
Título original: Open
Water
País y año de producción:
Estados Unidos, 2003
Dirección: Chris
Kentis
Guión: Chris Kentis
Con: Blanchard Ryan,
Daniel Travis, Saul Stein, Estelle Lau,
Michael E. Williamson
Duración: 79 minutos
Calificación:
Apta para todo público
Género: Drama
/ Suspenso
Sitio Web: http://eneccine.com/prensa.asp?ID=marabierto
Reseña argumental:
La historia se desarrolla en una locación
que fue ambientada de forma real para
crear una historia única en su
tipo en la que se relata la desventura
de Daniel y Susan, una pareja norteamericana
agobiada por el trabajo y las presiones
cotidianas, por lo que deciden tomar unas
vacaciones en el Caribe.
A la mañana siguiente de su llegada
al hotel, Daniel y Susan se dedican a
la tarea de explotar su faceta de submarinistas
profesionales en un viaje lejos de tierra
firme para explorar los fondos submarinos.
Sin embargo, después de 40 minutos
de permanecer bajo el agua, al salir a
la superficie descubren que la embarcación
que los había trasladado los ha
dejado solos.
Daniel y Susan se encuentran ahora a
miles de kilómetros de tierra firme,
viviendo un calvario en aguas invadidas
de tiburones. Una historia basada en un
hecho real donde al final sus vidas se
convierten en la más grande incógnita.
TENSIONES
A FLOTE

Daniel Travis y
Blanchard Ryan en Open Water
La película difiere en muchas cosas
y no precisamente en lo que respecta al
mar y la tragedia real vivida por Tom
y Eileen Lonergan, al ser abandonados
por la embarcación que los había
llevado a bucear, sino en el curioso y
hasta bienvenido enfoque que Chris Kentis
le dio al asunto, llegando a convertir
Open Water / Mar abierto
por momentos en un semidocumental, sin
trucajes de postproducción, con
momentos absolutamente escalofriantes,
y a la vez en un drama psicológico
de dos personas como cualquiera de los
que está del otro lado de la pantalla,
que incluso puede traer alguna mala interpretación,
por eso de que en los primeros minutos
de la película no pasa nada, en
especial por el libreto y las actuaciones.
Más allá del escaso presupuesto
con que se hizo, vino bien tener a dos
personas que no tuvieran tanta experiencia
en los medios (en especial Daniel Travis)
y que por momentos pasaran algo desapercibidas
(el propio viaje hacia la zona de buceo
en la película). Quizá la
improvisación hubiera estado mejor
aún para resaltar de alguna manera
esa ingenuidad que ambos (quizá
sin querer) transmiten. Es evidente que
si tenemos en cuenta la ópera prima
de Kentis (Grindy, 1997)
hay suficientes pruebas de que no es ningún
inepto al momento de hacer, en este caso,
un film con individuos en busca del "sueño
americano". Entre las actrices de
aquel largo figuraba Adrienne Shelly,
quien trabajó en más de
una ocasión para el reconocido
director Hal Hartley.
Hay una clara intención, en Open
Water, de marcar los signos de
una sociedad acelerada y el contraste
de dos seres urbanos inmersos en alta
mar y sin nada a la vista. De vida ajetreada
y dependencia tecnológica se pasa
al puro instinto de supervivencia. En
un momento el protagonista trata de recordar
los documentales vistos sobre tiburones
en la televisión por cable, para
ver alguna posibilidad de que la situación
sea lo más liviana posible. Por
otro lado también aumenta la comunicación
de la propia pareja, de donde se sacan
incluso algunas intimidades, gentileza
de una gran tensión in crescendo,
que quizá nunca hubieran tenido
lugar en esa vida yuppie que
llevaban.
La angustia por la desolación,
la impotencia, los nervios, el posterior
descontrol y finalmente la desesperación
se incrementan junto con el suspenso de
que algo horrible pueda pasar sin previo
aviso. Chris Kentis se encarga de ese
pasaje brusco, que lleva al propio espectador
a estar, moverse y hasta sentir junto
a ellos, gracias a un muy buen trabajo
de cámaras y en especial de montaje.
El director tan solo se propuso eso, preocupándose
más de lo que pasa en el agua y
no de cómo venía la cosa
desde antes (ni siquiera le puso los nombres
de Tom y Eileen Lonergan a sus personajes).
