejo del
cuadro basado en la relación de abuela,
hija y nieta, en un contexto socialmente
decadente, de Cartas de París
(ópera prima de la francesa
Julie Bertucelli); la emotiva y hasta comprensiva
personificación de J. M. Barrie por
parte de Johnny Depp en Descubriendo
el país de Nunca Jamás
(de Marc Forster); las pinceladas dramáticas
y sobre todo de comedia alrededor de Katie
Holmes mientras espera la llegada de su
peculiar familia en Fragmentos de
abril (otra ópera prima
pero de Peter Hedges); la interpretación
de Imelda Staunton como mujer cuestionada
por sus principios en favor del aborto y
dentro de una sociedad conservadora en Vera
Drake (del británico Mike
Leigh); el divismo de Annette Bening que
es prácticamente todo en Conociendo
a Julia (del húngaro István
Szabó); los conflictos emocionales
ante la infidelidad de dos parejas treintañeras
en Adulterio (de John Curran);
la composición de Jean-Pierre Darrousin
de un alcohólico luchando contra
sus fantasmas, enfrentado a un psicópata
y que aprenderá a valorar algunas
cosas que cuando las tenía no lo
hacía en Luces rojas (del
francés Cédric Kahn); el choque
de mentalidades y apariencias entre el ego
de un escritor y su obesa hija que estudia
canto en Como una imagen (de
Agnès Jaoui); y por supuesto a la
actuación de Kevin Bacon, como el
pedófilo que en el fondo es una buena
persona y trata de luchar contra sus inclinaciones
sexuales, en El hombre del bosque,
maduro retrato de la debutante Nicole Kassell,
con fundamental participación en
el libreto de Steve Fletcher.
REALIDADES Y CASI...
Las horas
del día
El cine argentino fue el que se robó
la atención en lo que respecta, podría
a decirse, a cuadros con un aire casi de
documental. El bonaerense
de Pablo Trapero coloca a su personaje de
cerrajero del lado de los ladrones y posteriormente
como un integrante de la Policía
Federal, reflejando (y acentuando) algunas
falencias en la sociedad de la vecina orilla.
Los muertos de Lisandro
Alonso gira sobre el caso de un ex-presidiario
que va en busca de su hija, mientras su
realizador deslumbra visualmente y con un
diálogo casi inexistente y poco gravitante,
a través del viaje que el protagonista
(un actor no profesional) hace a través
de la selva mesopotámica.
Enrique
Piñeyro vivió un caso de película
y así fue que decidió hacer
Whisky Romeo Zulú,
un verdadero expiloto de LAPA que tuvo muchos
problemas al denunciar las irregularidades
mecánicas de los aviones en los cuales
trabajaba...; un hecho trágico hizo
abrir los ojos a más de uno y le
dio más razón que nunca: la
real tragedia de 1999 en Buenos Aires, donde
murieron casi 70 personas. Un trabajo donde
hay lugar para alguna ficción pero
que no altera en absoluto (todo lo contrario)
el impacto de sus vivencias.
El
perro de Carlos Sorín pudo
haber sido otra de sus elogiadas Historias
mínimas (2002), con otro
caso de actor no profesional, que hace de
ex-empleado de una estación de servicio
y su compinche, un perro dogo, con el cual
comparte varias experiencias dentro de una
cálida y a veces dolorosa historia
que se da en la Patagonia.
Volviendo
a España, Las horas del día,
ópera prima de Jaime Rosales, juega
con las apariencias de un asesino serial
y su único placer: matar. Tan solo
un retrato, sin explicaciones, y hasta con
un insólito toque de humor, en medio
de un contexto que parece estancado y hasta
paralizado por el tiempo y la rutina, de
alguien que parece no tener nada que ganar
(salvo por su "hobby") y especialmente
nada que perder.
Párrafo
aparte merece Super Size Me,
devastadora patada a McDonald´s que
le valió una nominación al
Oscar y que llevó a su director Morgan
Spurlock de estar casi en la ruina años
atrás (llegó a dormir en la
calle) a la fama, no sin antes someterse
a una dieta casi suicida, literalmente hablando,
para comprobar los efectos de la comida
chatarra en su organismo.
DEL CINE URUGUAYO -
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