
Hay horas inciertas en la vida y el arte.
La mítica y tremenda "hora
del lobo" bergmaniana, y la hora
cero de un día que culmina, y tras
la cual puede esconderse lo más
insólito y fantástico. Es
el caso de la hora "alleniana"
de Medianoche en París,
film ya comentado por esta cronista en
este portal, que connota un mágico
hechizo, para algunos "elegidos"
como Gil Pender (Owen Wilson), un alter-ego
del realizador estadounidense, que tendrá
el privilegio de ser tocado por la varita
mágica de lo desconocido, con la
finalidad de emprender un viaje maravilloso
por el túnel del tiempo hacia el
pasado, a partir de las campanas que anuncian
la llegada de la medianoche.
Mirar el film desde el punto de vista
de los convocados por el hechizo, y tratar
de resaltar el homenaje a la cultura que
Woody Allen se propone, es el motivo de
esta pequeña nota, a la manera
de una coda. Cada escritor, pintor, cantante,
y un largo etcétera, harán
en el film su "aristía"
como decían respecto de otro contexto
(heroico), los griegos; tendrán
una suerte de espacio y hora culminantes.
De este modo, los grandes mitos artísticos
del siglo XX, algunos del XIX y hasta
del Renacimiento, pasarán por nuestra
retina, o serán evocados en el
discurso dialógico, por sus nombres,
para que permanezcan en la memoria.
Allen realiza una hazaña cultural,
que se plasma cinematográficamente
con inteligencia y humor, hasta que su
"bovarysta" héroe, decida
elegir el siglo XXI al cual pertenece,
como el suyo.
El director muestra a los convocados,
en su lozana bohemia, y en sus talantes
más distintivos y pintorescos,
trasladándose de un café
a otro, cita obligada de reunión
en el París de los años
veinte, de un innumerable grupo de artistas
de diferentes nacionalidades, que se nuclearon
en la ciudad del Sena, erigida como capital
cultural, luego de la Primera Guerra Mundial.
Así el descubrimiento por el protagonista
de uno de los representantes de "la
generación perdida norteamericana",
Francis Scott Fitzgerald (Tom Hiddleston)
y su musa Zelda, tiene una impostación
teatral, y la recreación de la
fiesta es deslumbrante en cuanto a la
luminosidad que la envuelve. Un joven
llamado Cole Porter, desgrana sus melodías,
acompañándose del piano,
en tanto la cámara se detiene en
"la Venus de ébano",
Josephine Baker que despliega su arte
con un ritmo y color impresionantes. Baker
se convertiría en una de las primeras
figuras del music hall parisino.
La cámara se irá con Ernest
Hemingway (Corey Stoll), deteniéndose
en sus declaraciones que exaltan la valentía,
su sentido libertario, su espíritu
aventurero en la vida y en la ficción
narrativa, con un sesgo de ironía.
Un creador de mundos que el cine adaptará.
Así títulos como Adiós
a las armas, Por quién
doblan las campanas, El
viejo y el mar, serán
más tarde un éxito de taquilla.
Coincidirá con Gil en el magisterio
incuestionable de Charles Dickens, y le
abrirá con generosidad las puertas
para que su guía en la evaluación
de su primera novela, sea nada menos que
Gertrude Stein, una suerte de faro "baudelairiano"
para los artistas de la época,
en una interpretación notable a
cargo de la actriz, Kathy Bates.
Gertrude discutirá con Pablo Picasso,
pintor surrealista - en ese período
-, que hablará de "una segunda
realidad" que Stein y otros no pueden
percibir, ya que conocen a la exquisita
modelo y no aceptan la "deformación
de la realidad" o la esquematización
de su creación. Un muy malhumorado
Picasso (Marcial Di Fonzo Bo), que se
enfada con pasión utilizando su
lengua materna, el español, quedará
como una gran escena en la historia del
cine, en la defensa acalorada de su arte.
Adriana, supuestamente amante de Picasso,
encarnada por Marion Cotillard, ha venido
al París del jazz, para estudiar
diseño de modas con Coco Chanel.
Entre peinados un poco "a la garçonne",
sofisticadas boquillas para fumar, faldas
más cortas, fue y es codiciada
por muchos artistas. En el pasado fue
amante del pintor italiano Amedeo Modigliani.
Su arte para la seducción, hará
caer en sus redes a Gil-Owen, que deslumbrado
soñador irá a buscarla,
y llegará a bailar un charleston
con ella.
Es fantástica la presentación
que se hace de Salvador Dalí, encarnado
por el actor Adrien Brody, que detiene
con la empuñadura de su bastón
a Owen, cuyo rostro desea retratar con
el onirismo delirante que caracteriza
a su pintura. Llegará a colaborar
con el cineasta español, Luis Buñuel
(Adrien de Van), en la realización
del film Un perro andaluz,
quien también aparece en esta tertulia,
manteniendo su diálogo de película
con Owen. El torero estilista Juan Belmonte
(Daniel Lundh), el fotógrafo y
pintor dadaísta estadounidense,
Man Ray, el eximio hacedor de La
tierra baldía, forman
parte de este humorístico, hilarante
entorno, con guiños de complicidad
hacia el espectador que lindan con la
exquisitez.
El diálogo entablado por Gil con
Adriana, será un punto de inflexión
importante. Ella ha agotado "la edad
de oro", y desea retroceder aún
más en el tiempo, fugarse a la
belle époque, de aquí
que el personaje del conde de Toulouse-Lantrec
en su soledad creadora, y el baile en
el Moulin Rouge, - su pintura queda inmortalizada
en la ficción fílmica -,
sean determinantes para que Gil vuelva
al presente. También la nostalgia
renacentista explicitada por los pintores
Degas y Gauguin.
A un presente donde ya no estarán
su prometida y sus futuros suegros republicanos,
sino la música de Cole Porter señalando
un presente cargado de futuro y de pasado.