Más que basada en un hecho real
se inspira en el mismo, pero para hacer
su propia jugada, para dar una visión
de algunas falencias humanas (no solo
de la pareja principal) que sorprenden
para lo que uno suponía iba a ver.
Claro que no falta algún desnudo,
planos dignos de relleno (las atracciones
turísticas, por ejemplo) y diálogos,
sí, que reafirman que este no es
un producto clase A (por el presupuesto,
obviamente). Es difícil no recordar
aquellas producciones italianas de los
´70 y ´80, los intentos de
copiar éxitos americanos que se
reflejaban en los materiales con monstruos
de goma del egipcio Ovideo Asonitis (Tentáculos,
Piraña 2), Sergio
Martino (El último cocodrilo),
alguna cosa de Enzo Castellari (El
último tiburón)
y hasta de Lamberto Bava (El devorador).
También hay un par de guiños
al Tiburón (1975)
de Spielberg, mientras desfilan los créditos
finales de Open Water
e incluso con la parte de la boya (no
conviene contarlo) y su sonido. Pero cuidado,
que también el famoso desnudo vuelve
a tener relación con la vida absolutamente
normal de dos seres humanos comunes y
corrientes, e incluso las propias cámaras
digitales de mano utilizadas pueden dar
la sensación de estar ante una
filmación casera, o mejor aún,
presenciando un hecho real.
Una cosa que se le podría reprochar
a la película es el uso de la banda
sonora en momentos en que no era necesaria.
Cuanto más silencio, mayor hubiera
sido la sensación de que no estábamos
ante una ficción. De todas formas,
la película prácticamente
no decae en ningún momento, más
teniendo en cuenta la gran cantidad de
minutos (más de la mitad del metraje,
casi 45 minutos) vinculados a filmaciones
en el mar y en especial los nervios y,
por momentos, lo aterrados que estaban
los mismísimos actores, demasiado
cercanos a tiburones reales y peligrosos.
Ni qué hablar del riesgo que corrió
el propio director Chris Kentis.
Decir que esta película es El
Proyecto Blair Witch (Daniel
Myrick y Eduardo Sánchez, 1999)
se encuentra con Tiburón
(tal como se llegó a promocionar
en Estados Unidos) es como decir que Million
Dollar Baby (Clint Eastwood,
2004) es una fusión de Rocky
(John G. Avildsen, 1976) con Mar
adentro (Alejandro Amenábar,
2004). Por más que tiene momentos
(insistimos) cargados de un suspenso atroz,
Open Water también
es un drama humano que se intensifica
con el paso de los minutos. La diferencia
entre El Proyecto...
y la película de Chris Kentis es
que la primera partía de un hecho
ficticio y lo mostraba como real, mientras
que la de Kentis es una ficción
a partir de un hecho increíblemente
verídico.
MÁS SOBRE OPEN WATER

Una pareja joven, elegante, bella y trabajo-adicta,
deja su mundo de automóviles, confort
y teléfonos celulares para tomarse
unas sofisticadas vacaciones en el Caribe.
Pagan una excursión que los lleva
a mar abierto, donde bucean por el fondo
del mar. Por negligencia y error, el yate
los deja abandonados y nadie repara en
ellos hasta el día siguiente, con
lo que pasan una jornada entera en el
agua, a merced de tiburones y otras alimañas
marítimas.
La película muestra estos hechos
a la manera de esas viejas películas
de fines de los '40, de tintes semidocumentales
cuya característica principal (que
servía para dar un óptimo
tono de realismo) era la total ausencia
de tomas en estudios (en otras palabras:
todo era filmado en escenarios reales).
Al igual que tales películas, Open
Water opta por un camino difícil,
como el de la ausencia de giros o recursos
narrativos, golpes de efecto y todo tipo
de marcas de fábrica hollywoodenses.
Lo que vemos en pantalla es lisa y llanamente,
el relato de la catástrofe, sin
ningún aditamento extra, solo dos
actores y el mar. Y el motivo es que el
realizador y guionista Chris Kentis aprovecha
la anécdota para explorar la psicología
del damnificado, desde las primeras etapas
en las que 'todo está bien' y que
se recurre a la información que
se dispone a mano (usualmente proveniente
de documentales de Discovery Channel o
películas famosas), hasta el ocaso
de la esperanza, en que se buscan culpables
y el instinto primitivo de preservación
pasa a tomar control. No plantea un gran
suspenso estilo Jaws
(Tiburón-1975), sino la molestia
del crudo golpe bajo que recibe el espectador
al identificarse con la desgraciada pareja
protagónica: realmente podría
pasarle a cualquiera.
PESADILLA EN EL MAR ABIERTO

¿Es posible que dos personas sobrevivan
en un mar abierto infestado de tiburones
luego de 14 horas de ser abandonados por
un equipo de buceo que hacía turismo
ecológico en alguna isla del Caribe?
Si pasan por alguna sala de cine y se
sumergen en esta pesadilla de 79 minutos
titulada Mar abierto / Open Water,
definida por críticos y columnistas
de cine como un híbrido entre El
Proyecto Blair Witch y Tiburón,
encontrarán la obvia respuesta.
En este pequeño e interesante filme
de suspenso (ojo, no lo confundan con
película de horror, porque saldrían
muy decepcionados y molestos), se narra
el destino fatal de Susan (Blanchard Ryan)
y Daniel (Daniel Travis), un matrimonio
joven de profesionales citadinos que optan
por escaparse del tedio disfrutando del
sol y el mar en los paraísos caribeños.
Con el interés de bucear y reconocer
flora y fauna marina, se integran a un
grupo de buceo que a la hora de retornar
a la costa descuenta dos numeritos y deja
a la deriva a la pareja que se demoró
viendo y tocando peces.
En el transcurso de su naufragio, Susan
y Daniel pasarán por las bromas,
peticiones infructuosas de auxilio a embarcaciones
que están hacia el horizonte, el
pánico, los reclamos por negligencias
de la pareja, las declaraciones de amor
eterno y la espera inminente de la muerte,
mientras son acariciados por la aletas
de los escualos que según ellos
"no atacarían a un humano",
por eso de que todo el peligro de estos
animales es pura fantasía de Hollywood,
luego del estreno de Tiburón,
de Steven Spielberg, Deep Blue
Sea / Alerta en lo profundo,
de Renny Harlin; Bruce, el tiburonazo
de Buscando a Nemo; o
Don Dino y su familia de El espanta
tiburones.
Mar abierto es un ejercicio
fílmico que le costó cerca
de 130 mil dólares a Chris Kentis
y Laura Lau, un matrimonio "scuba
divers", que se arriesgó a
realizar una película filmando
desde jaulas en el fondo del mar para
crear tomas más reales de estas
preciosas, aunque al final queda como
una interesante experiencia que decae
por actuaciones muy planas y amateur al
inicio y conforme se va desarrollando
el relato, deja que los hechos se coman
a las actuaciones, pues preocupa y perturba
más la posibilidad de morir bajo
esas circunstancias que cómo sus
estrellas logran un trabajo actoral de
altura, o al menos medianamente disfrutable.
En esta cinta, la premisa es jugosa,
su desenvolvimiento pobre, pero la técnica
aunque muy sencilla y semi-documentalista,
logra meter temor al espectador que sale
pensando en la pareja y maldiciendo a
los idiotas que negligentemente se olvidaron
que ellos estaban buceando.
Ahora, existen elementos rescatables,
entre ellos un precioso, pero totalmente
innecesario desnudo íntegro y completamente
gratuito de Blanchard Ryan; una seguidilla
de bostezos en los primeros veinte minutos;
la sensación de miedo que proyectan
al caer la noche y que aumenta la tensión
ante el ataque de los tiburones y el hecho
de que la realidad se acercó a
la fantasía, pues hace un día
reportaron que la pareja de productores
salvó milagrosamente su vida y
la de su pequeña hija, pues se
encontraban en Asia en pleno desarrollo
del tsunami.
Al final, uno da gracias porque esta
película no dura tanto, aún
así, hay gente que sale de las
salas maldiciendo el hecho de que hubiera
sido mejor hacer un filme con más
plata y con actores de renombre, efectos
especiales mortíferos y una musiquita
como la de Tiburón,
la original e irrepetible.